Living with the monsters

C I N C O

FRANCESCA

Siento un ruido incesante y bastante molesto cerca de mí rostro, hago una mueca de desagrado y cubro mí rostro con la almohada amortiguando solo un poco el irritable sonido que emite mí despertador. Una queja ajena a mí llega a mis oídos.

—Francesca, maldita sea —siento algo blando caer sobre mí cuerpo con fuerza y sé con certeza que Cali me ha arrojado una maldita almohada, obligándome a que apague el odioso aparato que no ha dejado de chillar. Estiro mí brazo hasta la mesa de luz y tanteo con mí mano para encontrar al despertador por algún lugar. Cuando lo encuentro lo palmeo una y otra vez para presionar el botón de apagar. Una vez que logro apagarlo, dejo caer mí brazo a un lado de la cama, mientras suelto un pesado suspiro.

Salgo de abajo de mí almohada y me enderezo en mí lugar para buscar mí celular en la mesa de luz. Lo dejé cargando toda la noche y para mí suerte estaba bien conectado. Anoche salí con unos amigos y volví tarde a casa, olvidé por completo el hecho de que hoy iríamos a buscar a mí madre. Marco debe estar esperándome, dijo que quería ir temprano. Enciendo mí celular e intento enfocar mí vista para ver bien la hora.

13:35.

Mierda.

Es demasiado tarde, Marco me matará por no despertar temprano. De un respingo me pongo de pie y corro rápidamente al baño para darme la ducha más rápida que me he dado en toda mi vida, apostaría que todavía tengo restos de champo en mí cabello. Me visto con un pantalón negro y una remera de mí hermano. Corro otra vez a la habitación para buscar mis zapatillas que se encuentran en distintos sitios de la habitación. California sigue durmiendo, mientras ronca como si fuera un osito, un osito bastante gruñón y malhumorado.

Mí celular resuena con una llamada entrante por parte de mí hermano mayor. Lo contesto, mientras tomo todas mis cosas y las meto a la fuerza en mí mochila. Lo primero que escucho es un reproche por parte de Marco:

—Ya es tarde, Francesca —gruñe a través del parlante —. ¿Dónde te metiste?

—Lo siento, ya salgo —cuelgo la llamada antes de que pueda decir otra cosa y darme otro reproche como si fuera una niñita. Anoche mí hermano no durmió en casa, lo que deduzco fue a la casa de una chica a follar y pasaron toda la noche haciendo sus cochinadas y perversidades.

Bajo las escaleras corriendo, sin ni siquiera llegar a ver quiénes se encuentran ahí. Salgo disparada de la casa antes de que alguien me detenga y pregunte a donde voy. Soy buena mintiendo, pero no me gusta mentirle a mí familia, salvo a Dallas y Leah, a ellos les miento todo el tiempo y no me afecta.

Siento que alguien me llama por mí nombre desde la casa, pero no me detengo a ver quién llamó. El auto lujoso color terracota de Marco está estacionado en frente a la entrada. Sus vidrios son polarizados y los asientos son de cuero marrón oscuro. Estas son las escasas ventajas de tener un padre con dinero y que sea dueño de una empresa que fabrica autos. Marco ganó la jodida lotería con este vehículo, no veo la hora para tener dieciocho, tener mí propio auto y sacar mí licencia.

Subo al auto y cierro la puerta. Está tibio aquí adentro gracias a la calefacción, y huele a perfume de chico, sin embargo, no me desagrada, he olido cosas peores, los gases de mí hermano, por ejemplo.

—Tardaste, Francesca —se queja, mientras arranca el auto, el coche ruge con fuerza y sale disparado por la calle.

—Cálmate, Marco —siseo. Bajo el espejo del lado copiloto y me entretengo acomodando mí cabello y mi maquillaje. Nada ostentoso, intento mantener la naturalidad de mí rostro.

Marco aprieta sus manos en el volante tanto que sus nudillos se ponen blancos. Está nervioso, yo también lo estoy, pero alguno de los dos debe mantener la cordura o todo se saldrá de control. El miedo zumba por todo mí cuerpo y no tiene intenciones de irse, algunas preguntas surcan por mí cabeza, pero intento borrarlas porque si sigo pensando en ello me arrepentiré al instante y arruinaré las pocas ilusiones de mí hermano.

—Hablé con los jefes de la editorial —masculla mí hermano con la vista en el camino. Sus ojos transmiten un millar de emociones encontradas —. Aceptaron a la fuerza, pero logré que me dieran la dirección en dónde Senna vive.

Asiento medio sorprendida, sin dar respuesta.

—En diez minutos llegaremos —anuncia.

Mí celular suena con una llamada entrante, lo tomo en mis manos y leo el nombre de Dallas en la pantalla. Ruedo los ojos. Lo que me faltaba, no tengo ganas de hablar con él ahora. Mis ojos castaños se fijan en Marco quién conduce con la vista fija en la calle. No hay tanto tráfico hoy, lo cual facilita nuestro camino.

Papi está llamando —canturreo con sarcasmo. Él me observa de reojo y hace una mueca de desagrado.

Contesto la llamada y coloco el altavoz para que mi hermano también pueda oír lo que él tiene para decir.

Nunca odié a Dallas, aunque a veces demuestre lo contrario, para mí es solo un completo desconocido, no quiero jugar a ser su hijita y el mí padre, la relación que entablamos es la mejor que podríamos tener. Apenas si cruzamos palabras en semanas, y las pocas veces que hablamos terminamos discutiendo, por eso ambos optamos la indiferencia. Leah es otro caso completamente diferente, con ella no he hablado por dos meses, solo finjo que es invisible. La última vez que hable con ella terminó en una discusión también.

Yo había ido a hacerme mis primeros tatuajes sin supervisión de nadie, ni siquiera necesitaba el permiso de alguien, es mi cuerpo y hago lo que quiero con él. Volví a casa y ella los notó, se puso como loca y me regaño por lo que hice, tuvimos una gran discusión donde yo le recalcaba una y otra vez que ella no es nada en mí vida y que no puede decidir por mí. Estuvo a punto de golpearme por faltarle el respeto de esa manera, pero por suerte Camrym hizo que pusiéramos distancia una de la otra. Si ella me hubiera abofeteado, yo no me habría quedado con las ganas de hacerlo. Desde ahí no volvimos a hablar y para encender más su enojo me hice más tatuajes.



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En el texto hay: humor, california, novelajuvenl

Editado: 03.11.2020

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