MÓNICA:
Mi jefe solía decir que el cappuccino era una de las maravillas creadas por el hombre, una delicia al paladar que proporcionaba magnánimo placer, y que por eso, para su preparación se requerían verdaderos profesionales. Una de las muchas razones por las que prefirió mantenerme lejos de las maquinas, aparte de los desastres que ya había logrado con ellas en algunos momentos.
Sinceramente a mi me parecía ridícula y exagerada la actitud que tomaba ante el tema. Sí, admitía que había ocasionado unos cuantos desastres y hasta había descompuesto la maquina un par de veces, pero por favor, tan solo era café. Y justamente así se lo dije, aunque casi me despide por eso. Pero también le daba un poco de razón al saber que el cappuccino que allí se vendía, era una de las razones principales por las que el establecimiento era reconocido. Moca’s coffee se la pasaba atiborrado de gente yendo y viniendo, en busca de probar el famoso cappuccino del cual todos hablaban.
Ese cappuccino del cual mi jefe decía que eran como las oportunidades que la vida de ofrecía, debía tomarse caliente, de lo contrario perdería el sabor.
Y cuánta razón tenía.
En ese momento del sábado por la mañana, cuando pasaba el décimo pedido del día de un cappuccino extra espumoso, la campanilla de la puerta que indicaba el ingreso de un nuevo cliente, sonó. A los segundos una mujer de pelo rubio cayendo en ondas sobre sus hombros, estuvo frente a mí del otro lado del mostrador.
Su rostro me pareció conocido, sin embargo no le tomé importancia.
— Bienvenida a Moca’s coffee ¿Qué va a pedir? — Mi voz salió casi automática cuando la mujer de posicionó frente a mí, su mirada perdida en su celular y un corpulento hombre a sus espaldas.
— Cuatro cappuccinos, tres lattes y dos trozos de pastel de chocolate. — Contestó ella, sin alzar en ningún momento la vista del celular.
Con mucho trabajo me abstuve de rodar los ojos ante su arrogancia y hostilidad, mientras la mirada del hombre a sus espaldas sí estaba puesta fijamente en mí. Enseguida me ocupé en anotar su pedido, y es que por la carita que traía apostaba que en cualquier momento se obstinaría del tan solo estar de pie allí esperando, y sinceramente yo no estaba de humor para clientes fastidiosos.
— Son 5,95. ¿Alguna otra cosa? — Ella negó y, por un breve momento, al fin alzó la vista del celular. Sus ojos escudriñaron los míos en tan solo segundos, y fue ahí cuando la comprensión llegó a mí.
Si la memoria no me fallaba, frente a mi estaba la mismísima Sophía Whyle, la misma persona que nos recibió junto a mis compañeros el día de la entrevista; representante y asistente personal de Noah O'donell. Sin poder evitarlo mi boca se abrió en una gran “O” y al parecer, el reconocimiento también llegó a ella.
— ¡Hola! — Pronunció la mujer con alegría mas exagerada de lo normal, guardando el celular en un Gucci que cargaba guindado en su hombro. — ¿Mónica, cierto?
La sonrisa en su semblante se fue marcando cada vez más a medida que los segundos pasaban, mientras que un cúmulo de preguntas se empezaron a formular en mi mente cuando comprobé que, en efecto, ella era quien creía que era.
¿Estaría Noah por ahí también?
Mi corazón dio un pequeño saltito cuando repaso esa pequeña posibilidad, y en seguida me reprendí mentalmente por eso. Primero, porque era obvio que no iba a estar ahí, chicos como él seguramente tenían toda clase de personas que estuvieran a su disposición en todo tipo de cosas; comprar café entre ellas. Y segundo, porque yo no debería estar pensando en eso.
¿Qué me importaba a mí, que anduviera o no por ahí?
— Sí… — Respondí su pregunta, con cierto deje de duda en mi voz. — ¿Se le ofrece algo más? — No quería sonar grosera, pero detrás de ella se encontraba una fila bastante larga de personas que seguramente no iban a dudar en ser groseros conmigo si no me apuraba.
Sophía pareció comprender y negó con la cabeza, para después de mostrar una sonrisa irse por sus pedidos, despidiéndose amablemente de mí, contrariando bastante la actitud que había tenido cuando recién llegó.
El resto del día pasó sin ningún tipo de contratiempos, aparte del movimiento que había en la cafetería como todos los sábados, todo lo demás se podía mostrar dentro del ranking de lo “normal” que se podía decir; cosas como púberos besándose en pleno, tipos tratando de coquetear con mi compañera de trabajo, mi jefe gritándonos si cometíamos algún error, era algo muy común en mi sitio de trabajo.
Así que, cuando quise darme cuenta ya era la hora de salir, y yo no podía estar más feliz por ello, lo único que quería era llegar al departamento, hacerme una deliciosa cena, ver alguna película y tirarme en mi cama ¿Qué mejor plan para un sábado en la noche? Sin embargo todos esos planes se fueron desmoronando uno por uno cuando mi celular sonó con un mensaje de Melissa.