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—Te ves precioso, papá —dijo Maya con la dulce vocecita de una niña de cinco años, mientras Ryan se miraba al espejo. Cuatro colitas adornadas con lazos violetas y prendedores en forma de mariquitas decoraban su cabeza.
Él soltó una carcajada.
—Por lo menos no quedaron todas chuecas como la última vez.
—Es que la peluquera de mamá me está enseñando —dijo orgullosa, al ver que las clases estaban dando resultado.
Ryan le alborotó el cabello.
—Lo estás haciendo muy bien, pulguita. Ahora deberías peinarte tu también, estás toda mechosa y si sales así asustarás a los pájaros.
Maya se alisó el cabello con sus pequeñas manos.
—Es que cuando me caí del caballo me asusté mucho y los pelos se me pusieron de puntas, como le pasa al gato de la vecina cuando lo persiguen los perros.
—Por eso debes tener cuidado pulguita, no vayas brincoteando por ahí sin la supervisión de un adulto. Esta vez saliste ilesa, pero a lo mejor la próxima vez te rompes un huesito.
—¡Ay, no, mis huesitos! No quiero que se rompan mis huesitos. Si me pasa eso no voy a crecer, me quedaré de este tamañito para siempre —dijo levantando el brazo a la altura de su cabeza—. Ya voy a tener cuidado.
Ryan le sonrió y le dio un suave pellizco en la mejilla.
—¿De dónde sacas que te quedarás de ese tamaño?
—¿No pasara eso si me rompo los huesos de las piernas? Eso podría impedir mi crecimiento.
—Claro que no, pero no será nada agradable si te rompes un hueso. Te dolerá y no podrás jugar hasta que te recuperes.
—Pero sería muy aburrido. Mejor me cuidaré para que eso no suceda.
—Así debe ser, y yo estaré siempre ahí para asegurarme de que estés a salvo.
Maya lo miró con una sonrisa traviesa.
—Yo sé una forma para que puedas cuidarme mejor y todo el tiempo.
—¿Ah, sí? —arqueó una ceja—. ¿Y cuál es? —preguntó Ryan, curioso.
—¡Cásate con mi mamá y adóptame! —exclamó Maya, con la inocencia de quien cree haber encontrado la solución perfecta.
Ryan se quedó perplejo, mientras Maya lo miraba como si acabara de hacerle la mejor propuesta de su vida.
Eva se rió.
—Cariño, qué cosas dices... —dijo la niñera sin apartar la mirada de Ryan, quien se sentía abrumado por la repentina proposición de Maya.
—Mi mamá es muy hermosa y está solita —dijo para explicar las razones por las que debería enamorarse de su mami—. No quiero que se quede so... Solta... rana —hizo una pausa frunciendo el ceño al no recordar como se pronunciaba aquella palabra—. ¿Cómo se dice?
—¿Solterona? —dijo Eva antes de seguir picando una manzana para Maya.
—Sí, no quiero que mi mami se quede solerona.
—Sol-te-ro-na —le corrigió Eva, separando la palabra en silabas.
—¡Eso! —exclamó volviendo a posar sus ojitos en Ryan—. ¿Qué te parece mi idea? —la pequeña ladeó la cabeza y lo miró dulcemente.
Ryan estaba de acuerdo con que Hania era una mujer hermosa, pero hasta ahora, nunca la había visto de otra forma que no fuera como su jefa, y madre de la niña a la que él quería mucho porque le recordaba a su hija.
Cuando se disponía a darle una respuesta, su móvil sonó y su rostro adoptó una expresión seria.
—Papá, responde...
—Tengo que atender una llamada, discúlpame pulguita. Después hablamos...
Le dio una suave palmadita en el hombro y se puso de pie al tiempo en que respondía la llamada.
Maya lo vio entrar al baño para quitarse los lazos mientras hablaba por telefono y suspiró.
—Yo creo que si le gusta mi mami —murmuró bajo.
Eva se acercó y puso el plato con manzana sobre la mesa de centro.
—Toma, cariño.
—¿Eva, cómo se hacen los bebés? —la niñera casi escupe la bebida que comenzaba a degustar.
—¿Por qué preguntas eso, Maya?
Se encogió de hombros, apoyando ambos cachetes en las palmas de sus pequeñas manos.
—Mmm... Me imaginé cómo sería un hijo de mi mami y de Ryan si ellos se casaran.
—¿Por qué quieres que se casen? —la idea no le gustaba a Eva, pues a ella le interesaba Ryan.
—Él es bueno y me gusta para que sea mi papá —dijo suspirando.
—Mejor no pienses en esas cosas y cómete la manzana.
Maya miró el plato.
—No quiero comer, todavía tengo mi pancita llena. Mejor prepárame la tina para que me pueda bañar. Quiero ponerme bonita antes de ir a ver al señor de los ojos bonitos —se subió al sillón y comenzó a brincar.
—¿Ojos bonitos?
Maya asintió con entusiasmo.
—Mi salvador —explicó—. El señor que me atrapó cuando el caballo malo me lanzó al suelo. Mamá dice que siempre hay que dar las gracias, por eso tengo que verlo y agradecerle al señor de ojos bonitos.
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Editado: 22.11.2024