Hace diecisiete años en la ciudad de Los Ángeles.
Una joven mujer se encontraba llenando las copas ya vacías de los pocos clientes que en el bar se hallaban. Un miércoles por la noche era extraño que asistieran más de diez personas a aquel tranquilo lugar.
–Espero que disfrute su quinto café de la noche, señor.– comento con cierta burla la mesera a aquel periodista que era un cliente habitual en el bar, este le sonrió mientras seguía tecleando en su computadora, pues necesitaba terminar su nota sobre los recientes asesinatos ocurridos en la zona.
Entonces el sonido de la campanilla, que indicaba que alguien había ingresado al recinto, corto el tranquilo silencio de la noche. La mesera, que estaba limpiando el mostrador, pudo ver la espalda del muchacho que acababa de ingresar y se había sentado en una de las mesas que se encontraban contra la pared y tenían como asiento cómodos y acolchonados sillones negros, secando sus manos en su delantal y saliendo de detrás de la barra, se encaminó para tomar la orden del desconocido. No necesitaba llevar su libreta, ya había tomado la orden de todos allí. Además, probablemente solo venía por un café o un pequeño aperitivo.
Oh, cuán equivocada estaba.
–buenas noches, ¿qué desea ordenar?– Pregunto la joven una vez se hallaba frente al sujeto, que visto de cerca, era bastante apuesto. Su cabello castaño ligeramente rizado y sus ojos color avellana lograron capturar la atención de la ingenua mesera, quien sin saberlo había caído en la trampa.
–Deseo muchas cosas señorita.– Su voz grave y aterciopelada fueron como una caricia para los oídos de la muchacha. – Pero por el momento me conformo con una copa de su más caro vino y una buena conversación, la última es un poco difícil de conseguir en estos días, ¿cree usted poseerla?– Una sonrisa ladina y con disimulada burla se había instalado en su rostro al percibir el nerviosismo de la chica y cuando la vio asentir y caminar apresurada para buscar su pedido, supo que su plan estaba saliendo a la perfección.
...
Como era de esperarse, la joven mesera calló ante los encantos del apuesto lucifer, obviamente sin saber quien era realmente.
Ella estaba perdidamente enamorada y él estaba satisfecho con los resultados de su trabajo, pues solo fue cuestión de tiempo para que su enamorada tuviera en su vientre al futuro príncipe del inframundo, o princesa, quien sabe. Lo importante es que llevaría su sangre y gobernaría junto a él en el infierno.
Cuando llegó el día del parto, la mujer que hasta hace un tiempo vestía un delantal y llevaba copas en un bar, se encontraba acostada en la cama de una cabaña que su pareja había rentado por el fin de semana, según él tendrían un pequeño descanso antes de que naciera su, ya confirmado por los doctores, querida hija. Por supuesto que él sabía que hoy se daría el nacimiento, tenía todo pensado desde que puso un pie en ese mundo.
–solo puja un poco más, cariño.– Él mantenía la calma, hasta parecía divertido con la situación, mientras ella estaba bañada en su sudor mientras lágrimas caían por sus ojos y gritos de un profundo dolor inundaban en lugar cuando hacía más y más fuerza, sentía que le estaban arrancando la vida de a poco para dársela a ese ser que estaba ansioso por salir al mundo, lo cual no estaba muy lejos de ser la verdad.
– ya casi...– un grito más fuerte que todos los anteriores quedó olvidado cuando seguido de este un potente y agudo llanto se escuchó en todo el lugar.
El apuesto hombre tomó a la criatura en brazos mientras la observaba con un brillo de fascinación en su mirada, luego volteó a ver con desinterés a la mujer que poco a poco iba perdiendo la vida y la vio hacer el amago de extender sus manos para tomar a su hija.
–ella no es tu hija, tonta humana, es mía. – dijo con recelo y desprecio en su mirada mientras mesia a la bebé en sus brazos, quien comenzaba a quedarse dormida. Ante la mirada confusa y cansada que le dio la mujer, el bufo con burla y le dedicó su tan característica sonrisa ladina. – ya no me sirves, y para tu suerte y mi desgracia él te llevará, nunca verás a esta pequeña otra vez.– y justo al terminar de hablar los ojos de la mujer se cerraron y su vida la abandonó lentamente, dejando en silencio absoluto todo.
Lucifer dejó de prestarle atención al cadáver en la cama y comenzó a caminar hacia la puerta, tratando de no despertar a la niña. Una vez frente a la madera, cerro los ojos y murmuró unas inentedibles palabras, luego abrió la puerta y abandonó el lugar.
Un sitio completamente diferente se hallaba frente a él y podía decirse que se sentía en casa. Almas en pena y gritos de agonía le dieron la bienvenida, junto con demoníacas risas.
En ese momento la bebé abrió sus ojos y observó con curiosidad el lugar que la rodeaba, al ver esto Lucifer no pudo evitar sonreír.
– Bienvenida, Lila.–
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Editado: 23.09.2019