Al abrir los ojos encuentro una senda oscuridad, tan profunda que por unos instantes creo haber muerto o estar habitando algún tipo de limbo entre dos mundos como castigo por mis actos. Por suerte mi visión se acostumbra paulatinamente a la falta de claridad, hasta que consigo percibir un pequeño resquicio de luz que parece provenir del bajo de una puerta. Ese detalle confirma que continuó con vida, aunque en estos momentos no estoy segura si he de alegrarme por ello. Mis entumecidos brazos han sido sujetos por encima de la cabeza con gruesas y apretadas cadenas provenientes del techo, permitiendo que solo las puntas de mis pies desnudos rocen el mohoso suelo de la prisión.
Un habitáculo que puedo percibir como estrecho, conformado por piedra oscura y fría, que hiela mi cuerpo hasta los huesos. Mientras tiemblo haciendo tintinear las cadenas que me sostienen, lo único en lo que puedo pensar es en los chicos provocando un mar de lágrimas. En medio de mi aflicción unos ruidos provenientes del otro lado de la puerta hacen que me preparé para lo peor.
Cuando esta se abre la celda se inunda de toda la luz que brilla en el exterior, cegando mis ojos e impidiéndome reconocer al inoportuno visitante. Por suerte no tarda demasiado en ingresar, cerrando tras de sí, aunque deja abierta una pequeña compuerta usada para proveer de alimento a los prisioneros. Confusa lo veo dirigirse a una esquina de la habitación tomando entre sus manos lo que creo identificar como un cubo de madera, pero antes de que pueda preguntar cuáles son sus intenciones me rocía con una ráfaga de agua helada.
Mis extremidades se contraen dolorosamente ante el drástico cambio de temperatura, sin embargo el baño consigue despertarme por completo. Hasta que enfoco mejor la vista en la contrahecha figura que se yergue con orgullo ante mis narices. Lo primero que tengo en claro es que no se trata de un ángel, sino más bien uno de esos seres de Elis que extrañamente ha acabado en Anfor, un mundo que sé, está vetado para ellos. Curiosa repasó sus características intentando averiguar a qué raza pertenece, a pesar de mi absoluta inexperiencia.
Es muy alto, con una piel dura y de color verdoso. Su cabeza calva, orejas grandes y los colmillos sobresaliendo ampliamente de su boca resultan sin duda intimidantes. Pero esos profundos ojos negros me erizan aún más la piel, recordándome a la mirada de los demonios. Viste ropa sencilla, pero su calzado por el contrario es inexistente, aunque es comprensible teniendo en cuenta sus gigantescos pies. Y a pesar de parecer bien acicalado, el olor tan particular que desprende es nauseabundo incluso para el olfato más experimentado. No tengo idea de que clase de criaturas habitan Elis, pero no puedo evitar encontrarle cierta similitud con los trolls que describían los libros de cuentos de cuando era niña, sin embargo este no es ni de lejos tan afable.
—¿Dónde estoy? —preguntó tratando de sonar clara a pesar de mi agotamiento—. ¿Quién es usted?
—Estas en las catacumbas de Anfor a punto de ser juzgada por traición y enemiga de la raza ante el consejo. Pero para tu fortuna, el arcángel Miguel ha solicitado tener antes una audiencia privada —responde dejando claro su descontento ante la decisión tomada por el que supongo, es el aclamado líder de la raza, descubriéndome su verdadero nombre por primera vez.
—¿Dónde están Erika, Ethan y Ricky Black? ¿Sabe algo de ellos? —cuestiono con desesperación, dispuesta a suplicar si es necesario con tal de averiguar su paradero.
—Tú no haces las preguntas aquí —sentencia con brusquedad, dirigiéndome una mirada llena de odio con la que comprendo que jamás lograré obtener información alguna por su parte, pues parece carecer de piedad hacia aquellos que considera traidores—. Soltadla y preparadla para la audiencia —dice dirigiéndose a alguien detrás de la puerta. Nada menos que dos guardias quienes me descuelgan del techo, pero solo para atarme las manos a la espalda con más rudeza de la necesaria.
—¿Por qué quiere verme? —me atrevo a cuestionar con la esperanza de que quizás ante mi insistencia o un desliz por su parte, pueda llegar a comprender qué es lo que está sucediendo en realidad.
