El viento helado me golpeaba el rostro mientras cruzaba el parque. El cielo estaba cubierto por nubes grises, y el frío otoñal se sentía más fuerte que de costumbre. Aceleré el paso, abrazándome a mí misma para conservar algo de calor. Me sentía agotada después de la última sesión de entrenamiento con Alaria. Mis músculos dolían, pero lo que realmente pesaba era el reloj que llevaba en mi bolso. Esa pequeña cosa cargaba más secretos de los que estaba lista para desvelar. Caminé hacia el lugar donde habíamos quedado en vernos Reb y yo, sintiendo el crujido de las hojas bajo mis botas. Mi mente estaba distraída, perdida en pensamientos. El peso del reloj en mi bolsillo parecía hacerse más fuerte con cada paso. Cuando llegué al claro, allí estaba Reb, recostada contra el viejo roble. Me sonrió al verme, con esa sonrisa suya tan cálida y despreocupada. Era el tipo de persona que siempre parecía tener todo bajo control, incluso cuando yo sentía que el mundo a mi alrededor se desmoronaba.
—¡Hey! —me saludó con energía, levantándose para encontrarse conmigo—. ¿Qué tal tu día?
—Largo —dije, dejándome caer a su lado. Me sentía agotada, pero estar con Reb siempre lograba tranquilizarme. Siempre había sido fácil estar con ella, sin tensiones ni preguntas incómodas.
Nos quedamos en silencio por un momento, escuchando el susurro del viento entre los árboles. El reloj en mi bolsillo vibraba ligeramente, como si estuviera recordándome que no podía seguir ocultando lo que sabía. Sabía que, tarde o temprano, tendría que decírselo. Reb era mi mejor amiga. No podía seguir guardando secretos de ella.
—Reb... —comencé, sin estar segura de cómo seguir. Mi voz sonaba extraña, pero no podía retroceder ahora.
—¿Qué pasa? —preguntó, mirándome con esa misma amabilidad de siempre. No había juicio en su expresión, solo curiosidad genuina.
Saqué el reloj de mi bolsillo y lo sostuve en mi mano, observándolo bajo la luz tenue de la tarde. No era solo un reloj. No para mí. Era la clave de algo mucho más grande, algo que apenas estaba empezando a comprender.
—Este reloj... —mi voz temblaba un poco—. No es solo un objeto de mi abuela. Es... parte de algo mucho más grande. Y yo... —Vacilé, tomando aire antes de decirlo—. Soy una hechicera, Reb.
Esperé una reacción, cualquier cosa que pudiera prepararme para lo que ella diría. Pero, para mi sorpresa, Reb no pareció asustada ni confundida. Al contrario, me miró con una sonrisa tranquila.
—¡Waow! —dijo, sonando genuinamente impresionada—. Eso es increíble, Lis. Sabía que había algo especial en ti, pero esto es... ¡waow!
Me relajé un poco al escucharla. Su respuesta era exactamente lo que necesitaba. Reb siempre había sido la que entendía sin hacer demasiadas preguntas. Era la única persona en la que sentía que podía confiar completamente.
—No puedo creer que no me lo hayas contado antes —continuó, riéndose suavemente—. Aunque entiendo por qué no lo hiciste. Imagino que debe haber sido difícil guardar algo así.
—Lo fue —admití, sintiéndome un poco culpable por haber mantenido el secreto tanto tiempo—. No sabía cómo decírtelo.
Ella negó con la cabeza, sonriendo. —No te preocupes, Lis. Puedes contarme lo que sea. Sabes que siempre estaré aquí para ti.
Le devolví la sonrisa, sintiendo cómo la tensión que había acumulado durante días comenzaba a desvanecerse. Reb siempre tenía esa habilidad de hacerme sentir segura, de hacer que todo pareciera más simple de lo que realmente era.
—¿Y cómo funciona? —preguntó, inclinándose hacia mí para ver mejor el reloj—. ¿Es el reloj lo que te da tus poderes?
Negué con la cabeza. —No exactamente. El reloj era de mi abuela, pero mis poderes son algo que heredé de ella. El reloj es... una especie de llave. Aún estoy tratando de entenderlo todo.
—Vaya, suena complicado —dijo, apoyando la cabeza en su mano—. Pero al mismo tiempo, ¡qué genial! Ser una hechicera... Eso es algo que nunca me imaginé.
Me reí un poco. —A veces ni yo lo creo.
Nos quedamos en silencio un rato más, solo disfrutando de la tranquilidad del parque. Parecía que una carga enorme se había levantado de mis hombros al contarle la verdad a Reb. Siempre había sido un alivio tener a alguien con quien compartir mis secretos.
—¿Crees que me podrías enseñar algo? —preguntó de repente, mirándome con ojos brillantes.
La idea me tomó por sorpresa. No había considerado la posibilidad de enseñarle a alguien más sobre lo que podía hacer. Pero si había alguien a quien podía confiarle ese conocimiento, era Reb.
—Podría intentarlo —dije, sonriendo—. Aunque no estoy segura de ser una gran maestra.
Reb rió. —No te preocupes, soy una gran estudiante.
Nos levantamos y caminé hacia un pequeño grupo de piedras cercanas. Extendí la mano, concentrándome en sentir la energía a mi alrededor, en cómo fluía a través de mí. Una pequeña esfera de luz comenzó a formarse en el aire, flotando suavemente entre nosotras. Reb la miraba con fascinación y yo sonreí, sintiendo una pequeña chispa de orgullo por haber podido controlarla. Apagué la luz después de unos segundos, dejándome caer al suelo, agotada.
—¡Eso fue increíble! —exclamó Reb, aplaudiendo suavemente—. Si no te conociera tan bien, pensaría que todo esto es un truco.
—A veces yo también lo pienso —dije, riendo—. Es mucho para procesar.
—Pero lo estás manejando bien —dijo, sentándose a mi lado—. Y ahora que lo sé, puedes contar conmigo para lo que necesites.
Le sonreí, agradecida por su apoyo. Sabía que siempre podía contar con ella y esa certeza me daba fuerzas para seguir adelante. El cielo comenzaba a oscurecer y decidimos que era hora de volver. Mientras caminábamos de regreso, el viento agitaba las hojas a nuestro alrededor y por primera vez en mucho tiempo, me sentí en paz. No tenía todas las respuestas, pero al menos ya no tenía que llevar este peso sola. Con Reb a mi lado, el camino parecía un poco menos incierto.
Editado: 10.12.2024