En el instante en que me materializó en casa de Mark, el peso de mis acciones cae sobre mí con brutalidad. Aunque sé que he de irme de aquí lo antes posible, no puedo evitar tomar al menos un instante para evaluar las repercusiones de lo que ha sucedido. Con manos temblorosas continuó sujetando el libro de las sombras, por el que he acabado entregando más de lo que jamás hubiera imaginado, mientras mi escuálida figura manchada de hollín demuestra en cierto modo el difícil camino que he atravesado para regresar a mi hogar.
Pero ni siquiera aquí estoy segura ya, pues mientras la adrenalina pulula por mi sistema a toda velocidad, flashes de lo sucedido en la biblioteca regresan dibujando una escena que parece más propia de la ficción. Actúe con plena consciencia, pero ahora el instinto de preservación que no elude ni siquiera a los ángeles, se hace cargo obligándome a permanecer atenta a cualquier mínima señal de peligro.
Incluso pese al conocimiento de que la casa se halla desierta, ya que Mark ha de encontrarse aún en Elis junto con Carmen y Alex, desconocedor de las últimas hazañas de su sobrina en Anfor, me pongo en marcha temerosa de que alguien aparezca por sorpresa. Así que encaminándome al armario tomó una sencilla mochila donde introduzco algo de ropa, productos de aseo y lo más importante, el libro. Es evidente que no es el lugar más indicado para proteger un objeto de tanto valor, pero hasta examinar cada una de sus páginas no pienso devolverlo a Anfor, independientemente del castigo que acarree mi desobediencia.
Cuando abandonó la casa para sumergirme en las profundidades de Manhattan con una simple sudadera en contra del gélido frío nocturno, camino sin rumbo buscando en realidad algo de tiempo a fin de reorganizar mis pensamientos. El arcángel ha de estar organizando a miles de guerreros para buscarme y a pesar de las evidentes muestras de mi presencia en casa, solo con eso no podrán averiguar qué rumbo he tomado. Así que debo aprovechar esa ventaja encontrando un lugar que ellos desconozcan y que sea seguro de los demonios, pero es algo más complejo de lo que parece.
Revisando los contactos del móvil concluyo que solo dispongo de un aliado útil en esta situación, pero al cual soy reticente de poner en peligro con tanta ligereza. Para más inri una fuerte tormenta comienza a agitar los cielos aportándome aún más desesperación de la que siento, y mientras me estremezco de frío en medio de una desierta parada de autobús bajo la lluvia torrencial, marco el número de mi salvador maldiciendo el tener que hacerle pasar por esto.
—Diga —escucho al otro lado de la línea, captando el tono pastoso de su voz, ya que a estas horas de la madrugada he de haber interrumpido su descanso.
—Brian soy Jessica, de verdad lamento llamarte tan tarde, pero… —digo tratando de modular mi voz para no preocuparle demasiado, no obstante soy incapaz de continuar al saber que con mi petición estaré poniéndole en riesgo.
—No hay problema ¿Estás bien? —pregunta ya desperezado al percatarse de mi desatinada actitud, haciendo uso de un tono más claro y frases cortas, con la esperanza de vislumbrar mejor que está sucediendo—. Jessica ¿Necesitas ayuda? —reitera al no escuchar respuesta alguna.
—Estoy bien, pero necesito una mano amiga —reconozco al fin, aclarando que mi vida no corre peligro, al menos no de la manera en que él se lo imagina.
—¿Dónde estás? —pregunta mientras advierto a través de la línea como se pone en marcha dispuesto a encontrarme. Por lo que le describo mi posición aún con el deseo de echarme atrás, o colgarle y fingir que nunca le he llamado—. Dame diez minutos, no te muevas de ahí y no hables con nadie —sentencia tajante antes de colgar, y dejarme sola bajo el estruendoso sonido de la lluvia cayendo sobre el techo de la pobre estructura en la que me he refugiado.
Tirando el teléfono contra el asfalto me aseguro de pisotearlo lo suficiente como para que quede irreconocible, insegura de que mis persecutores posean la tecnología necesaria para encontrarme a través de la señal del dispositivo. Exhausta caigo sobre el asiento, haciéndome un ovillo con el objetivo de conseguir algo de calidez mientras espero culpable la llegada de Brian y medito en que más vale que el contenido del libro valga la pena tanto sacrificio.