—El arcángel es un ser bondadoso, capaz de apiadarse incluso de almas rastreras como la tuya —contesta de forma escueta, mostrando la reverencia que siente por el gobernante a pesar de no estar de acuerdo con su supuesta muestra de piedad. Así que decidido a castigarme por su cuenta, desvela un oxidado collar que ha estado escondiendo tras su espalda, cerrándolo alrededor de mi cuello en una representación de lo más humillante.
De esa manera me conduce a su antojo tirando con fuerza de la cadena, mientras perdida en mis pensamientos comprendo que no temo la llegada de la muerte, sino que esta haya alcanzado ya a los Black, quienes son los verdaderos inocentes de todo esto. Por mucho que intentó refrenarlo la idea de no volver a ver a Ethan, ni a los chicos, ni a reírme bajo la picardía de Brian y que jamás podré disculparme con Mark o con Carmen y Alex por haber motivado a sus hijos a meterse en algo como esto, me consume. Pero dentro de todo ese dolor una única esperanza se abre paso, pues si los chicos siguen vivos, quizás el arcángel esté dispuesto a perdonarles la vida a cambio de la mía.
Al fin de al cabo, a no ser que se trate de un hombre sin corazón como el animal que me arrastra, ha de haber adquirido un cierto apego por los chicos en todos estos años y con mi muerte conseguiría mostrar la severidad que se espera de él sin la crueldad de asesinar a los hijos de sus elegidos. Por ello sé que tengo que ocultar por completo mis orígenes, desde quienes son mis progenitores, mi cercanía con Mark y por supuesto mi luz.
A sus ojos, he de ser una incitadora, que ha manipulado la buena voluntad de los Black a su antojo y que por ende debe pagar por sus crímenes. Un castigo que recibiré gustosa si con ello aseguró que los chicos estarán a salvo. Cuando abandonamos las catacumbas, una nueva y muy mejorada visión de la Torre se abre paso ante nosotros.
Debido a mi débil caminar, avanzó con lentitud sobre las lustrosas baldosas blancas que conforman el suelo de la recepción. Su alto techo está decorado con lámparas de araña y ligeros detalles barrocos labrados en lo que parece ser auténtico oro. Las paredes lucen repletas de cuadros y esculturas de todos los estilos artísticos, mientras que el bullicio de ángeles corriendo de acá para allá entre las diferentes salas que conforman la edificación, atestiguan que este es el corazón de la Torre.
Para acudir a cualquier lugar es necesario pasar por aquí, pero por desgracia el encanto del sitio queda opacado por mi actual situación y por las duras miradas de odio que recibo de cada persona que se cruza en el camino, imponiéndome sentencia antes de siquiera haber testificado. Aunque ya no hay nada que entender, he tomado una determinación, quizás la más lógica y loable hasta la fecha.
Por lo que al traspasar las inmensas puertas rojas que dan paso al consejo, lejos de amedrentarme, cuadro los hombros dispuesta a luchar por los que quiero con dignidad, en especial si estos son mis últimos instantes de vida. Incluso trató de impedir que el palaciego aspecto de lugar gobierne mis emociones. Pues la inmensa sala de un blanco puro al igual que la recepción resulta cuanto menos amenazadora, con lo que creo identificar como las leyes de los ángeles gravadas en sus paredes, algunas escritas por extraños símbolos que han de corresponder a ciertas razas de Elis.
En las alturas se encuentran los palcos, dando la impresión de que todo el peso de la ley recae sobre mí, deseoso de aplastarme. El carcelero empuja hasta que mis pies se sitúan encima del enorme dibujo de un caduceo, donde reconozco la mirada de odio que se dirigen ambas serpientes, detestando la existencia de su opuesta pero obligadas a coexistir. Por ello percibiendo las consecuencias de un posible fracaso alzó la mirada para descubrir un fastuoso trono de oro a tan solo unos metros de distancia, rodeado por tres columnas, constituyendo el epicentro de la sala.
Aunque lo que en realidad cautiva todos mis sentidos es el alta y robusta figura anexa que nos da la espalda. De inmediato sé quién es, quizás por la sumisa reverencia de mi indeseado acompañante o por el aura de autoridad y respeto que desprende. Sus ropajes blancos y su pelo rubio como los cabellos de un querubín dan una ligera pista de su aspecto, aunque en su postura cabizbaja parece estar meditando algo de increíble trascendencia.
—Señor, aquí está la acusada, tal y como me lo pidió —dice la bestia arrastrándome orgulloso, sin querer soltar aún la cadena que me mantiene presa a sus maltratos.
