Una rama emergió de su corazón. Ella creció llenándose de pequeñas fotografías que cambiaban de colores y se renovaban cada año. Hojas que, cuando caían, formaban colchones en el suelo donde se ocultaban los animales para jugar.
Las personas se sentaban con ella, le hablaban sobre sus alegrías y tristezas, sobre sus triunfos y problemas. También le leían miles de historitas e incluso le cantaban y bailaban.
Nunca estaba sola.
Hasta que de un momento a otro todo terminó.
Una noche, un alma rota y oscura cortó el árbol, y desató una furiosa tormenta cargada de dolor. Una tormenta que parecía no terminaría jamás.
Ella creyó que comenzaría a vivir una eterna soledad.
Pero un alma dulce y pura regó con sus lágrimas una pequeña rama, casi imperceptible, y de ella volvió a emerger un árbol. Esa persona jamás dejaría de ir, aunque no hubiera un árbol. Aunque quedara desértico, aunque construyeran algo sobre ella.
Allí abajo se encontraba su madre, y jamás la dejaría sola.