Por más que quería dejar mi mente tranquila por al menos un segundo y mi concentración fija donde debía estar, lo único que acaparaba mi atención eran las imágenes de aquella chica, dispersas en mi cerebro. Al parecer la breve inspiración que había logrado conseguir después de la amena entrevista, se fue por un caño en cuanto la primera noche pasó. Sí, admitía que esa misma noche alcancé terminar algunas canciones y armar el estribillo para otras más, pero no era suficiente si quería terminar a tiempo mi próximo álbum.
Esta mañana, en cambio, tampoco estaba siendo tan fructífera.
— Vamos, Noah… No te presiones. — La voz de mi madre embutió en toda la sala. Ella tomó asiento en un sofá frente a mí y dejó que sus ojos transmitieran todo el cariño que pudiese sentir. — En cuanto más peso pongas en tus hombros, menor será tu fuerza para lidiar con ello. Solo tienes que dejar que todo fluya de ti, como siempre ha ocurrido.
Esas frases eran muy comunes en mamá.
— Ya lo sé…— Un suspiro pesado salió desde el fondo de mi garganta, mientras dejaba la guitarra de lado y me acomodaba mejor en mi sitio; el mullido sofá que amaba de la casa de mis padres. — Pero es que no puedo simplemente olvidarme de todo. Esto es una responsabilidad para mí desde el momento en que lo elegí para mi futuro, ya no es más un hobby.
— Y ahí está el error. — Se apresuró en señalar mi mamá — Dejas que todo esto se convierta en una carga, en un trabajo. Pero olvidas porque comenzaste a hacer todo esto en un principio; porque es lo que más amas… Y no puedes dejar que lo que adoras se convierta en una carga pesada.
Mi ceño lentamente fue dejando el fruncimiento que tenía, y mi corazón se fue acompasando al tiempo que otra emoción se presentaba; la calma. La tranquilidad y la satisfacción de saber que todo iba a estar bien llegaron junto a la sonrisa de mi madre, fue ahí cuando me percaté de lo mucho que la había extrañado. Esas palabras, ese confort que sentía ante su presencia era lo que más añoraba cuando me iba de gira.
— ¿Por qué eres tan sabia? — Fue lo único que atiné a decir. Mi sonrisa se iba ensanchando conforme pasaban los segundos mientras que mis brazos la acercaban a mí, hasta tenerla en un abrazo.
No había absolutamente nada mejor para mí que el calor materno.
— La experiencia forma a las personas, hijo. — Contestó ella con el mismo juicio de siempre, sus brazos reafirmando el abrazo y sus labios dejando un dulce beso en mi frente antes de alejarse. — Es mejor que vuelva a la cocina, antes que tu hermana haga un desastre. — A pesar de la broma, sabía que tenía razón.
En cuanto una risa burlona salía de mi boca y mi mamá se iba en dirección a la cocina, el sonido de mi celular en una llamada entrante obtuvo toda mi atención. Así que, fastidiado por la insistencia de mi asistente, descolgué y posicioné el aparato en mi oreja.
— ¿Qué pasó, Sophía? ¿Todavía no consigues el sitio del café? — Podía apostar que la mujer al otro lado del teléfono seguía perdida en algún lugar de Los Ángeles. Y es que, al parecer, el llamarme al menos cinco veces en lo que iba de mañana y pedirme de nuevo la dirección del sitio, no era suficiente para su coordinación.
Era buenísima en los negocios y contratos, pero pésima para acatar direcciones.
— ¿Por qué siempre tienes que ser tan altanero? — Desvió mi pregunta con otra de vuelta. Ya me la imaginaba rodando los ojos en fastidio. — En fin, llamaba para informarte que he encontrado algo mucho mejor que el café que me pediste.
Instintivamente, mis pies comenzaron a moverse por toda la sala de la casa de mi mamá hasta dejarme frente a un gran ventanal que daba al patio. Vagué mis ojos por la zona, tratando de correr la cortina y abrir la ventana.
— ¿Y que puede ser eso tan interesante? — Inquirí, aburrido.
— Descubrí algo, o mejor dicho alguien, que puede ser la solución a tu problema. — Su comentario teñido de emoción me descolocó un poco, aunque mi atención aún seguía en el seguro trabado de la ventana frente a mí.
— Rayos — Murmuré al ver que no cedía.
Sophía decidió ignorarme y siguió hablando animadamente de lo que, según ella, solucionaría nuestra situación, aunque a mí me parecían más balbuceos sin sentido lo que iba diciendo, no lo tomé en cuanta y seguí escuchando atentamente, mientras forcejaba un poco más el seguro de la ventana.
Hasta que algo más en su parloteo captó mi atención.
— ¿Recuerdas como tu inspiración repentinamente volvió, después del encuentro con aquella chica?
Mis manos detuvieron sus movimientos, y un pensamiento esperanzador se comenzó a colar en mi mente. Mi corazón se aceleró.
Obviamente que lo recordaba; últimamente no podía hacer alguna otra cosa más que eso.