—Gracias Edgar. Podéis retiraros todos, quiero hablar a solas con la joven —pide el hombre con un imponente tono de voz. Revelando el nombre del ser que me ha acompañado, aunque empezaba a pensar que semejante crueldad no merece poseer apodo alguno.
—Señor… —le suplica Edgar con cierta reticencia a que se esté arriesgando demasiado al quedarse a solas conmigo, siendo sorprendente cuánta fidelidad es capaz de albergar. En cierto modo deseo que el hombre escuche sus palabras, pero al mismo tiempo estar a solas con él me permitirá negociar la liberación de los chicos con mayor tranquilidad.
—Por favor, obedeced mis órdenes —reitera manteniendo ese carácter firme y sin necesidad de realizar algún aspaviento o amenaza para que de inmediato todos los guardias que se hallan alrededor del consejo, junto con Edgar, se marchen al instante.
Sin poder contener la reacción natural de mi cuerpo ante tanta presión suelto un largo suspiro con la esperanza de calmar los nervios, y aprovechó esta fingida libertad para estirarme un poco dentro de lo que permite la cadena que continúa aprisionándome. Entonces todos mis movimientos se ven interrumpidos cuando el arcángel Miguel se gira para contemplarme mientras toma asiento en su trono, logrando que dicha imagen resulte más escalofriante que el haber despertado en aquella terrible fosa.
A pesar de estarlo contemplando por primera vez, creo que ni con el pasar de mil años podría acostumbrarme a tal belleza. Es un ser de rasgos delicados, aunque con una mandíbula angulosa y unos marcados pómulos que le aportan una gran masculinidad. Su piel lustrosa, sin mácula y ojos que parecen soles, cargados de un dorado magnífico. Aunque prestando la suficiente atención se puede advertir ligeras motas verduzcas en ellos, que le añaden cierta apariencia felina. Obviamente se trata de una obra de arte creada por la luz, pero esa expresión solemne y cautelosa deja claro que es ajeno a su imponente físico, ya que su único interés radica en sus responsabilidades como líder de una raza que ha gobernado por siglos. Sin importar cuan duras hayan sido las decisiones que ha debido de tomar, así que la idea de ser yo quien ablande su corazón, resulta cada vez más irrisoria.
—Me gustaría saber si Ethan, Erika y Ricky Black se encuentran bien —digo aclarando mi temblorosa voz y armándome de coraje para enfrentar al poderoso monarca.
—El hecho de que se atreva a dirigirse a mí de esa manera solo demuestra su soberbia joven. Le recomiendo abstenerse a responder a las preguntas y rogar por clemencia —responde demostrando que el haberme concedido una audiencia privada, no significa que desea justificar mis pecados, sino más bien usarlos para castigarme como merezco—. Los Black serán juzgados al igual que usted y su condena será la impuesta por los soberanos —añade inflexible y con una frialdad que me lleva a odiarlo al recordar cómo los chicos lo admiran tanto, mientras que él no se muestra dolido por tener que acabar con sus vidas de un plumazo.
—Ellos no tuvieron la culpa de nada —aseguro con más confianza, decidida a dejárselo en claro incluso si me ejecutan en este preciso instante, pues esa es y será mi única versión de los hechos. Sin embargo soy cada vez menos creyente de que el arcángel comprenda algo que no tenga que ver con la rectitud que imponen sus leyes.
—Os habéis infiltrado en la Torre solo para acceder a la zona prohibida de la biblioteca, ¿Qué intentabais hacer? —pregunta comenzando con el interrogatorio y despertando el temor a decir algo que perjudique a los Black o arruine la estrategia inicial. Por lo que el silencio se presenta como mi escapatoria y la única moneda de cambio que dispongo si las cosas salen mal.
—No diré nada.
—Muy bien, aunque solo existen dos motivos. Destruir Anfor al liberar esa oscuridad o hacerse con lo único verdaderamente valioso que hay entre esas paredes… El libro de las sombras —pronuncia examinando cualquier cambio en mi expresión. Por fortuna el cansancio ha hecho tal mella, que solo soy capaz de erguirme en su presencia como un despojo de lo que solía ser—. ¿Eres una esbirra de Dominik? —pregunta con repugnancia en su tono al nombrar a mi desafortunado progenitor, haciendo que cuestione hasta donde será capaz de llegar para obtener información. Pienso en la posibilidad de ser torturada, pero intento que ni siquiera semejante idea turbe mi apariencia y le permita ver un hilo del que tirar a fin de conseguir sus respuestas.