Finalmente el rugir de una moto anuncia su llegada y tras estacionar de cualquier manera, se acerca con una expresión cargada de ansiedad. Sin dedicarme una sola palabra toma mi rostro entre sus cálidas palmas para examinar por él mismo si he sufrido algún daño, pues parece que a pesar de mis esfuerzos, ha hecho sus propias elucubraciones sobre lo que podría haberme sucedido. Así que lo dejó hacer, sintiéndome mejor solo con su presencia y agradeciendo que sepa ignorar mi extraña apariencia en pro de mi seguridad.
—Ven conmigo —pide cuando termina de revisarme, dejando clara su intención de protegerme del mundo entero si fuese necesario, a pesar de que la fuerza de un humano jamás podrá competir con la de cualquiera de mis enemigos.
—¿A dónde? —pregunto imaginando cuáles serán sus siguientes palabras. Sin embargo me aferro a la idea inicial, que me conduzca hasta cualquier albergue o incluso un edificio abandonado donde poder acabar esta horrenda noche.
—Imagino que si estás así es porque has tenido algún problema con tu tío, así que quédate en mi casa a dormir —ofrece evidenciando que no me obligara a compartir el supuesto altercado con Mark y que solo busca ayudarme—. Por favor, no pidas que te deje en cualquier lugar sin saber si estarás bien —ruega al captar mi indecisión, como si el obligarle a hacer algo así fuera en contra de sus principios.
—Perdóname —digo incapaz de contener las lágrimas cargadas de incertidumbre, sabiendo que el pecado de amarle vale cualquier tiempo en Bakal, pero temo estar condenando su alma a ese mismo castigo.
—Solo quiero cuidar de ti y asegurarme de que estás bien —reitera tomando mis manos en un intento por infundirme algo de seguridad.
—¿Por qué eres tan bueno conmigo? —pregunto pues a pesar de saber que nuestra relación está abocada al fracaso, soy cada vez menos capaz de concebir mi existencia sin la suya.
—Porque no soporto la idea de que alguien te haga daño —confiesa con una intensidad que jamás he visto en él, como si sus palabras escaparan desde lo más profundo de su ser. De tal manera que incluso parece algo avergonzado e intenta ocultarlo disponiéndose a sacarnos de aquí—. Vamos, vas a enfermar como sigas con esa ropa mojada.
Así termino subida a la moto mientras nos conduce al resguardo de su hogar, un bonito pero sencillo edificio de apartamentos. Habiéndome amparado en su protección durante todo el camino, ahora ingreso con cierta timidez a su piso, mientras él sujeta la puerta incitándome a explorar. A medida que lo hago voy sintiéndome más cómoda, consciente de que este es su refugio, el lugar donde puede actuar como quiera sin que nadie le juzgue y estoy tremendamente honrada de que me lo presente. Tratando de romper el hielo Brian me conduce por las diferentes habitaciones en un breve tour, hasta que alcanzamos el dormitorio.
—Creo que estarás más cómoda aquí, yo dormiré en el sofá —dice señalando a la enorme cama vestida de negro, cuyas sábanas están algo revueltas, incitándome a imaginar su seductora figura durmiendo plácidamente.
—Brian no tienes por qué hacerlo, yo te he invadido —advierto poco dispuesta a aprovecharme de su hospitalidad. A pesar de lo tentadora que resulta la idea de descansar rodeada de ese aroma picante, incluso un tanto especiado que le caracteriza y que tiende a embriagar mis sentidos.
—Eres mi invitada —sentencia dejando en claro que no importa lo mucho que insista, si he aceptado venir a su casa no va a ofrecerme nada menos que lo mejor—. Dejaré toallas en el baño para que puedas darte una ducha y algo de ropa.
—Gracias —digo sin encontrar palabras más acertadas que muestren cuánto significa lo que está haciendo.
—Voy a ver también que encuentro en la nevera, tienes aspecto de no haber comido nada —menciona abandonando la habitación, teniendo en cuenta incluso mi necesidad de estar sola a pesar del sosiego que representa su compañía.
Sin querer ensuciar la cama, dejo la mochila en el suelo encaminándome hacia la ducha, desesperada por hacer desaparecer la prueba más notoria de este extraño día. Bajo el agua los problemas parecen desvanecerse y para cuando llegó a la habitación encuentro una camiseta blanca y unos pantalones de pijama, junto a un bol de espaguetis que tienen una pinta deliciosa. Advierto que al menos esta noche no volveré a ver a Brian, pues ha preferido concederme algo de espacio. Entretanto lo imagino en el sofá del salón y no puedo evitar preguntarme si estará pensando en mí en estos momentos. Bajo esa alentadora esperanza, me dejo llevar en los brazos de Morfeo, ansiando la presencia del joven humano.
