Tal y como Ethan me ha enseñado, mantengo la mente en blanco proyectando la visión de nuestro destino, un lugar en el que jamás he estado y cuya única referencia se basa en una breve descripción por parte de Erika para llevar a cabo este viaje con éxito. Cuando al rato todo ese esfuerzo comienza a dar sus frutos, pues incluso con los ojos cerrados soy consciente de cómo mis pies se alzan del suelo, unido a un extraño nerviosismo que nace en la boca de mi estómago. Una brisa gélida nos envuelve y tras ser engullidas por una densa oscuridad, nos plantamos de nuevo en suelo firme pero esta vez, a las puertas de un mundo completamente distinto.
Temerosa examino el entorno, viéndome incapaz de asimilar tanta belleza. Sabía que Anfor se trataba de una enorme dimensión situada sobre los cielos, pero jamás hubiera esperado este reino casi infinito que se corona encima de las nubes y el cual queda resguardado bajo una enorme cúpula de un brillo irisado que resulta espectacular. El ligero codazo de Erika me obliga a refrenar esta sospechosa actitud escrutadora, fijando la vista al frente a través de la enorme capucha que cubre mi rostro.
Cuidadosas ascendemos con la pesada carga sobre nuestros hombros por las lustrosas escaleras de mármol blanco, hasta situarnos al frente de un desconfiado guardia con expresión impasible, quien controla el paso de ángeles a Anfor durante las horas nocturnas.
—¿El motivo de vuestra visita? —pregunta con cierta dureza, examinándonos con detenimiento tras impedirnos el paso como suponíamos que haría.
—Somos mercaderes, acudimos a suministrar nuestros productos —responde Erika empleando un tono mucho más grave del habitual, tratando de camuflarse bajo el varonil aspecto que nos disfraza. Al mismo tiempo que muestra brevemente su petate al guardia, decidida a lucir lo más sincera posible.
—¿Procedencia? —cuestiona ahora con una actitud más monótona, gracias a las excelentes dotes interpretativas de la joven guerrera.
—La Tierra —responde profiriendo una ruidosa tos que motiva al guardia a abrirnos paso al fin.
—Bienvenidos a casa —nos desea apartándose del camino para permitirnos atravesar la gigantesca puerta de oro labrada por entero con el más fino de los diseños. Atestiguando con su gloriosa majestuosidad que este lugar ha sido construido por fuerzas plenamente sobrenaturales.
Incluso a través de ellas puedo percibir parte de lo que se esconde al otro lado, pero solo cruzamos cuando estas se abren de par en par, siendo sobrecargada de inmediato por el entorno. Caminando a través del puente de piedra que parece dar paso al verdadero centro urbano de Anfor, me embebo de cada detalle olvidando casi por unos instantes mi cometido. Aunque es de noche, el aroma de la comida proveniente de las casas rústicas que pueblan cada rincón, otorga un ambiente cálido. Algunos pequeños ángeles corretean detrás de sus amigos entre sonoras risas, mientras que otros más mayores pasean del brazo de sus hijos o quizá incluso sus nietos.
Anfor fue construido como un refugio para guerreros, pero con tan solo un atisbo, es evidente que se trata de un hogar y el hecho de estar a punto de romper su delicado equilibrio me mortifica. De repente mientras avanzo siguiendo las directrices de Erika, siento una poderosa punzada de dolor por lo que presiono mis sienes intentando mitigar el inesperado latigazo. Por suerte Erika es rápidamente consciente de mi malestar y acercándose con disimulo nos conduce a un oscuro y solitario callejón.
—¿Estás bien? —pregunta preocupada, aunque apenas comprendo el contexto de sus palabras por encima del atronador murmullo que reverbera en mis oídos y que amenaza con arrebatarme la cordura.
—Mi cabeza… —consigo responder después de varios minutos y solo cuando las extrañas voces inconexas detienen su verborrea, devolviéndole a mi mente la claridad que poseía. A pesar de la incomodidad que me ha generado, sé que algo ha querido transmitirme un mensaje, pero mis inexpertos sentidos no han logrado desencriptarlo. Erika habló de Anfor casi como si se tratase de un ser viviente y quizás esta ha sido su manera de detenernos—. Puede que solo sea un mareo, por el llamador —añado queriendo restarle importancia al asunto. Lo último que necesitamos son más imprevistos y algo me dice que incluso en este mundo, escuchar voces desconocidas tampoco está demasiado aceptado.
