Linaje Roto

Capítulo 23. (EDITADO)

Año 3020. Actualidad. Mundo humano. Rabat, Marruecos.

Una carta, una maldita carta.

Eso era lo único que le había dejado su esposa tras huir.

Un papel con una firma cuyo título empezaba con la palabra divorcio.

Hiram se empezó a reír internamente.

¡Maldita sea! ¿Por qué demonios todo le salía mal últimamente?

Su relación con el sultán estaba tersa, la sede de su gremio de cazadores había sido destruída y no sabía nada de ninguno de los miembros que se encontraban custodiándola, como si se los hubiese tragado la tierra de la nada.

Y justo cuando regresaba a casa, dispuesto a huir con su esposa, y a resolver todos los problemas desde cero con ayuda de su familia pensando que ese maldito sultán se arrepentiría de haberlo humillado e insultado, resulta que al parecer su Elena se había fugado dejando tras de sí solamente unos papeles de divorcio.

Hiram gruñó, encontraría a esa pedazo de perra y la haría pagar de lo lindo.

Movería cielo y tierra para encontrar a esa escoria, para recuperar lo que era suyo y romperlo en pedacitos, porque si era suyo, él tenía ese derecho.

Hiram llamó a su padre, angustiado y le contó sobre la situación.

En el fondo, Hiram aún era un crío que dependía de sus progenitores cuando se encontraba con un bache en el camino, por muy calculador que pudiera ser en apariencia.

Ahora, en esa enorme casa vacía, aquella que para Elena significaba seis años de su vida, solamente quedaba él.

Un hombre que lo había perdido todo de la noche a la mañana con un enorme ansia de venganza y un gran odio acumulado en su corazón, que posteriormente se agrandaría cuando supiera quién le había arruinado la vida.

 

Año 3020. Actualidad. Mundo humano. Madrid, España.


Elena suspiró cansada, una noche antes, había tomado un vuelo hacia a la capital española, Madrid.

En su piso, aquel en el que pasó su etapa universitaria, a las afueras y cerca del campus, volvió a sentirse segura.

Sabía que no podría quedarse allí por mucho tiempo, pero había decidido comenzar a ser fuerte de nuevo, y ahora no podía echarse hacia atrás.

Había tirado todos aquellos recuerdos felices que le hicieron quedarse al lado de aquel maltratador que no había cambiado su actitud arrogante y prepotente hacia ella.

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Elena se sentó en el centro de la habitación, en posición de loto, dispuesta a meditar sus siguientes pasos, obligándose con fuerza a recordar las notas de la melodía.

Y comenzó a tocar su flauta de bambú, un recuerdo chino que le trajeron los ancianos que la habían cuidado durante su infancia, de su último viaje, antes de dejar de verla para siempre, creyendo que estaría segura y feliz.

Por alguna razón, esa canción le era tan familiar que sentía que no era la primera vez que la escuchaba, que la sentía.

La melodía tan suya...

Y como Elena esperaba, el fragmento de la melodía comenzó a actuar como detonante para el despliegue de su imaginación.

Y una escena comenzó a desarrollarse rápidamente en su mente:

 

La era de los Dioses. Año desconocido. Un lugar recóndito de los territorios del Infierno, llamado posteriormente Promisedland.

Era ella, la Elena con el cabello plateado, sentada en un enorme trono de hierro carmesí hecho de armas de guerra.

La mirada cruel que desprendía, causaba escalofríos a todos los presentes, que no se atrevían a levantar la cabeza por miedo, o quizás por sumisión.

Ella, llevaba puesta una túnica roja y negra, que recordaba a aquellos diseños orientales, asiáticos, con los hombros descubiertos.

A su alrededor, había otros siete grandiosos asientos, sobre los que reposaban siete jóvenes con un encanto misterioso.

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En el lugar más lejano, comenzando por la derecha se podía ver a un joven con un rostro hermoso, ojos púrpura y cabellos negros, largos, recogidos en una especie de moño oriental atravesado por una horquilla de oro brillante que resaltaba su magnífico aspecto.

El chico vestía unas ropas de seda púrpura, que hacían juego con sus hermosos ojos y el loto morado que tenía en su frente.

Él era el séptimo Lord, el más joven.

Leviatán, el Dragón de la Envidia.

A Elena, le resultaba terriblemente familiar.

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Junto a él, un chico con aspecto frío, con heterocromía, ojos marrón y verde, izquierda-derecha, respectivamente.

Estaba vestido con lujosas ropas bordadas con hilos de oro, de plata y joyas incrustadas.

Este tenía una pesada cadena de varios quilates colgando de su cuello a modo de collar y los dedos llenos de anillos de jade, amastistas, rubíes, zafiros.

Su largo cabello estaba recogido en un peinado en el que se incrustaban lo que parecían ser diamantes. Y lo más destacable de su indiferente rostro, un loto morado debajo del ojo izquierdo.

El sexto lord, era Mammón, el Pavo Real de la Avaricia.

Se podía describir con la palabra "ostentoso".

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A su lado, otro chico, con unos ojos de dos colores hipnotizantes. Verde y marrón, izquierda-derecha, respectivamente y un rostro delicado, del que destacaba un loto morado bajo el ojo derecho.

El joven era seductor, con un cuerpo que desprendía lujuria, con las túnicas de color rojo abiertas, mostrando la parte central de su pecho.

Su cabello largo, sedoso y castaño se encontraba atado con un hilo del mismo color, que también, llevaba en las muñecas y en los tobillos, con sus pies perfectamente limpios y descalzos, dando una apariencia hipnotizante.

Este Lord, era el quinto hermano. Asmodeo, el Zorro de la Lujuria.

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Siguiendo con la línea, había un chico gordito.

De aspecto vivaz, cuyas grasas, sumado a su rostro inocente e infantil, lo hacían parecer adorable.

Sus ropas eran rosa fucsia y en sus manos, había unos enormes pasteles de arroz, que había cogido de una gran canasta que reposaba cerca de sus pies.




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