Lina y Sathor - El inicio del despertar

Capítulo 13

Sathor — Portal de Cariad

 

 

Era la segunda vez que Sathor subía al mundo de la superficie, ya hacía algún tiempo desde aquella oportunidad. Aquí, la temperatura siempre era menor a la intraterrena y su piel se estremeció. La luz irritaba sus ojos, que estaban adaptados a la sombría Ghina.

 

Llilh lo había convocado para conversar con él. Si bien siempre habían sido amigos, era algo anormal solicitar a un damoni salir de Ghina; cuando se veían era allí.

 

Había subido con ella a través del sello y ahora se dirigían a su cabaña, que se encontraba entre el portal y el lago Panet. La densa niebla que cubría el lugar era una de las tantas protecciones mágicas que estaban colocadas allí para evitar que seres malignos hallaran el emplazamiento.

 

La guardiana llevaba una delicada túnica blanca que envolvía sus curvas sensualmente, estaba ceñida a su cintura con un lazo dorado que era acariciado por la larga trenza de cabello castaño.

 

Los damoni eran seres increíblemente bellos, excepto por algunos cuyo corazón se había corrompido en extremo, la mayoría de los cuales habían terminado en el fondo del pozo de fuego o en las cárceles heladas, no obstante quedaban unos pocos, más escurridizos, que aún daban problemas.

 

Caminaron en silencio, dos o tres minutos, hacia el sur y llegaron a la casa. Kaíl los esperaba, el otro guardián. Era un druida elfo, de aspecto muy joven, alto y delgado, de largos y blancos cabellos, sus ojos color amatista sonreían al verle. También vestía una túnica, y, como era costumbre, llevaba un báculo en su mano.

 

— ¡Bienvenido! — su voz era cristalina y agradable.

 

— Gracias — respondió sonriendo también, y se dieron un abrazo.

 

— Entremos — dijo la mujer.

 

El elfo les abrió el paso e ingresaron al rústico recinto. Era una cabaña un poco oscura, de madera y piedra, con los elementos básicos de una cocina por dentro y una escalera ascendente del lado izquierdo de la puerta.

 

Se sentaron en sobrios bancos junto al hogar, ubicado directamente frente a la entrada, y le convidaron una bebida ardorosa con un dejo amargo de fondo que le resultó agradable.

 

— ¿Qué es esto? — Preguntó Sathor.

 

— Vino de arroz — respondió Kaíl. — Lo compramos en la aldea más cercana al lago.

 

— ¿Crees que esto se podrá comercializar en Ghina?

 

— No te he llamado para tus negocios, Sathor — intervino la mujer.

 

— ¿Al menos me averiguarás cómo se hace? — Insistió. — Ya que me hiciste subir hasta aquí… — comentó a modo de broma.

 

— Veremos — contestó ella torciendo su voluptuosa boca en un mohín despectivo.

 

— Bien — dijo resignadamente luego de tomar otro trago de la deliciosa bebida. — Dime para qué me has llamado, Llilh, he de confesar que quedé intrigado al recibir tu misiva.

 

— Sathor — comenzó la mujer adoptando un semblante solemne, — tengo motivos para creer que en algún tiempo se abrirá el Igret, y me gustaría que estés preparado.

 

— ¿El Igret? — Repitió sorprendido. — Creía que todos los portales estaban resguardados.

 

El Igret era un evento competitivo que solamente se abría cuando un guardián había dejado o dejaría su puesto, hecho que rara vez sucedía. A través de esta competición se escogía su reemplazo.

 

— Lo están, pero como sabes, a veces podemos optar por ir a las profundidades del renacimiento y así dejar espacio para que otro damoni se acerque a la redención.

 

— Pero para eso tiene que haber también quien cubra el otro lado — objetó mientras jugueteaba con el líquido en su vaso.

 

Era sabido que casi no había postulantes, ya que en la mayoría de los países, la magia quedaba cada vez más relegada, al igual que los seres mágicos, diezmadas por las legiones del dios único.

 

— Así es.

 

— Después de tanto tiempo… — Comentó emocionado Sathor.

 

— Igual no te ilusiones, aún faltan algunos años… — Kaíl iba a agregar algo más, pero calló de golpe ante la mirada asesina de la damoni.

 

— Para nosotros, los años de la superficie no son nada — dijo la mujer sin dejar de observar a su esposo que decidió mantenerse en silencio.

 

— Entiendo — musitó, un poco menos entusiasta, pero aun con la ilusión palpitando. Dio otro sorbo al vino, para refrescar la garganta.

 

— Si aceptas, Abidón y Murcio se ocuparán de tu entrenamiento y yo los supervisaré.

 

— Preferiría que fuera Karonte, la verdad… — empezó a decir.

 

— Es mejor que no te entrene alguien tan cercano, pero lo verás seguido — sonrió Llilh con una expresión misteriosa en sus ojos dorados. —Hay muchos otros esperando el Igret, Sathor, y se prepararán junto contigo, aunque quisiéramos que fueras tú. Sigues el camino casi desde el principio y nunca te has postulado. Debes entrenarte bien, porque se acercan tiempos duros — estas últimas palabras sonaron muy serias a pesar de la sonrisa femenina.

 

— Lo haré — dijo, apurando lo que quedaba de bebida. — ¿Tan mal están las cosas aquí arriba? — Preguntó, comprendiendo lo que la mujer decía.

 

— La verdad es que sí, el mal se propaga por todas partes, hay corrupción entre los seres, en especial en los humanos — hizo una pausa, — y la profecía está muy cercana a cumplirse. Esto muy pocos lo saben, pero ya han nacido varios de los elegidos y han sido consagrados.

 

— ¿Cuántos de ellos? — Preguntó jugueteando con el vaso vacío en sus manos.

 

— Seis, dos de los cuales están en un gran riesgo, en manos de Dionisio.

 

Hizo una expresión de disgusto al oír aquel nombre.




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