—Tenemos que concentrarnos, hay que llegar al muelle cuanto antes, vamos —sentencia cuando estoy lista, ayudándome a recolocar de nuevo los ropajes para atravesar las intrincadas calles en una carrera contra reloj.
A pesar de la fatiga que comienza a hacer mella en mí, trato de seguir el paso de Erika lo mejor que puedo, agradeciendo las previas jornadas de entrenamiento en la guarida. El ambiente que nos rodea no difiere demasiado de una fresca noche por las calles de Manhattan, aunque el aire es más limpio y nuestros pies resuenan ahora sobre las baldosas blancas que constituyen el interior de la ciudad. Bajo un espeso manto de estrellas, el aroma del mar y el salitre que se pega a mi piel, indican que estamos cada vez más cerca del muelle, pues Anfor se encuentra circundada por un océano de aguas cristalinas.
—Quédate aquí, intentaré alquilar una de las barcas —murmura Erika encaminándose hacia un hombre bastante mayor que parece ser el propietario de las elegantes embarcaciones, dejándome estratégicamente oculta tras las sombras de la noche. Por suerte más ángeles se han aventurado en un breve paseo marítimo a la luz de la luna, por lo que nuestra presencia entre las aguas no resultará sospechosa. La Torre es el centro neurálgico de Anfor y por ende todos sienten una enorme fascinación de poder pasar más tiempo en ella, o en sus alrededores.
Nerviosa obedezco fiel las indicaciones de la joven confiando en que volverá pronto con un nuevo cometido, y por mientras mi vista no puede evitar ir más allá de su figura charlando amistosamente con el marinero, para centrarse en esa imponente construcción que se alza en la distancia. Casi como una ilusión la Torre es el lugar en el que habita no solo el líder de la raza angelical, sino su ley, constituida por los soberanos. Aunque quienes resultan nuestro mayor problema son los guardias y en concreto el guardián, un ángel creado por la luz y al que dotó con la inmortalidad para que dedicara su existencia a salvaguardar Anfor a toda costa.
Examinó su arquitectura que destaca el rango de los que allí conviven, construido a base de perfectos ladrillos blancos y tejados que relucen con fulgor en medio de la noche, los tres torreones que nacen de su centro tienen tal altura que dan la sensación de rozar el techo de la cúpula. El número de salas y habitaciones que posee es incontable, pero esas tres torres albergan las estancias de los más altos líderes de la raza, manteniendo esa jerarquía tan arraigada en los ángeles.
No puedo evitar imaginar esos importantes estamentos gozando de una vista completa de Anfor desde las alturas. Aunque la Torre es un lugar abierto a las visitas de cualquier aliado, muchas zonas son de acceso restringido y se dice que algunos rincones esconden secretos que solo el líder y el guardián conocen. Cada día incontable número de ángeles cruzan el extenso puente sobre el mar que representa el único acceso a sus puertas, para enfrentarse a la ley, entrenar con el objetivo de convertirse en un guardia o comenzar un nuevo día de trabajo. Es el orgullo de una civilización y estamos a nada de atacar su único punto débil por un objetivo aparentemente sencillo, pero que podría traer inmensas repercusiones si llegado el momento no soy capaz de cumplir con mi papel.
—Está todo listo —menciona Erika tomándome por sorpresa, aunque regreso al presente donde trato de preservar la confianza de que podré enfrentar lo que sea que habite en la zona prohibida, solo por ese libro.
Colaborando juntas para remar, nos liberamos de nuestras ropas y los petates cuando comenzamos a adentrarnos en las aguas que colindan con la zona de entrenamiento de los guardias. Algo prohibido, pero donde evidentemente no hay ninguna mirada al acecho. A pesar de que el sonido de las olas rebotando en los costados del bote nos ofrece una serena paz, ambas examinamos ansiosas el terreno buscando algún indicio de los chicos.
De no encontrarles Erika y yo seremos apresadas de inmediato y a pesar de no verles, continuamos acercándonos decididas a comprobar que es lo que ha sucedido. Cuando al fin tocamos tierra la sensación de que estamos a punto de ser parte de una emboscada palpita con mayor fuerza en el ambiente. Amplificamos nuestros sentidos a cualquier movimiento extraño, hasta que dos altas figuras salen de entre los arbustos, acercándose con feroz decisión.
