Lina y Sathor - El inicio del despertar

Capítulo 12

Sathor — Ghina, Puerto El Toro

 

 

Sathor acababa de hacer transacciones de hecatium con un elfo y se dirigía a los muelles para tomar un barco que lo llevara hacia el norte, cuando una muchacha llamó su atención.

 

Era esbelta y alta. Su figura estaba contorneada por un sobrio vestido color púrpura, y se encontraba de espaldas. Llevaba el larguísimo cabello recogido en lo alto de su cabeza, lo que le daba aspecto juvenil.

 

No pudo definir qué era lo que lo atraía, pero sin poder contener el impulso, se acercó a ella.

 

— Disculpe — se oyó decir a sí mismo. Al voltear la joven se sintió cautivado por sus tiernos ojos castaños. — ¿Está perdida? — Era humana. Llevaba un báculo y un bolso, lo que le hizo pensar que se trataba de una bruja en peregrinación. Tenía un bonito rostro, de piel cremosa, algo sonrojada, y nariz delicada. Sus labios… parecían de terciopelo.

 

— No — se veía nerviosa. — No estoy perdida.

 

— Perdón, es que puedo notar que no es de aquí — le dijo sonriendo sin ocultar que se sentía atraído por ella. — Alguien podría robarle.

 

— ¿Y cómo sé que no es usted quien quiere robarme? — Le divirtió la actitud defensiva de la joven bruja.

 

— Si le quisiera robar ya lo habría hecho — no podía dejar de sonreír. Más la miraba, más bella la veía, y una extraña sensación en medio de su pecho lo inquietaba.

 

— Le agradezco su preocupación, pero no estoy perdida y nadie me robará — el ceño de la muchacha se había fruncido, se notaba que la estaba incomodando.

 

— Entonces, me iré. Fue un placer… — Hizo una breve reverencia.

 

— Igualmente — la muchacha parecía molesta al responder. Ella le dio la espalda y no se volvió, así que decidió continuar su viaje.

 

Con gran esfuerzo giró hacia el puerto y se marchó.

 

Se sintió un poco turbado por aquel encuentro. En mucho tiempo, no había estado con otra mujer que no fuera Ani. Era extraño que alguien le atrajera de esta manera tan intensa.

 

***

 

Lina — Portal de Cariad

 

El día era cálido para ser invierno. Aunque le habían dicho, ya que en el sur siempre hacía calor, esperaba encontrarse con algo más fresco, como en Libben. Igualmente, la temperatura aquí era mucho menor que en Ghina, donde no estuvo ni una hora, pero le había resultado insoportablemente sofocante.

 

Se encontraba junto al lago Panet, al sur del portal de Cariad. Kaíl revisaba su grimorio con extrema lentitud. Lina estaba muy nerviosa. Era su primer día como aprendiz del druida y temía no llenar las expectativas. Aun siendo de las mejores, era humana y no tenía magia propia: debía extraerla de la tierra y canalizarla, lo que se le hacía a veces bastante complejo.

 

— Excelente — declaró el elfo. — No se podría esperar menos de alguien como tú— ahora le sonreía. — Ya que tienes toda la teoría, iremos directamente a la práctica, ¿cuál es el elemento con el que te sientes más cómoda trabajando?

 

— Creo que el aire — respondió con timidez.

 

— Bien, veamos cómo convocas un viento helado.

 

Lina quedó unos momentos mirando a su maestro, algo confusa. Había aprendido a conjurar el viento, pero ¿un viento helado? ¿En un clima como el de Cariad?

 

Observó el suelo un momento y apoyó su báculo en la tierra entre sus pies descalzos, respiró profundo y comenzó a atraer hacia sí la energía telúrica, a través de las plantas de sus pies, que era la forma en que los humanos podían hacer magia. Esperó hasta que la fuerza de la tierra comenzara a cosquillear la piel de sus tobillos y entonces pronunció la invocación del viento, modificándola levemente para intentar conjurar el viento helado que el druida le solicitaba.

 

— “Viento, Viento y Hielo, del lejano norte, hazte cercano, y ven a mí, ahora” — por unos instantes la energía continuó subiendo por sus piernas y pronto, desde la parte curva de su vara, el viento emanó blanquecino formando círculos a su alrededor, blanqueando de escarcha todo lo que tocaba.

 

Kaíl rio complacido.

 

— Eres realmente extraordinaria, serás una gran guardiana — comentó, devolviéndole el grimorio. — Anota el hechizo que acabas de inventarte. Ahora entiendo por qué Karonte está tan orgulloso de ti.




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