Lina — Puerto Destino, Ghina.
Lina se realizó el baño purificador, y se estaba colocando la túnica blanca que había confeccionado para sí misma: blanca, con detalles en las mangas y un cinturón, todo en un delicado color rosa, igual que su máscara; en contraposición al traje de su próximo compañero, el cual había hecho en tonos negro y verde.
Entonces, sonó el cuerno, y supo que ya había un ganador. Su estómago se contorsionó de miedo y emoción. Su madre, que la acompañaba, tomó su mano.
— ¿Estás bien, hijita? — Preguntó con suma dulzura.
— Sí — habló como en un suspiro, medio sonriendo. — Estoy bien, únicamente nerviosa.
Ilbana terminó de acomodar su traje ceremonial y anudarlo por detrás.
— Esperaremos que Llilh nos busque, ¿por qué no te sientas?
— No puedo — contestó caminando por la habitación en la que se encontraba, perteneciente a la casa del jefe de comuna, Bonzo, la cual quedaba justo al lado del edificio comunal.
Había ofrecido para los preparativos, un cuarto muy cómodo, con una gran cama de bronce y sillones acolchados a juego. Las ventanas no tenían postigos, pero sí vaporosas cortinas de color crema; y el piso estaba cubierto de una curiosa alfombra con pequeños dibujos que, al pisarla, estaba siempre fresca.
Llilh tocó y abrió sin esperar respuesta, pero muy delicadamente.
— ¿Están listas? — Preguntó asomándose por el marco adornado de la puerta.
— Sí — respondieron al unísono.
Entonces la damoni, Llilh, entró.
— ¡Te ves bellísima! — Comentó. — Toma tu máscara. Usaremos la translocación, no queremos que esa inmaculada blancura se manche por causa de una larga caminata.
Lina asintió con la cabeza y tomó su máscara y luego, la mano de su madre. Llilh las aferró a ambas de las muñecas y así desaparecieron, para reaparecer en un lugar que a ella le pareció, eran las Aguas de la Inmortalidad, pero no recordaba haber visto esta plataforma que ahora se alzaba sobre la gran vertiente.
La roca aparecía flotando sobre el círculo, en el cual algunas veces habría tomado el precioso líquido. En medio, había un sello dibujado, como el del portal de Libben. Estaban allí todos los guardianes damoni, menos Murcio y Abidón
— Te ves preciosa, hija — dijo Karonte siendo el primero de los presentes en acercarse a saludarla con un fuerte abrazo emocionado.
— Gracias, papá — sus ojos se humedecieron al pensar que este era el último día junto a sus padres.
— ¿Recuerdan cuando Lina nació? — Dijo Hari, el guardián de Syukur. Era un hombre que, a diferencia de los demás, tenía aspecto maduro; sus cabellos eran grises y sus ojos como hierba recién brotada. — ¡Nunca habíamos visto una cosa tan pequeñita desde Yelena!
Hubo varios de estos comentarios entre los presentes, hasta que alguien advirtió que los demás se acercaban, arribaron en una barca y subieron por una escalerilla que bordeaba la cueva. Lina se apresuró a colocarse su máscara, pues el momento había llegado.
Llilh se colocó en el centro del sello de piedra y los otros seis guardianes, alrededor del mismo, en el borde externo del círculo, como si fueran las puntas de un hexágono. Su madre quedó fuera de aquella formación.
La damoni, les hizo una señal para que se acercaran. Lina y quien sería el reemplazo de su padre, ambos enmascarados, obedecieron con presteza, colocándose enfrentados sobre marcas previamente realizadas. Tenían los pies descalzos y no debían tocar las líneas del dibujo.
La guardiana de Cariad, se inclinó y colocó entre ellos tres piedras preciosas que encajaban perfectamente en varios orificios, tallados en la roca maciza, para aquel fin. Cuando terminó de colocar la última, las aguas, debajo de ellos, comenzaron a revolverse en forma de remolino, golpeando los costados de la piedra, constantemente.
Su corazón empezó a latir con fuerza. Observó a su padre, que se encontraba detrás del hombre con el que se estaba casando, y notó que tanto él como los demás, recitaban una invocación que le resultaba inaudible. Se hacía imposible distinguir las palabras, debido al rugir de las aguas.
Llilh, quien ya se había puesto de pie, los hizo tomarse de las manos, uniendo las palmas y las yemas de los dedos, con lo que tuvieron que acercarse un poco más; entonces, el aroma de las pociones en las que se habían bañado resultaba embriagador.
— Deben repetir su conjuro ahora — ordenó Llilh.
Debían saber el conjuro de memoria, ya que había que repetirlo tantas veces como hiciera falta, hasta que sucediera la magia.
“Mi alma te entrego, y me uno a ti por la eternidad, ya no seré yo, sino tú, y ya no serás tú, sino yo. Somos uno, tú eres yo, y yo soy tú. No existe separación entre nosotros, porque somos la misma esencia. El Hálito que está en ti, es el mismo que hay en mí, porque siempre fuimos uno.”
Mientras repetían estas palabras, una y otra vez, al unísono, parecía que giraban o que lo que los rodeaba giraba, sin cesar de hablar, Lina intentó mirar a los ojos que tenía frente a sí, pero la máscara negra y las tenues luces del lugar, se lo impedían, solo podía ver dos huecos oscuros.
Los movimientos en torno a los nuevos guardianes, se aceleraron y una tensión empezó a formarse en sus manos. Ella temió salir disparada, y supuso que él también, porque sus dedos se entrelazaron. La presión aumentaba y una luz por debajo de sus pies, crecía hacia ellos, hasta envolverlos. Su corazón latía más y más, y parecía que se saldría de su pecho, entonces pareció que por fin lo hizo; sintió realmente, como si hubiera escapado de su cuerpo, disparado hacia el cuerpo frente a sí... y al tocarlo, se aplacó de repente.
Editado: 02.04.2023