Entonces el arcángel se levanta de su trono avivando mis sospechas, sin embargo me ignora para tomar algo de detrás de su asiento, reapareciendo con el arco y mi llamador entre sus manos contemplándolos con poderosa curiosidad.
—¿Cómo los has conseguido? ¿Los has robado? —acusa con evidente odio, consiguiendo que cualquier temor o respeto hacia su figura terminé por desvanecerse dando paso a mi propia ira.
—Yo no he robado nada, me pertenecen —respondo igual de altiva que él, demasiado cegada por el orgullo como para medir bien la información que podría estar ofreciendo con mi confesión.
—Los ladrones siempre creen que todo cuanto desean es de su propiedad —replica incrédulo ante la posibilidad de que yo sea la dueña de los objetos.
—Estoy dispuesta a contarle todo, pero solo si deja libres a los Black y les exime de cualquier delito que se les haya impuesto —sentenció sabiendo que es hora de declarar mis culpas, relatando una lista de cargos lo suficientemente jugosa como para apartar del camino a los chicos.
—A pesar del cariño que les profeso, han cometido un error demasiado grande y el pueblo pide justicia por sus actos. Aunque me dispusiera a ayudarles, su condena está siendo deliberada en estos instantes, ya no puedo hacer nada —declara con serenidad, como si él no estuviera a punto de ser uno de los responsables de la muerte de unos jóvenes. Cuyo verdadero error ha sido escuchar mis estúpidos intentos por hacerme con ese maldito libro.
Tras largos minutos de reflexión, concluyó que mis palabras o los sentimientos no valen nada para él, mientras que lo único que puedo utilizar ante su estoicismo es recurrir a lo que sé. Jamás estará dispuesto a escuchar una súplica de entre mis labios si continúa considerándome una traidora, y ahora que sé que los chicos siguen con vida, he de saber jugar mis cartas.
—Usted es el líder de la raza, podría salvarles si considera que son inocentes. Así que estoy dispuesta a hablar, con tal de demostrárselo… —confieso consciente de que he de mostrarme sincera para que crea que mis palabras valen su peso en oro, solo así lograré un trato de favor para los Black. Entonces podré descubrirle lo que soy en realidad, una joven asustada, con un don que desconoce y un poderoso demonio que requiere algo de ella, sin saber por qué. Pero al menos descansaré en paz consciente de que ellos son libres—. Mi nombre es Jessica Anderson, soy la hija de Julianne y Dominik y sobrina de Mark. Ese llamador y el arco son parte del legado de mi madre, yo fui quien incite a los Black a ayudarme a acceder a la zona prohibida porque necesito el libro de las sombras —reveló con un tono cargado de poderío, ya que un hombre como el arcángel no cederá a un trato sin algún tipo de garantía.
Le examino mientras se aproxima hasta detenerse ante mí, aunque luce una expresión menos fría, revelando que quizás debajo del mandatario existe alguien capaz de sentir empatía o en esta ocasión, nostalgia.
—El color de tus ojos debió de habérmelo advertido, solo he visto otros tan azules como el cielo cuando conocí a tu madre —rememora. Tomándome del mentón para embeberse de ellos lejos de espantarme, consigue por primera vez transmitirme algo de calidez—. ¿Cómo es posible? —pregunta casi para sí mismo, con tal confusión que advierto un latigazo de molestia antes de que se aleje de nuevo.
—Le contaré hasta el último detalle, pero a cambio de la seguridad de los Black y si después de eso necesita castigar a alguien, la única que ha de sufrir soy yo —sentenció estableciendo rauda mis condiciones, consciente de que he de aprovechar el impacto que han producido mis palabras.
—Es un gran compromiso ¿Estás segura de ello? —pregunta invitándome a reflexionar, a pesar de que esta es una decisión tomada desde hace más de lo que se imagina.
—No he tenido nada más claro en toda mi vida —aseguró con firmeza, queriendo mostrar que mi juramento no es simple palabrería, sino que por el contrario entiendo sus repercusiones.
