-¡Detén el maldito autobús! -grito desesperadamente una y otra vez al conductor entre tanta desesperación. En su lugar, aprieta con mayor fuerza el acelerador, parece que no está entrando en razón. Al ver que se acerca demasiado al borde del puente, nos agarramos de lo primero que podemos. Mi mano presiona fuerte la de Luana, que busca con desesperación mi mirada. Me resisto para no mirar por la ventana.
Comenzamos a caer al precipicio. Puedo oler la muerte, tan cerca, con ese deseo de abrazarnos y finalmente llevarnos. Imágenes de mi familia y amigos se agolpan en mi mente, al parecer es cierto eso de que cuando estás en tus últimos segundos de vida se te pasan todas las experiencias por delante.
El puente se resquebraja entero, y el autobús toma aún más velocidad antes de caer. Estamos yendo directo al vacío. Los segundos comienzan a hacerse minutos, veo todo en cámara lenta. Me falta el oxígeno. Luana me grita algo pero no alcanzo a comprender. Mis ojos se cierran. Lo último que siento es que ya no nos desplazamos sobre algo sólido.
***
Despierto boca abajo sobre el pequeño pasillo. Ya no estoy aferrado a su mano, un hedor a sangre nauseabundo impregna el ambiente. Hago lo imposible por abrir mis ojos.
Giro mi cuello para un lado y luego para el otro, no logro dar con su mirada, el dolor me consume. A los lejos escucho gritos amortiguados. Mis oídos retumban y mi visión está nublada. Un líquido espeso y frío baja por mi pómulo izquierdo.
Mis fuerzas flaquean, reprimo un grito de dolor cuando se me incrusta un pedazo de vidrio en la mano al intentar levantarme. Caigo al suelo nuevamente. El mundo me da vueltas, y todos mis intentos por ponerme en pie son en vano. La sangre comienza a emanar del corte. Haciendo movimientos lentos y en serie, saco como puedo el cristal. Una punzada de dolor atraviesa mi cuerpo cuando agrando el largo y ancho del corte.
Saco fuerza desde donde no la hay y logro ponerme en pie. Todo lo que me rodea es un paisaje del terror. La niebla, poco a poco, ha inundado cada recoveco del autobús.
Agarrándome de todo lo que me ayuda a mantener en pie, busco en cada espacio del transporte, o lo que queda de él a Luana y a Rachel. Al pasar arrastrando mis pesados pies, recibo súplicas de ayuda. Hago caso omiso de ellas y sigo buscando. No puedo desperdiciar la poca fuerza que me queda.
¿Cómo he sobrevivido a semejante caída?
No están.
Las busco nuevamente. Mi cuerpo se encuentra cada vez más agotado. Nada. La niebla no me deja ver más allá de un metro ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? No hay rastros de Luana, ni de Rachel, ni de la señora con su bebé, ni del chico con auriculares. Faltan la mitad de los pasajeros. ¿Habría llegado ya la ambulancia y me dejaron aquí olvidado con otras personas en estado moribundo? Un grito desgarrador me saca de la confusión.
-¡Auxilio!
-¡Luana! -¿ha sido ella? Suena muy similar.
-¡Auxilio! -vuelve a gritar. No se oye demasiado lejos. Salgo corriendo del autobús con una acentuada renguera, pero de repente todo dolor se ha esfumado de mi cuerpo. Me llega una fuerte dosis de adrenalina al escucharla.
-No eres Luana -le digo cuando finalmente llego hasta el lugar de donde provenían lo gritos.
La chica me suplica que la ayude. Está atrapada entre dos asientos que, al parecer, han salido despedidos junto a un gran pedazo de autobús. Está inmovilizada y, a simple vista, solo tiene un corte en la ceja. Parece ser lo único que le ha sucedido. ¿Cómo es posible que estemos vivos?
El peso del equivalente a un camión me cae encima. Me desespera no poder encontrar a mis amigas.
Apoyo mi mano izquierda sobre el asiento que da a su espalda. Una chispa de dolor recorre todo mi cuerpo cuando reavivo la herida. La chica gime. Vuelvo a apoyar mi mano, esta vez con más cuidado y hago fuerza para liberarla.
-Gracias -exclama mientras se recompone, frotándose el cuerpo entero como quien estuvo inmovilizado por mucho tiempo, y de hecho, podría ser así, no tengo idea de cuanto tiempo ha pasado desde la caída. ¿Me habrán dejado pensando que estaba muerto?
No.
Mis amigas no dejarían que eso suceda.
-Por un momento pensé que me dejarías aquí tirada ¿A quién buscas? -su voz se escucha ronca, seguramente por la conmoción del momento y el esfuerzo que estuvo haciendo al gritar.
-Em... a Luana, pero tú no eres Luana.
-No, mi nombre es Grisel, ¿y el tuyo es?-No puedo creer que esté sucediendo esto ¿Quién tiene tiempo para este tipo de cosas después de tener un accidente? Sin lugar a dudas a nadie le importarían las malas impresiones.
-Leon -contesto de todos modos-. ¿No has visto a Luana? ¿O a Rachel?
-No, no he visto a esa tal Luana, y menos a Rachel, he estado atrapada aquí desde que caímos, y no tengo mucho rango de visión, por si no te has dado cuenta -se percata de su tono de voz y agrega-: Lo siento, es que estoy confundida. Esas chicas de las que hablas ¿Eran las que estaban contigo antes de subir al autobús?
Afirmo con la cabeza a modo de respuesta. Ya me estoy cansando de su presencia. Atino a dar un paso para alejarme, y ella se muestra dispuesta a seguirme. No le digo nada.