A la mañana siguiente despierto con los sonidos del tráfico que circula por los alrededores del edificio y mientras me desperezco, recaigo en que hace mucho que no descansaba tan bien. Aprovechando este momento de intimidad, ya que anoche estaba demasiado exhausta como para ahondar en mis deberes, rescato la mochila y saco el libro, conocedora de mi ingenuidad al haber dormido tranquila mientras todos han de estar buscándome.
Pero ahora con la mente más clara y en un lugar en el que me siento estúpidamente segura, escojo adentrarme en él con renovada convicción. Recorriendo con reverencia los dibujos que muestra la portada, el cuero que lo conforma debiera estar ajado y descolorido después de tantos años, sin embargo la única muestra de su longevidad se halla en el tinte ligeramente amarillento de sus páginas. Perdida en el contenido me embebo de cada resquicio de información, desde el origen de los ángeles, a cualquier detalle sobre las diferentes razas de Elis y los demonios.
Es evidente que las brujas blancas previeron una futura guerra entre el bien y el mal que equilibrará la balanza hacia una de estas fuerzas, pues cientos de conjuros, protecciones y hechizos de defensa, ilustran sus páginas con extrema claridad. Entre ellos uno resalta poderosamente, no solo porque el texto parece haber sido escrito con sangre, sino por el título que le da nombre «Ritual de liberación».
Con manos temblorosas por la excitación de estar encontrando sentido a gran parte de los acontecimientos que han sucedido hasta ahora, releo el texto una y otra vez. Se describe la posibilidad de que la oscuridad pueda liberar a sus demonios de alto rango, concediéndoles la oportunidad de vagar libres por la Tierra y Elis, un secreto del que sospecho ya se ha hecho oídos.
Al parecer solo la oscuridad encarnada podría ejecutarlo y por ende ha de encontrar un ser con la suficiente fuerza como para recibirlo en su interior de manera voluntaria, quien por supuesto no es otro que Dominik. El otrora serafín sería el elegido para recolectar un trío de almas puras: humana, angelical y mágica. Haciendo uso de una marca muy concreta el espíritu de la víctima queda en su poder a fin de usarlo a su antojo, y mientras recorro el símbolo con la yema de mis dedos lo veo marcado en la muñeca de mama aquel fatídico día.
Bajo la repetición de unas palabras rituales ahí descritas, junto con las almas y el poder de una luna de sangre, la oscuridad recluida en ese cuerpo entonces inmortal, abriría el portal hacia Bakal dejando a la humanidad a merced de sus criaturas. Ahora es entendible porque Dominik escondió el libro tan vilmente, examinó su contenido en el pasado y ante la imposibilidad de llevárselo de Anfor, escogió reservarlo de manera que nadie pudiera acceder a este nunca más. Eso dejaba incapacitados a los ángeles para luchar llegado el momento, pero del mismo modo, él continúa necesitando las palabras rituales que este describe. Por lo que en cierto sentido mi descuido al sacarlo de Anfor, le representa una oportunidad de oro para sustraerlo.
Todo ello además confirma definitivamente que Dominik es el asesino de mi madre, habiendo recolectado su alma para este sucio fin. Imagino que no tuvo que costarle demasiado hacerse con víctimas procedentes de Elis y cuando pienso en la humana que necesita, un inocente rostro se dibuja en mi mente dejándome sin aliento. De hecho el impacto es tan apabullante, que me levanto de la cama y corro en busca de Brian, desconocedora de cuánto tiempo dispongo antes de que la supuesta luna de sangre anuncie nuestro fin. Lo encuentro con actitud calma removiendo unos jugosos huevos revueltos, hasta que al percatarse de mi nerviosismo comprende que necesito de su generosidad en lo que espero, sea una última vez.
No recuerdo bien la dirección, ya que la primera vez que recaí en su existencia fue cuando uno de los carteles que anunciaban su desaparición quedó pegado a mi zapato durante mi cita con Brian en la feria. Pero jamás olvidaré su nombre, Elizabeth Bennet desapareció de su casa en medio de la noche, mientras dormía a salvo en su cuarto. Teniendo tan solo dieciséis años sus padres quedaron devastados y la policía confusa, ante un caso en el que no podían explicar cómo la muchacha se había desvanecido casi por arte de magia. Brian es tan gentil de prestarme su móvil y mediante una escueta búsqueda logro dar con la vivienda, así que tras asearme empleando la ropa que tengo reservada en la mochila, agradezco su ayuda para partir por cuenta propia.
