El viento susurraba entre los árboles, llenando el aire con un murmullo casi ancestral. Estaba en el claro escondido del bosque del otro mundo, rodeada por robles y sauces cuyas hojas se mecían con una cadencia hipnótica. El cielo comenzaba a teñirse de un azul profundo, el preludio del crepúsculo y una bruma ligera se extendía sobre el suelo, enredándose en mis pies como si el bosque estuviera vivo, respirando a mi alrededor. El aire olía a tierra mojada, a musgo y hojas en descomposición, un olor que traía consigo la sensación de lo antiguo, de lo eterno. Aunque todo parecía tranquilo en la superficie, una corriente subterránea de energía vibraba en el ambiente. Lo sentía en la piel, en los huesos. Y, aunque trataba de ignorarlo, no podía evitar los nervios que se revolvían en mi estómago.
—Hoy vamos a empezar con lo fundamental —dijo Alaria, su voz tan suave como el viento que acariciaba las ramas—. Vas a aprender a cerrar un portal.
Mis ojos se agrandaron. ¿Cerrar un portal? Una oleada de incertidumbre me recorrió de pies a cabeza. Sabía que los portales eran peligrosos, que conectaban mundos, dimensiones y que un error, incluso el más pequeño, podría desatar consecuencias inimaginables. Pero Alaria, como siempre, no me dio tiempo para dudar. Se movió con la gracia de alguien que ha vivido mil vidas, alzando una mano pálida y con un simple gesto, invocó una grieta en el aire, justo frente a mí. El portal surgió de la nada, como una herida en la realidad. No era más grande que una puerta, pero la luz suave que emanaba era hipnótica, como si me llamara a acercarme. Podía sentirlo, una pulsación vibrante que parecía alinearse con mi propio latido.
—No te preocupes —dijo Alaria con una pequeña sonrisa que apenas suavizó la seriedad de su mirada—. Este es solo un portal menor, perfecto para que empieces a entender cómo funcionan. Cerrar un portal no se trata de fuerza, sino de conexión.
Di un paso hacia adelante, con cautela, sintiendo cómo la tierra húmeda cedía bajo mis pies. El aire alrededor del portal parecía más denso, cargado de electricidad. Respiré hondo, llenando mis pulmones con el aire fresco del bosque, tratando de calmar el tumulto en mi interior. Conexión, no fuerza, me recordé. No era una batalla, sino un acto de armonización, de guiar el flujo de la energía en lugar de dominarlo.
—Cierra los ojos —me instruyó Alaria, su voz calmada, pero firme—. No pienses en el portal como algo peligroso. Velo como una extensión de ti misma. La magia fluye a través de ti, y puedes controlarla si te conectas con ella.
Obedecí. Al cerrar los ojos, el sonido del viento se intensificó, como si me rodeara por completo. Y entonces lo sentí, algo dentro de mí se agitaba, despertando lentamente. La energía mágica que había estado latente empezó a manifestarse, primero como un suave cosquilleo en mis dedos, luego como una ola de calor que subía por mis brazos. Era cálido, reconfortante, como si siempre hubiera estado allí, esperando a ser liberado. Permití que esa corriente fluyera hacia el portal, tratando de no forzarlo. Pero era difícil. Al principio, la energía del portal reaccionaba a mi ansiedad y cuanto más nerviosa me sentía, más inestable se volvía. El viento a mi alrededor parecía arremolinarse en respuesta, elevando las hojas secas en pequeños torbellinos. El portal parpadeaba y chisporroteaba, como si se resistiera a mi toque.
—No lo fuerces —escuché la voz de Alaria a través del estruendo del viento—. Solo guíalo.
Respiré profundo y poco a poco, encontré un ritmo. Mis manos, aún vibrando con poder, comenzaron a estabilizarse. No estaba intentando cerrar el portal; estaba acompañándolo, llevándolo a donde debía ir. Y entonces, sucedió. El portal, que antes parecía una grieta rebelde, comenzó a reducirse, como si obedeciera a una voluntad que no era mía, sino de algo más grande, algo que estaba aprendiendo a comprender. Con un parpadeo final de luz, el portal se cerró. Abrí los ojos. Aún sentía la energía vibrar en mis manos, pero esta vez no me asustaba. Al contrario, me llenaba de una extraña paz. Alaria me observaba desde la distancia, satisfecha.
—Bien hecho —me dijo—. Has dado el primer paso. Cerrar un portal es solo una pequeña parte de lo que tienes que aprender. Cada uno será diferente, y las energías que los rodean serán mucho más intensas. Pero mientras mantengas el control de ti misma, podrás enfrentarlos. Asentí, aún procesando lo que acababa de lograr. Había sido un desafío, pero por primera vez desde que descubrí mis poderes, no sentía miedo. Tenía respeto por lo que podía hacer, pero ya no me aterraba la energía dentro de mí. Era como si, por fin, hubiera encontrado mi lugar en el mundo.
—¿Entonces puedo cerrar cualquier portal? —pregunté, todavía con cautela.
Alaria sonrió, pero en sus ojos brillaba algo más profundo, una advertencia oculta.
—Cerrar un portal no siempre es el verdadero desafío —dijo, su tono se volvió más serio—. Hay fuerzas que intentarán evitar que lo hagas. Algunos querrán manipularte, desviar tu poder hacia sus propios fines, pero eso ya lo sabes. Lo importante es que debes ser cautelosa, Lis. Tu magia es un don, pero también puede convertirse en un arma en manos equivocadas. Sus palabras resonaron en mí como un eco distante. Sabía que mi poder era codiciado, pero hasta ese momento no había comprendido realmente lo vulnerable que me hacía. Después del entrenamiento, Alaria hizo desaparecer los últimos vestigios de la grieta y se acercó a mí. El viento se había calmado y la bruma se desvanecía lentamente bajo el creciente manto de estrellas.
—Hay algo más que debes entender —dijo, su voz ahora más suave, casi maternal—. La magia no es solo cerrar portales. Está viva, y tú formas parte de ella. Cada vez que la usas, descubres algo más sobre quién eres. Pero con ese conocimiento viene una gran responsabilidad.
Extendió una mano hacia mí y con suavidad, la colocó sobre mi frente. De inmediato, un torrente de imágenes inundó mi mente. Vi a mi abuela, las hechiceras que me habían precedido, el poder que fluía por nuestro linaje como un río de fuego. Era como si estuviera viendo mi historia, la de mi sangre, desplegándose ante mis ojos. Cuando retiró la mano, mi cuerpo temblaba, pero no de miedo. Era asombro, puro y profundo.
Editado: 10.12.2024