Lina — Portal de Libben
Madre e hija se hallaban en la cocina.
— Mami, ¿qué pasó con la abuelita de Clara?
En la mañana, Rayla, la madre de Clara, se había acercado hasta ella en el pueblo, para pedirle algo que los ayudara a sobreponerse al dolor de la pérdida.
— Ella ha muerto — respondió Ilbana mientras separaba hierbas para el elixir.
— ¿Y eso quiere decir que se ha ido?
Lina se encontraba sentada tras ella, dibujando en un pergamino.
— Sí, se ha ido.
— ¿Y no la veremos ya nunca? Ella nos preparaba las meriendas — declaró la niña entristecida. — ¿Por qué se fue? ¿Ya no quería estar aquí?
— Hay un momento en la vida, hijita, en que ya hemos aprendido todo lo necesario aquí y debemos continuar nuestro camino para aprender otras cosas.
— ¿Es porque era muy vieja? ¿Ya no podía aprender más?
La madre sonrió ante el razonamiento de Lina.
— No, no es por eso. Hay personas que se van jóvenes. Es porque cumplieron lo que se habían propuesto para esta vida.
— ¿Entonces van a otra vida a aprender otras cosas?
Por momentos, Ilbana se volteaba para mirar a su hija cuando respondía.
— Sí, así es. La muerte es una puerta hacia otra vida.
— Ah. ¿Entonces volverá a nacer?
— Sí, seguramente.
— Pero... ¿Y cómo sabremos que es ella?
— Bueno, puede que ella recuerde quien es y nos lo diga, o puede que la reconozcamos por su personalidad… — contestó sin detenerse mucho a pensar en lo que decía, concentrada en su tarea.
— ¿Pero seguirá siendo ella?
— No, porque vendrá a hacer cosas diferentes.
Lina hizo silencio durante unos minutos.
— Yo no quiero que tú te vayas — dijo observando a Ilbana con sus grandes ojos infantiles.
En este momento la mujer dejó su quehacer y se volvió para sentarse junto a su hija.
— Todos nos iremos alguna vez, pero cuando yo me vaya tú ya no me necesitarás.
— No es cierto, siempre te necesitaré, mamá.
La pequeña abrazó a su madre comenzando a derramar lágrimas.
— Hija, quédate tranquila — la consolaba. — Eso no sucederá en mucho, mucho tiempo — secando sus lágrimas la besó en ambas mejillas.
— Clara debe estar muy triste…
— Sí, así es – se sintió orgullosa de la empatía que mostraba su hija.
— Estaré con ella — la niña se levantó y, secando su rostro con su delantal, salió del recinto.
Días más tarde, cuando Karonte había regresado de su viaje, Ilbana relató a este lo sucedido, ignorando la presencia de Lina detrás de la puerta.
—... Pero si es algo bueno, ella trascendió a otra etapa.
— Sí, lo sé, pero Lina cree que ya no la volverán a ver y eso le produjo congoja.
— Debemos hablar con ella del tema más seguido, para que vea que no es algo malo, o será muy duro si en algún momento optamos por las profundidades de la transmigración.
— ¿Qué es la "tasmirgación"? — irrumpió Lina, abriendo la puerta de golpe.
— ¿No estabas con Clarita? — preguntó su padre enarcando una ceja. — No importa. Ven, hablaremos de esto — dijo dejando su actividad en la cocina y sentándose a la mesa.
Lina, al notar que había quedado en evidencia que estaba espiando, se acercó con la cabeza baja, sin decir nada.
Su madre, que tejía, cambió su tarea por la de su esposo, quien limpiaba verduras para el almuerzo.
Karonte extendió los brazos hacia la niña y, abrazándola, la sentó en su regazo.
— La transmigración hija, es cuando el alma se transforma, tú sabes lo que es el alma, ¿verdad?
— Es quienes somos por dentro, que no es nuestro cuerpo — respondió como de memoria.
— Sí, pero... ¿Lo entiendes?
— Es todo lo que pasa por mi cabeza y mis sentimientos — respondió mientras asentía con la cabeza.
— Exacto, eso permanece y nunca deja de existir – explicó. — Cuando trasmigramos, no morimos como todos creen, el alma nunca muere. Lo que sucede es que cambiamos este cuerpo por otro, puede ser parecido o diferente, ¿lo entiendes?
— ¿Hay muchas clases de cuerpos?
— Sí, muchos, algunos sólidos como el que usamos ahora y otros espirituales, los hay grandes y pequeños…
— Como los duendes — sonrió.
— Así es — sonrió el hombre, el cual, a los ojos de la niña, era el más hermoso que existía. — No debes temer, sino confiar. Lo que la mayoría llama muerte es una de las maravillas más grandes de la creación, es igual que el nacimiento.
— Pero ¿y si no nos volvemos a ver?
— Eso es imposible, hija, porque nuestras almas están unidas. Mira.
Moviendo su mano como si tuviera en ella un pequeño cuenco en el que sacudía agua, le enseñó una luz que se formaba y se agrandaba lentamente sobre su palma, hasta tener el tamaño de una naranja. La puso a la altura de su rostro y soplo sobre ella, haciendo que su luminiscencia se expandiera entre ellos. Esto reveló, mágicamente, delgados cordeles plateados, como una trama, que los contenía y contenía todos los objetos.
El asombro no permitía a Lina hablar. Embelesada, no deseaba que aquella magia se terminara, pero lentamente se fue apagando. Ciertamente, todos estaban unidos.
— ¿Lo ves, Lina?
Asintió con la cabeza, volviendo la mirada hacia los azules ojos de su padre.
Editado: 02.04.2023