Como cabe esperar me prestó algo de dinero e incluso intentó disuadirme de ir bajo esta actitud intempestiva, pero sabiéndolo seguro en su apartamento, marcho a pesar de que su bondad es merecedora de un mejor trato. Ahora en el taxi resulta irrisorio lo curioso que es el destino, la historia de Elizabeth me cautivó de tal manera la primera vez que la vi que guarde aquella papeleta en el bolsillo del pantalón sin saber lo que en realidad representaba su vida. Y a pesar de que los verdaderos intereses de Dominik para conmigo continúan siendo un interrogante, la proximidad del apocalipsis que la humanidad ha vaticinado durante siglos se convierte en una obvia prioridad.3
Ya en la ubicación, pago al conductor y con un ligero vistazo localizo el número correspondiente a la dirección que he memorizado, por lo que me encamino a la coqueta casa terrera mientras los nervios aumentan. De manera que sin pensarlo demasiado aprieto el botón del timbre, dándome cuenta entonces de que no he planeado siquiera qué es lo que voy a decir. Así que cuando un caballero de mediana edad abre la puerta con actitud expectante, intento poner todo de mi parte para sonar de lo más creíble.
—Buenas, lamento molestarle en estos momentos, pero iba al instituto con su hija y hace unas semanas le preste unos libros de estudio que necesito de vuelta —digo logrando contra todo pronóstico que mi voz suene clara y concisa. Aunque quedo impactada por la presencia de este pobre hombre, quien es evidente que aún se lamenta por la pérdida de su niña.
—No te preocupes, puedes ir a ver en su cuarto, quizás allí los encuentres —responde con un tono que denota su cansancio, pero sobre todo la manera en que la situación les está consumiendo. Hasta tal punto que ni siquiera dispone de la fuerza mental para sospechar de mis intenciones o cuestionar la descortesía de irrumpir en sus vidas por unos absurdos libros.
—Muchas gracias y discúlpeme de nuevo —digo consciente de que la escena donde todo comenzó, es el lugar perfecto para encontrar la posible presencia de demonios.
—Te pido que no hagas mucho ruido, mi mujer está descansando aquí al lado —dice una vez que llegamos al segundo piso y se dispone a abrirme paso a la habitación de su hija, la cual han de concebir en estos momentos como un santuario.
—Por supuesto —juro ingresando en ella con tiento y sin atreverme a tocar nada, fingiendo especial atención en los libros. Hasta que irrumpe esa punzante sensación en la nuca que ya asocio con la presencia de la oscuridad y cuyo foco radica en el suéter rojo que está colocado sobre la cama con veneración.
—Es lo único que rescataron de ella, dicen que no vale como prueba así que dejaron que Nancy se lo quedara —aclara al percatarse de mi curiosidad por la prenda, tratando de contener la emoción. Pero sin saberlo acaba de confirmar que Dominik ha tenido algo que ver con todo esto, y con esa certeza quizás pueda traer a su hija de vuelta a casa.
—Creo que no los encuentro, pero no pasa nada compraré unos nuevos. Lamento mucho lo que le ha sucedido a Elizabeth —declaró deseando romper con esta tortuosa farsa hacia un padre que habría dado gustoso su vida por la de su pequeña.
—Mi mujer sigue teniendo esperanzas, pero yo… —confiesa rompiendo en llanto, aunque ocultándolo avergonzado. Me encantaría prometerle que la encontraré o al menos que haré pagar al desgraciado que nos arrebató a ambos un ser querido, pero sería inútil. En primer lugar porque no puedo asegurar que su hija esté viva, en manos de la oscuridad las probabilidades de que no la hayan asesinado ya son escasas, pero por primera vez me esfuerzo en tener esperanza. Y segundo, porque no sé si tengo lo necesario para derrotar a Dominik, independientemente de lo mucho que lo deseo.
A medida que abandonó este hogar roto por la pena algo en mi interior se compromete a que si la joven continúa con vida, aseguraré que al menos ella tenga la posibilidad de un final feliz. Ha sido arrancada de una buena familia por un avieso fin y si logro resistir lo suficiente hasta dar con su paradero, no importa lo que tenga que sacrificar para salvarla. Cuestionando cuáles han de ser mis siguientes pasos, camino por la deshabitada calle a medida que el cielo se carga de inquietantes nubarrones grises que irrumpen en el soleado clima reinante. Entonces un violento graznido llama mi atención hacia un pequeño cuervo situado en medio de la acera que me obliga a detenerme.