—Al fin habéis llegado —exclama aliviada la inconfundible voz de Ethan ofreciéndome la mano para salir de la barca, al mismo tiempo que Ricky ayuda a su melliza. Verlo sano y salvo, sin un solo rasguño remueve todo el miedo que he experimentado durante el trayecto, tomándonos a ambos por sorpresa cuando lo envuelvo en un firme abrazo.
—Estás bien —susurro casi para mi misma, mientras entierro el rostro en su pecho ahogándome del delicioso aroma que impregna sus ropas. A pesar de obligarnos a ser raudos, ambos disfrutamos de este momento, pues el joven guerrero se amilana ante el cariñoso gesto, relajando su postura y acariciando mis largos cabellos con profunda reverencia—. El aviso de Ricky no llegaba, creímos que os había pasado algo —explicó minutos después tras encontrar la fortaleza para separarme de su calidez.
—Parece ser que la cúpula impide de alguna manera que mis poderes salgan más allá, lo siento, no sabía que pasaría algo así —explica Ricky disculpándose con su hermana. Quien se mantiene a su lado decidida a no separarse, al menos hasta que la incertidumbre que siente se disipe por completo. El joven pelirrojo posee un poder extraordinario, pero al igual que no puede manipular las mentes de cualquier ángel o demonio debido a la poderosa fuerza psíquica de estos, tuvimos que haber supuesto que la larga distancia entre la Tierra y Anfor podía traer problemas. Incluso aunque fuera para conectar con la mente de su querida hermana.
—Hemos de continuar con lo planeado —nos advierte Ethan dispuesto a conducirnos al éxito, tomando posesión de su cargo como líder—. ¿Ricky?
—Esos guardias son asunto mío —responde con absoluta decisión, enfundando las manos en unos cortos guantes de cuero antes de levantar su hacha con destreza. En otro tiempo semejante imagen me habría aterrorizado, pero dejamos claro que nuestra intención no es matar a nadie, trataremos de esquivar los peligros y en este caso Ricky solo ha de noquear a los guardias que custodian la biblioteca. Por ello cuando se aleja desapareciendo entre la oscura noche, la necesidad de ser raudos para aprovechar esta oportunidad es acuciante.
Sin mediar una sola palabra todos sabemos cuál es el siguiente paso, abriendo la rústica bolsa que hemos cargado durante el trayecto, nos armamos. Erika con sus cuchillos, Ethan una enorme espada y yo tomo el arco de entre los ropajes que abandoné en el bote, colocándome al hombro su carcaj repleto de nuevas y relucientes flechas.
—Seguidme —comanda Ethan dirigiéndonos a través del césped mojado por el rocío, hasta que llegamos a un largo camino de preciosos cerezos en flor, cuyas ramas se entrelazan sobre nuestras cabezas conformando un enorme arco y sus pétalos se riegan por el suelo creando una sutil alfombra.
—¿Por qué nos adentramos en los jardines? —pregunta Erika confusa, intentando no llamar la atención ante la posibilidad de que haya algún guardia realizando su ronda y del cual los chicos no se hubieran ocupado.
—Confía en mí —responde Ethan mientras continúa por el impresionante terreno plagado de naturaleza. Donde soy incapaz de identificar muchas de las especies que se entremezclan por doquier y que conviven en perfecta armonía, en pro de ser contempladas en todo su esplendor. Tras una larga marcha, nos detenemos de manera abrupta ante un impresionante cenador blanco que invita a la contemplación del lugar. Siendo consumido por los recuerdos o quizás por el esplendor del sitio, como yo, se acerca sin darnos la más breve justificación. Posando la mano en una de las decoraciones del balaustre de las escaleras, lo hace girar con un sonido seco y acciona algún desconocido mecanismo en el centro de la glorieta.
—¿Cómo sabes esto? —pregunta Erika subiendo los escalones para contemplar el enorme hueco que abre paso a un profundo túnel subterráneo.
