Llena eres de gracia.

Capítulo 8: Un poco de chocolate caliente.

— He ganado de nuevo— Alain arrastro todas las monedas que había en la mesa hacia él, mientras Jacques se desplomaba en su asiento   

— He ganado de nuevo— Alain arrastro todas las monedas que había en la mesa hacia él, mientras Jacques se desplomaba en su asiento.

—  ¿Habrá algo en lo que pueda ganarte, Alain?

Alain comenzó a guardar el dinero en sus bolsillos.

— Probablemente haya algo, hermano.

Jacques se incorporó en su asiento y recargo sus codos sobre la mesa.

—  ¿Y si lo hay? ¿Qué harás?

Alain acomodo las cartas de naipes y la dejo delicadamente sobre el centro de la mesa.

— Probablemente este feliz con ello.

La puerta se abrió dejando entrar a Rómulo, un joven de aproximadamente catorce años que trabajaba para el señor De Villaseñor.

— La cena esta lista, señoritos.

Alain le sonrió y asintió.

— Muchas gracias, iremos en seguida.

Rómulo asintió y torpemente salió de aquella habitación. Alain se levantó y camino a la puerta no sin antes ser detenido por Jacques.

— Aún tenemos tiempo de huir, Alain.

Alain sonrió con desgana y quito la mano de Jacques de su codo.

— Y que nuestro padre te olvide como su hijo, no Jacques. Tenemos que afrontarlo.

Alain apresuro su paso para salir, Jacques simplemente lo siguió con la mirada y cuando la puerta se cerró este suspiro.

 

— Fue una exquisitez— murmuro Claudine, quien había terminado su plato de perdices bañadas en salsa de almendra con jerez.

— Me alegra oír eso, estamos complacidos por ellos— Claudine sonrió ante las palabras de Magdalena y levanto su copa en su honor.

Cristóbal observo a su alrededor y pudo ver a Isabel jugar con un chícharo de su plato con un gesto de aburrimiento. Por su parte Alain troceaba un pedazo de carne de su plato y trato de no elevar la mirada, mientras que Jacques jugueteaba con sus dedos.

Cristóbal carraspeo.

— Creo que es momento para que nuestros muchachos sean dignos de su vida por delante.

Adolphe Rousseau asintió y se levantó para elevar su copa.

— Estoy lleno de orgullo, mi hijo mayor, mi primogénito, de verdad esposara a la hermosa señorita De Villaseñor.

Isabel presiono fuertemente el chícharo provocando que este cayera al suelo, debido a ese movimiento Jacques la miro.

— Es un honor que haya elegido a mi hija, joven Alain— Cristóbal levanto la copa hacia él.

Alain lo miro y asintió.

— Pierda cuidado, señor De Villaseñor— miro a Isabel — La protegeré con mi vida si es necesario.

Isabel miro a Alain, pero después desvió su mirada. Una mirada llena de coraje, llena de odio que no podía ocultar con tan solo ver su libertad en la basura.

— Y confió en ti, hijo.

—  ¡Dios los bendiga el resto de sus vidas! — Exclamo Magdalena con las manos juntas como si estuviera rezando.

— Su banquete será tan elegante y fino que podría realizarse justo en el Tivoli Del Eliseo (1)—comento con emoción Claudine a lo que Magdalena aplaudió.

 

 

—  ¿No entraras? — pregunto Alain mientras abría la puerta.

-— Lo declino, iré a despejarme. — señalo la puerta— descansa primero.

Alain asintió para sí y se adentró a la habitación.

Jacques se giró sobre sus talones para seguir recorriendo aquella casa, paso por una habitación donde podía escuchar las risas de su padre y el Señor Villaseñor, no sabía exactamente hacia donde iba, pero cuando menos lo noto ya estaba fuera de la casa, vago por el patio cuando pudo ver una pequeña casa con luces encendidas, si era parte de la casa estaba muy alejada. Su curiosidad podía más con él, a decir verdad, Jacques sabía que su defecto era su curiosidad, apresuro su paso para llegar hasta esa pequeña casita de color azul, donde se regañó a si mismo por no salir bien abrigado.

Estuvo por tocar la puerta cuando escucho la risa de Isabel, se maldijo así mismo, al parecer era la única risa que había logrado escuchar dentro de la casa. Toco suavemente con sus nudillos y la puerta fue abierta. Recordó a aquella mujer que había abierto la puerta la primera vez que lo vio. Amparo.

Ella se petrifico al verlo, pero le hizo un saludo con su cabeza, la puerta se abrió completamente cuando Isabel asomo su pequeña cabeza.

— Señor Rousseau, es... una sorpresa verlo aquí a esta hora.

— La sorpresa también es para mí, ¿Qué hace levantada a esta hora y sin su dama de compañía?

Isabel se cruzó de brazos.



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Editado: 12.03.2018

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