Lina y Sathor - El inicio del despertar

Capítulo 7

Lina — Portal de Libben

 

 

Haciendo malabares con dos bolsos, uno con ropa y otro con libros y cuadernos, y su largo cayado, Lina cruzaba el puente sobre el río Myr. Entre los esparcidos árboles, divisó el campamento que se encontraba más adelante, justo antes de adentrarse en el bosque.

 

Su abuela la dejó en VinTown, y había regresado a su morada por medios mágicos, abriendo un portal detrás de la taberna. Viajaron primero en barco y luego en carruaje, ya que las niñas humanas no tenían permitido usar teletransportación o metamorfosis, ni ninguna de esas cosas hasta su adultez, porque podrían sufrir mutaciones desagradables.

 

Al comenzar a caminar por la orilla, pudo ver a sus padres que la miraban y ya se acercaban a prisa. Ella también deseaba acercarse más rápido, pero sus bártulos no la dejaban.

 

Este era su primer receso iniciático; había estado tres lunaciones en las islas Mizka, y ahora le tocaba una lunación completa en casa, durante la que debería realizar muchas tareas e investigaciones, para presentar a modo de exámen a sus mentoras. Los próximos siete años serían así, hasta completar su instrucción.

 

— ¡Lina! — Su madre, que ya estaba casi a su lado, derramaba lágrimas emocionadas. Su padre junto a ella sonreía ampliamente. Ambos la abrazaron con fuerza y tomaron sus valijas.

 

— ¡Cómo has crecido, hija! — Comentó Karonte.

 

Era verdad; el último mes, su abuela había tenido que alargarle los vestidos que había llevado. Ahora se veía delgaducha y desgarbada; esto impactó desfavorablemente en sus relaciones sociales, pero luego del día final, cuando hubo creado su cayado mágico; se sentía nuevamente una hija digna de sus padres y ya ni le importaba como se veía.

 

— ¿Han visto mi vara? — Exclamó orgullosa, soltándose de ellos para ponerla frente a sí.

 

— ¡Maravillosa!

 

— ¡Sí, es muy impresionante! — Su padre puso una mano en su espalda para que avanzara y empezaron a caminar hacia el pequeño campamento donde pasaban algunos días del mes.

 

— Fue increíble, es de madera de haya, ¿saben lo que eso significa? — Continuaba hablando eufórica. — Es el árbol de la protección, ¡es una señal de que seré guardiana luego de ustedes!

 

— Claro… — dijo su madre, — pero aún falta mucho para eso. ¿Te han dado muchas actividades?

 

— Bastantes, pero la mayoría de investigación, solo dos o tres hechizos simples y un par de pociones de curación, que las he hecho antes contigo, mami.

 

— ¿Y qué tal fue tu estancia? — Esta vez fue su padre quién la interpeló.

 

— Pues… al principio no me gustó mucho, pero hice una amiga y ya me adapté, creo que será fácil.

 

Llegaron al campamento, en el cual había una tienda grande y alta de color marrón, sostenida por troncos. En ese momento, se encontraba abierta al frente. Podía ver dentro una mesa, dispuesta con muchos alimentos que su madre habría estado preparando mientras la esperaba. Delante de la tienda se ubicaba un caldero sobre un fuego recién apagado. Estaba feliz de estar nuevamente en casa; sentía mucha emoción aún por lo vivido. Deseaba visitar a su amiga Clara, que vivía al otro lado del río… ¡Y contarle todo!

 

Era verano, aunque el sol apenas pasaba por entre los árboles, calentaba bastante. Se alegró de meterse en la tienda y el aroma de las comidas de su madre la cautivó.

 

— ¡Qué delicioso! ¡Los he extrañado mucho! — Declaró con infantil espontaneidad.

 

— Bueno, hijita, siéntate — le dijo su padre y se sentaron los tres a almorzar.

 

Ni bien probó el primer bocado, comenzó a relatar todo lo sucedido en la isla con una verborragia descontrolada, incluso el incidente con Almenia.

 

— ¿Quiénes son las rosas negras, mamá? — Preguntó recordando los comentarios acerca de la súcubo y sus seguidoras.

 

— Las rosas negras, hija — respondió con tranquilidad Ilbana, — son brujas que buscan evitar la profecía, ellas creen que los humanos no merecemos vivir, porque según su doctrina, hemos sido los causantes de todos los males del mundo.

 

Quedó pensativa por un momento y luego preguntó:

 

—¿Y eso es cierto?

 

—Claro que no — intervino Karonte. — Hay buenos y malos de todas las especies, hija, nunca debes juzgar a alguien por su procedencia.

 

— Entiendo — dejando los cubiertos a un lado cambió rápidamente de tema: — ¿Puedo visitar a Clara? Tengo mucho que contarle.

 

— Por supuesto…

 

Salió corriendo hacia el río sin esperar más.




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