—Él me lo compartió hace años, da a una red de pasadizos que recorren la Torre casi por entero. Dije que yo os podría conducir a la biblioteca sin preocuparnos de los guardias y supuse que después de esto, mantener el secreto no importará demasiado —responde con fingida indiferencia, pudiendo entrever lo mucho que le duele traicionar a su líder, que por lo que Erika me ha contado es más que eso para ellos. Al ser hijos de los elegidos siempre han concebido la Torre como su segundo hogar y al líder de la raza como un querido tutor, quien aprecia sobre todo al joven ojiverde. Por ello no ahondamos más en el tema y tras descender ambos por el hoyo, salto al vacío.
—Te tengo —asegura Ethan aferrando mi cintura para impedir el brusco impacto que me esperaba tras la caída. Nuestras miradas conectan y por un instante parece decidido a no dejarme marchar por nada del mundo, así que con tiento tomo sus manos apartándolas, mientras busco despejarme de la intensa necesidad que está gestándose en el ambiente.
Ni siquiera yo comprendo del todo ese deseo de liberarme, pero es confusa la forma en que su tacto se tornó opresivo en lugar de protector. Como si el peso de todo lo que siente por mí me sobreviniese en una enorme ola de la que no puedo escapar. Retomamos nuestra andanza con facilidad, ya que Ethan conoce esto a la perfección, aunque en mi basta impresión no es más que una red de escaleras, pasillos y extrañas intersecciones imposibles de diferenciar.
—Ninguno conduce directamente a la biblioteca, pero al menos conseguiremos situarnos a las puertas —advierte cuando llegamos a una de las múltiples salidas. Donde empleando su poderosa fuerza, empuja la gigantesca puerta de piedra lo suficiente como para abrirnos paso, cerrándola tras él.
Entonces escucho el sonido de una voz que me resulta familiar, por lo que viendo a Erika a punto de cruzar la esquina aprisiono su brazo para detenerla y empujarla de vuelta con nosotros. Con una escueta seña le pido que agudice sus sentidos y no tarda en distinguir la voz de Ricky, acompañada por otra ligeramente más aguda que juntas comienzan a alejarse.
—Todo despejado —anuncia Erika tras asomarse, examinando en esta ocasión el entorno con más cuidado.
Avanzamos sigilosos hacia las puertas de la biblioteca asegurando que el ala se halla vacía antes de encerrarnos, y tras ello los chicos comienzan a hacer una barricada con todos los objetos y muebles que son capaces de mover. Sin saber qué dirección tomar espero paciente, temerosa de entorpecer su aguda concentración a medida que recorro con la mirada la enorme la sala. Está claro que la luz construyó este mundo con el sumo cuidado de un regalo de un padre a sus hijos.
Dispone de un alto techo compuesto por varios arcos de madera entrecruzados, un suelo de baldosas blancas y negras que aporta a la estancia un toque particular y gigantescas estanterías plagadas de libros. El espacio está fragmentado en rincones más pequeños, creando entrepisos a los cuales se accede mediante una curiosa escalera, donde cada escalón ha sido tallado para simular un libro y su barandilla representa una ensortijada vid.
De repente la mano de Erika me arranca de esa fascinación, impulsándome a correr entre las librerías hasta dar con un gigantesco muro de piedra blanca, que se alza para detener el paso a lo que sea que habita en su interior. Con atención contempló la única entrada, una gran puerta de un metal extrañamente azulado y en la que aparece grabada una serpiente enroscándose en su centro casi con actitud inquieta.
—Tantum mortis hic habitat —recito persiguiendo la frase grabada en lo alto del pórtico, sintiendo la importancia de esas palabras a pesar de desconocer su significado.
—Solo la muerte habita aquí —traduce Erika, tomando rauda su posición junto a Ethan, dispuestos a vigilar el perímetro a expensas de mi inminente ingreso.
Es evidente que el momento ha llegado, así que agarró con fuerza el arco y algo me lleva a encomendar nuestras vidas a la luz creadora en la que tantos seres depositan su fe, con la esperanza de no perecer nada más atravesar la muralla. O de ser así que al menos los chicos encuentren un destino mejor que el mío, sin importar las culpas que para ello deban depositar sobre mis hombros. A medida que me acercó trato de hacer acopio de toda la fortaleza que poseo, pero de nuevo un fuerte dolor de cabeza se apoderan de mí hasta que estoy obligada a detenerme.