—Intercederé por ellos, pero deseo comprender lo sucedido y tú historia. Advierto que no toleraré ningún engaño —acepta suavizando su tono en un inicio. Como si esto le ofreciera la excusa perfecta para tenderle una mano amiga a los Black, y aunque signifique actuar como cabeza de turco solo puedo proferirle un enorme agradecimiento. Algo me dice que el arcángel es de esos líderes que son respetados por ellos mismos y no por el estamento en el que han sido posicionados. Así que espero, se aferre a esa corrección y a pesar de lo que le cuente, entienda que yo soy la única culpable.
—Mi madre descubrió que había quedado embarazada después de que Dominik se alzara como aliado de la oscuridad y temiendo por mí, tuvo que fingir su muerte y ocultarse en la Tierra —confieso casi incapaz de condensar todos los acontecimientos que han sucedido en tan corto espacio de tiempo. Pero si él busca conocer quien soy y que me ha traído a aquí, comenzar por el principio es lo mejor—. Allí me crie hasta que alguien la asesinó hace apenas un mes y ahora vivo con Mark. Él junto a los Black me desvelaron que la huida de mi madre se debió a que siempre supo que yo era un ángel de luz y que tenía que protegerme —continuo incapaz de no emocionarme al recordar el pasado.
—Eso es imposible —sentencia con un tipo de rabia de la que he sido testigo muy pocas veces en la vida. Esa ira que posee a una persona, motivándola a hacer y decir cosas atroces. Y dentro de la cual es imposible que llegue a apreciar la verdad que impregna mi testimonio—. ¿Osas manchar algo tan sagrado como la luz? —brama con el rostro desencajado por la aversión hacia mi persona y con un tono cargado de incredulidad.
—Yo tampoco creí lo que me contaron hasta que Angelique me atacó, asesine a un demonio y de repente estoy en medio de una guerra entre dos mundos que jamás pude haber imaginado —digo casi como un desahogo. Pero comprendo que debo hacerlo entrar en razón a toda costa, pues si considera que trato de engañarlo revocará su ayuda—. Al principio pensaron que Dominik intentaba asesinarme, pero creen que en realidad necesita algo de mí y tengo fe en que el libro me dé una respuesta —añado avergonzada de mostrarle como mi ingenuidad nos ha costado la vida a todos.
—No puedo creer que no haya sido informado de esto —asegura a medida que lo que describo comienza a calar en su psique, aunque el comprender la situación solo parece indignarlo aún más.
—Ni mi tío, ni Carmen o Alex tienen la culpa de esto, se han desvivido por protegerme y de hecho ellos no saben que veníamos a hacer en Anfor —aseguro brava, poco dispuesta a que inculpé a más de las personas que quiero.
—¿Y como pensaste que podías entrar a la zona prohibida? —rebate con incredulidad.
—Todos dicen que mi luz es muy poderosa, creí que quizás gracias a ella podría resistir la oscuridad lo suficiente como para encontrar el libro —respondo teniendo cuidado de colocarme como la cabecilla de esta errada incursión.
—Creo que no eres consciente de lo valiosa que es tu vida, si de verdad eres quien dices ser —explica con escepticismo, poniéndose al cargo de la situación y escogiendo cuidadosamente la información que comparte.
—Mi vida no vale más que la de las personas que amo —aseguro con absoluta convicción, contemplando como su expresión se suaviza ante el pasional discurso.
—Jessica, tú podrías ser nuestra salvadora —sentencia con un tono que al instante hace saltar todas mis alarmas, como si instintivamente mi cuerpo y mente despertasen de su pasividad preparándose para lo peor—. No comprendo por qué han escogido mantenerte alejada de la verdad, pero la realidad es que hace miles de años las brujas blancas predijeron el nacimiento de un ángel con el poder de la luz. Alguien destinado a imponerse sobre la oscuridad por primera vez desde el inicio de los tiempos —relata con tiento, prediciendo la reacción destructiva que esas palabras van a causar, a medida que el término «destino» se clava en el centro de mi pecho como una daga.
—Mientes —reclamó con rabia, perdiendo por completo la compostura o cualquier clase de miramiento que haya tenido hasta el momento debido a su posición.
—No lo hago, las brujas escribieron la profecía en una tabla de piedra que aún conservamos. Tu simple existencia es un mito para nuestra raza —rebate incluso con cierta reverencia, produciendo que mi ansiedad ascienda hasta cotas inimaginables al ver el cariz que está tomando la negociación.
