Abrió los ojos y vio las copas de los árboles, en diferentes tonalidades de verde, la luz atravesaba a través de ellas proporcionando un calor acogedor en su rostro. Observó a su alrededor, estaba sobre un colchón de hojas, en medio del bosque en la montaña. Se oían diversos pájaros cantando, a lo lejos los grillos y había una mariposa azul volando cerca de su pecho, de su corazón.
Se paró y sacudió la tierra del vestido blanco que llevaba. No recordaba habérselo puesto, tampoco entendía porqué no sentía frío estando en pleno julio, en pleno invierno en el hemisferio sur.
Comenzó a caminar hasta que divisó un camino el cual comenzó a seguir, le resultaba conocido todo lo que veía, se sentía en casa. Feliz, tranquila, en paz.
Se encontraba observando sus pies que iban jugando, esquivando las hojas, a medida que avanzaba cuando chocó con un árbol. Se frotó el pequeño golpe en la frente y alzó la vista. Había una pequeña cabaña de la cual salía humo de la chimenea. Olía a jazmines y a las galletas de su abuela.
Avanzó ansiosa hacia la cabaña y abrió la puerta, sin golpear, sin pedir permiso, arrebatada como siempre. Dentro no había nadie, pero sobre la mesa había un jarrón con jazmines y en el centro un plato con las galletas, se acercó y tomó una. No sabía que hacer, hacia donde ir.
De repente vislumbró una puerta del otro lado de la cabaña, estaba segura que no estaba allí. Se acercó y la abrió con cuidado, con miedo. Pero al abrirla solo había otro camino. Con cautela lo siguió hasta que llegó a un punto donde este se dividía en dos. El lado izquierdo se dirigía a una hamaca, la hamaca de su infancia, donde jugaba y hablaba con su familia. Y hacia la derecha había una silueta parada delante de la fogata apagada donde tantas noches había compartido con su familia, escuchando anécdotas del pasado.
Se acercó hacia esa persona que se le hacía tan conocida. Era una mujer, de estatura baja y con su cabello lleno de rulos. Tocó su hombro y esta se dio la vuelta. Saltó de la impresión y alegría, tapando su boca con las manos, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Abuela —estiró su mano tomando la de su abuela.
—Te estaba esperando, llegaste pronto.
—Te extrañé mucho —le sonrió con las lágrimas ya cayendo por sus mejillas.
—Siempre estuve, nunca te dejé sola.