La palabra perfecta para describir cómo es vivir con Severus Snape, es simple:
Locura.
¿Un sujeto que puede matarte de envenenamiento? ¿Una niña loca? ¿Calaveras parlantes, cuervos desquiciados? ¿Rumores de que la gran casa Prince está embrujada? ¿Pasadizos ocultos? ¿Shampoo Pantene?
¡Já! Todo eso lo podías encontrar sin mayores dificultades en mi casa.
Vivir ahí era como vivir en la casa de "los locos Armas". Sin embargo, me encantaba ser Tuesday.
Mi familia era relativamente grande. Si contamos a los que no están vivos, claro.
Porque el único familiar vivo que tengo es mi padre. Pero los espíritus de todos mis ancestros aún vivían ahí, apegados al que alguna vez fue su hogar después de la muerte, gracias a la maldición de una cruel bruja oscura. Era algo triste.
Es complicado de entender, yo aún no logro comprenderlo totalmente. Pero cada Prince, conserva su alma en alguno de los rincones de mi casa. En cualquier forma, tamaño, o lugar.
En estatuas vivientes, en retratos parlantes, muñecas sin cabeza, y...Bueno, creo que ya di más información de la necesaria.
El resto lo dejo a su criterio.
Ahora hablemos de mí —¡mi tema favorito!— soy sexy, graciosa, e inteligente. Caso cerrado.
¡Joder, soy un paquete completo! ¡Aprécienme!
Creo que mi vida es muy común. Claro, si quitamos el hecho de que soy una bruja con poderes...err...especiales.
Pero eso lo sabrán más adelante.
Por ahora hay que centrarse en el presente. O quizá deba retroceder un poco más atrás:
Por el verano mi padre y yo volvemos a casa, en donde leo, converso con mis familiares muertos, veo novelas Mexicanas en mi pequeña televisora, toco el piano, y asusto a los niños con mi arco y flechas.
Eso es lo que hacen las niñas normales...¿no?
Pero cuando no estoy en casa estoy en el mejor lugar del mundo, Hogwarts. Ciertamente, mi padre no tenía otra opción: era eso, o quedarme sola en casa, y Quejicus no estaba dispuesto a confiarme su hogar. Aveces me preguntó ¿tendrá él amigos? Además de su juego de química, por supuesto (realmente no era un juego de química, sino sus herramientas para hacer pociones, pero era divertido verlo enfadar).
Aunque no tengo lo que se puede llamar amigos allí. A excepción de mi padrino Dumby, contaba con cierta compañía de Mcgonagall y Hagrid y hacía travesuras con Peeves.
Podría tener muchos más amigos si encontrara a alguien con mis mismos gustos, y que no se asuste fácilmente, ya que al parecer la palabra Snape causa terror, y mi apellido tenía que ver con el profesor más intimidante en Hogwarts. El amargado, frío, dueño y señor de las mazmorras ¡Severus Snape! Y, ¿adivinen? Yo, con mi suerte, tenía que ser su hija, y ni siquiera comprendo cómo es qué estamos emparentados. Yo soy muchísimo más adorable.
Pero, en fin, así es la vida: Un verdadero desafío escalofriante y locuaz donde no existe la justicia. Una luz titilante que algún día se apagará.
☾
El primer día del año escolar había dado su apertura. Y ahora estoy sentada en el regazo de mi padre, pues había aprendido que hacer aquello evitaba malas miradas hacia mí.
¿Quien se atrevería a mirar a la hija del profesor de pociones de esa forma, en presencia de él?
Exacto: nadie. Lo sé, además de guapa soy inteligente.
A mi padre al principio no le agrado mi idea —y aún no le agrada— pero finalmente se había convertido en costumbre.
A decir verdad, por dentro estaba brincando de felicidad por estar ahí. Era genial pensar, que hacía solo dos años, por fin había sido libre de ese infierno llamado Auntie Umbridge, y que no volvería jamás a ese sitio.
Aún recuerdo ese sentimiento de alivio, al librarme de ese intento de ser humano que es Umbridge.
La odiaba por muchas razones. Pero la principal, era porque el orfanato era un lugar más que nada para lavarle el cerebro a los niños, y así enseñarles desde pequeños que el ministerio era bueno, y que siempre había que estar de su lado.
Yo no me lo tragué, y por eso me despreciaba.
Ministerio mi trasero.
Por eso está en mis planes ser ministra. Quiero cambiar muchas cosas, comenzando por mejorar los derechos de los niños en el mundo mágico.
El gigantesco banquete había sido servido por arte de magia, mientras que el primer curso pasaba uno a uno sus cabezas —estoy segura que el sombrero remendado debía tener piojos— bajo el viejo sombrero seleccionador.
Yo estaba sumamente aburrida, jugaba con mi tenedor, y removía inquieta las albóndigas de mi plato. Ninguno de esos niños me interesaban en lo más mínimo. Qué hubiesen más personas sólo significaba una sola cosa:
Más malas miradas. Más temor.
Movía a un lado y al otro mis cortas piernas —para patear a Quejicus intencionalmente—. Quería irme, y tener un déficit de atención e hiperactividad no ayudaba de mucho.
Pero le había prometido a Dumby deleitarlo con mi maravillosa presencia durante el banquete. No rompería mi promesa.
McGonagall parecía ir cada vez más lento, pues del largo pergamino seguía exclamando apellidos con «B».
El tiempo se deslizó tan despacio bajo mi aburrimiento que quise rodar los ojos.
El lado positivo era que la comida.
Casi tan deliciosa como yo.
Sin embargo, mi mente estaba en otro sitio: la broma con Peeves.
Habíamos dicho que a principios de año le haríamos una broma a la persona más detestable de este castillo, es decir, Argus Filch, el conserje.