Entré dispuesta a entregar la vida consciente de que nada se solucionaría sin el derramamiento de sangre de alguno de los involucrados, pero ahora todo parece tornarse en mi contra de una manera sórdida y rastrera. Ciertas situaciones de los últimos días adquieren un tinte extraño: el que jamás me hubieran mencionado el nombre real de su adorado líder, que Mark no estuviera dispuesto a mostrar aún el uso del llamador o para más inri, las palabras de Ethan cuando le comenté sobre el plan por primera vez junto a la siempre comprensiva Erika «¿Qué dirá él cuando la vea?».
¿Será posible que se refiriese a mí y a Miguel? ¿Es cierto que ellos lo sabían y jamás se han atrevido a contármelo? El profundo dolor que solo causa la traición de un ser querido me atraviesa, arrastrándome al borde de las lágrimas, que hago el mayor esfuerzo por controlar con tal de no lucir débil ante el arcángel. Cuando creo haber encontrado una salida a través del libro, todo se desmorona como un castillo de naipes, y ahora el destino se impone con el fin de revelar un camino que no estoy preparada para enfrentar.
—Por obvias razones de seguridad, hasta que podamos asegurar que es cierto lo que cuentas, deberás mantenerte en Anfor durante un tiempo —informa minutos después, sin saber cómo actuar tras haber presenciado la manera en que su revelación me ha impactado. Por ello regresa al trono y a su apariencia de líder inflexible, contemplándome aún con cierta desconfianza, aunque por suerte la mirada despectiva de un inicio ha desaparecido.
—Me gustaría hablar con mi tío y con los chicos —pido en un susurro carente de fuerzas. Aunque fuese cierto que me han engañado ahora mismo necesito tenerlos cerca más que nunca, en especial a Ethan.
—Los elegidos tienen un duro trabajo por delante, parece que la batalla final ha llegado después de tantos siglos y las guaridas han de estar preparadas. Aun así te prometo que les informaré de lo sucedido y que no tardaras mucho en reunirte con ellos —responde con actitud diplomática, destruyendo cualquier esperanza de obtener respuestas inmediatas sobre por qué ocultaron algo tan importante—. Con respecto a los Black he de mantener una larga conversación con ellos, los verás por la mañana.
—¿No me ejecutarás por traición? —cuestiono con estúpida osadía, a pesar de saber que ahora que supongo de gran importancia para su querida raza, no está dispuesto a ponerme una soga al cuello. Una manera absurda de arriesgar de nuevo mi vida solo por el deseo de provocar de algún modo a ese odioso destino.
—Al menos por el momento, a pesar de la sinceridad que observo en tus palabras hay muchos temas por esclarecer. En especial si posees el poder del que haces alarde —contesta con una renovada dureza, dejando en claro que independientemente de mi importancia, no está dispuesto a perpetrar una lucha de poder—. Así que hasta que tengamos todos los detalles, eres una invitada y serás tratada como tal —promete zanjando el tema con tan solo una orden de sus labios. Entonces medito sobre de que manera incurrirá una joven como yo, que no se ha criado en este mundo y que prefiere hacer lo que cree correcto a lo establecido, en la protección de su raza. Puede que las brujas escribieran esa predicción, pero está claro que ninguno de los dos esperaba que hablase de mí.
—¡Edgar! —llama con decisión, provocando que esté ingrese a la habitación con obediencia, situándose a unos metros de nosotros esperando órdenes.
—Señor —saluda tras una cabizbaja reverencia.
—Por favor acompañe a la joven a una de las habitaciones para que descanse —declara con extremo respeto, dejando entrever la estrecha relación que existe entre ellos y que en cierto modo explica la presencia del troll en Anfor—. Preparen también las habitaciones habituales de Erika, Ricky y Ethan —añade sembrando un gran alivio en mi interior, y confirmando que aunque no he salido del todo ilesa de esto puedo descansar tranquila con la esperanza de verles pronto.
—Joven, si me acompaña —dice Edgar con un movimiento de su mano que intenta ser suave y elegante, pero que termina luciendo brusco debido a su constitución. Antes de dar un solo paso muevo mis manos encadenadas, tratando de soportar el indecible dolor que estalla en mi espalda cuando al fin me libera apartando los grilletes como si jamás hubieran existido.
Abandonó el consejo bajo su compañía, dirigiendo una última mirada al arcángel y a su preocupada expresión que advierte de que no he sido la única perjudicada con este encuentro.
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Editado: 19.02.2021