Bajo un ritmo alarmante más aves se unen a su causa y para cuando me percato comienzan a sobrevolarme en una acosadora espiral, donde me remuevo desesperada e intentó cubrirme como puedo de sus agresiones. En medio de la bandada de fieras, tropiezo cayendo de bruces contra el asfalto y quedó sin aliento durante unos minutos, pero eso me obliga a reaccionar antes de que acaben conmigo. Quizá estoy acostumbrándome a esta clase de situaciones límite, pues sé que una fuerza oscura se esconde tras estos envenenados cuervos. Así que poniendo en ello toda mi concentración creó una cúpula de luz, que nada más rozarla hace estallar a los espectros dejando tras de sí una pila de cenizas.
Tirada en el asfalto sin apenas fuerzas para moverme vislumbro una alta figura encaminándose hacia mí con paso firme, hasta que se detiene a tan solo unos metros de distancia por lo que obtengo una perfecta visión de su rostro. Más allá de esa mirada cargada de maldad y vicio que jamás olvidaré, posee un porte fuerte, cabellos rubios que suavizan su dura belleza masculina y una sonrisa escalofriante que termina por reafirmar su origen.
—¿Quién eres? —preguntó deseando conocer su nombre, pues a pesar de la finura con la que viste, pocas cosas pueden camuflar la perversidad intrínseca de un demonio. Entretanto aprovechó para esconder la mochila debajo de mi cuerpo, buscando no atraer su atención sobre ella.
—Soy Molok, uno de los favoritos de tu amado padre —responde soberbio, mostrando que a diferencia de Angelique no es el perrito faldero de Dominik, sino que más bien se autoconvence de ser un fiel aliado—. Moldravik disfrutaría tanto con esto —murmura como si el pensamiento escapase de entre sus labios, aunque su carácter deja claro que le importa poco lo que yo pueda pensar sobre su repugnante presencia.
—Ese traidor no es mi padre —sentenció incapaz de mantenerme impasible ante tal insulto.
—Es una pena, porque él es el único que puede ofrecerte lo que más deseas —añade con sorna y comienzo a entender que este ataque no es simple casualidad, sino que su esbirro ha llegado hasta mí con una clara misión entre manos—. La verdad, además de a esa inocente joven y pura, ¿No es ella la razón por la que estás aquí? —ofrece confirmando en cierto modo que Elizabeth sigue con vida, y que Dominik se va a encargar de utilizarla en mi contra como todo buen estratega.
—¿Qué pretendes? —preguntó con una voz en la que es evidente mi desconfianza y enorme desprecio.
—Mi señor desea tener una reunión contigo. Si aceptas, Angelique estará esperando a la medianoche en vuestro lugar especial —responde haciendo clara referencia a Central Park, el área en el que la pelirroja y yo nos encontramos por primera vez, en términos no demasiado amistosos—. Antes de partir, tengo la obligación de recordarte que quizás él no te quiera muerta, pero no disfruta de que se inmiscuyan en sus asuntos —añade irradiando el ansia que lo consume porque el designio de su querido amo cambie para poder tratarme como desea. Aunque entretanto remanga su pantalón de traje italiano, agachándose hasta quedar a mi altura.
—Púdrete —escupo a pesar de mi evidente desventaja.
—Él cree que has aprendido algo después de todo este tiempo, pero está claro que Miguel y tu querida familia te han clavado bien las garras —medita alzándose impasible, sin molestarse en atacarme por mi falta como seguramente Angelique lo habría hecho. Por el contrario se recoloca su corbata y desaparece de mi vista—. Sin embargo, los Bennet no son más que simples humanos ¿no es cierto? —añade avivando mis sospechas de que algo horrendo está a punto de suceder, así que levantándome a expensas de mi deplorable estado, corro en sentido contrario desesperada por regresar a la casa.
Bajo el único pensamiento de llegar a tiempo para auxiliar a la pareja, creo estar muy cerca de lograrlo cuando mis pies trotan sobre el jardín, situándome a escasos metros de la puerta. Pero mientras mi vista se mantiene fija en el objetivo, captó por el rabillo del ojo la sombra desdibujada de un cuerpo que se aproxima raudo y justo cuando una enorme explosión se produce ante nosotros, el desconocido me envuelve protegiéndome de la mayor parte de la onda expansiva y el fuego.
Cayendo al césped con su pesado cuerpo encima de mí, a penas logró mantener la consciencia mientras el humo me ciega y un pitido ensordece mis oídos. No obstante trato de abrir los ojos conocedora de que este ser no es humano, aunque solo alcanzo a percibir una gran preocupación en su fascinante mirada antes de caer confiada en brazos de la oscuridad.
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Editado: 19.02.2021