A diferencia de la vez anterior reconozco estos síntomas como un ataque, incluso sin haber penetrado aún su centro, la oscuridad manifiesta su ira ante mi presencia. Pero el tiempo corre en nuestra contra y viendo a Erika y Ethan enfocados en su objetivo, me obligó a continuar a pesar de que la luz en mi interior también se revela generando un cúmulo de sensaciones aún más sobrecogedoras.
Por un momento creo que estas acabarán conmigo antes de llegar a la meta, pero ni siquiera cuando los ruidos detrás de mí se vuelven atronadores les presto atención, depositando toda la energía en alcanzar el portal que me sumirá en la más densa oscuridad. De hecho estoy a punto de tocarlo cuando un enorme estruendo reverbera por toda la biblioteca, interrumpiendo mi torturador ensueño para regresar a un presente incluso más horrendo. El impacto ha sido obra del guardián, quien después de todo ha ingresado en la biblioteca, junto con cientos de guardias que nos acorralan.
—¡Jessica ve! —grita Erika con desesperación, justo cuando el guardián es consciente de nuestras verdaderas intenciones y por ello ordena a su séquito que comience con la maniobra ofensiva. Incapaz de abandonarles a pesar de la fuerte conexión que tira de mí hacia el interior de esa oscuridad, desobedezco las palabras de la joven y alzo el arco dispuesta a defendernos.
Siempre imaginamos que ellos lograrían entrar, pero no tan rápido. Y mientras los hermanos guerrean con fiereza desconocedores aún de mi participación en la batalla, dirijo una flecha a uno de los guardias que está a punto de tumbar a Erika, atravesando su rodilla sin mayor dificultad. En esa rápida mirada reconozco el agradecimiento por su parte, aunque al mismo tiempo todos sabemos que es inútil y en un instante la misión se ha tornado un absoluto fracaso.
Deseosa por intentar que al menos ellos puedan escapar de este funesto destino que yo misma he impuesto sobre sus cabezas, me situó en primera línea, disparando flechas por doquier aunque solo para deshabilitar a nuestros enemigos. Gracias a esto y a las obvias habilidades de los chicos, por un segundo parece que vislumbramos una posibilidad de salvarnos, cuando algo penetra en mi brazo obligándome a soltar el arco a medida que un sospechoso hormigueo adormece la extremidad.
Impotente descubro a Erika y Ethan en manos de los guardias y arrancando el dardo que me han disparado luchó con todas mis fuerzas contra el sueño. Pero llegado a un punto soy incapaz de sostenerme en pie, por lo que caigo de rodillas hasta acabar tirada en el suelo poco consciente de lo que sucede alrededor y con la mirada puesta en un único ser. Es innegable que el guardián es un hombre imponente, desde su considerable altura, a la fuerza que irradia su fibrado cuerpo vestido para la ocasión con una lustrosa armadura. De hecho el cabello negro, los ojos casi plateados y su anguloso rostro le confieren un aire más oscuro, que no termina de encajar con alguien creado por la luz. Sobre todo bajo la cruel máscara que cubre su expresión al saber que ha logrado cazarnos como si no fuéramos más que otra de sus presas.
—¿Realmente creísteis que podríais sobreponeros a la seguridad de la torre? —cuestiona caminando alrededor de los chicos. Trayendo la imagen de esa misma actitud sádica repartida por una malvada pelirroja, y por ello lucho para alcanzarles en un inútil intento de protegerles—. Sois unos traidores y ya no queda nada del orgullo o el cariño que os profesaba. Seréis juzgados al amanecer como manda la ley, aunque iré organizando los preparativos para la ejecución pública —se jacta con dolorosa rudeza, incidiendo especialmente en Ethan. Quien a pesar de la evidente derrota, continúa removiéndose en el suelo exigiendo que liberen a su hermana del brusco trato que los guardias ejercen sobre ella.
—Eres un miserable —escupo con odio en un susurro que de algún modo, sobrepasa el alboroto que reina en la sala y es escuchado por el guardián, quien clava su dura mirada sobre mí. Deseo mostrar que no es tan sencillo intimidarme, mientras la necesidad de ceder al sueño se vuelve tan acuciante que acabó sumida en una espesa inconsciencia donde lo último que contemplo es su sonrisa soberbia. Así mientras una solitaria lágrima cae en el suelo lo maldigo por el resto de sus días, aunque haya sido yo quien ha sellado nuestra sentencia de muerte.
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Editado: 19.02.2021