Los primeros rayos de sol de este domingo me persiguen; me concentro y corro cada vez más a prisa, pero es inevitable que ellos me alcancen. No quiero que esta vez sean quienes lleguen primeros a la cima de la montaña. Doy mi mejor esfuerzo y al llegar igual que ellos, recuerdo tu nombre, Liz.
Dejo caer mis rodillas sobre el pasto y le envío una plegaria al universo, para que éste se encargue de llevarla hasta Dios. El viento golpea mi rostro como respuesta.
- Pronto será su cumpleaños -Hablo con el universo- y no he logrado encontrar un obsequio, que le diga lo importante que es ella para mi existir
- Sabes que Liz no desea un regalo…
- Y qué es lo que desea- me pongo de pie y camino mirando el pueblo que me vio crecer.
- Mirar, estando entre tus brazos, cómo el sol se oculta al oeste de Quito tiñendo a las nubes de amarillo y rosa-
-Algo en mí me dice que puedo hacer algo para ella - Elevo la mirada al cielo y soy testigo como una bandada forma una gran v, a unos tres metros de mí
-Quiero ser como estas aves- continúo- poder volar por el mundo sin temor al presente, pasado y futuro-
Dejo caer mi cuerpo sobre el pasto, lo siento mojado, pero no me muevo, solo quiero mirar el cielo, y mirarte en él, a ti, Liz.
-Me has hablado de ella durante meses, eres muy halagüeño. Noto que tu corazón siente algo muy grande por la misteriosa Liz- comenta el universo mientras mira el cielo.
-Y yo he notado que me ocultas que la conoces-
-Solo la he imaginado- rebate.
-No soy incrédulo, eres el universo, eres el principio y el fin del tiempo, sabes perfectamente quién es Liz. -
-Pero no conozco lo que tú sabes de ella, no sé cómo tú la vez, no sé por qué tu corazón late por ella.
Miro el reloj, son las seis y dos minutos de la mañana, tengo tiempo suficiente para contarle al universo cómo la conocí, así que relajo mi mente y viajo al pasado, sin antes poner una condición.