16 de octubre de 2021
Eiden
La lluvia nunca me molestó. Era uno de esos días en los que la ciudad parecía más viva que nunca, pero al mismo tiempo más tranquila. Las calles de Nueva York brillaban bajo el agua, y la gente corría a sus destinos, refugiándose bajo paraguas o en tiendas. Yo, sin embargo, me encontraba caminando sin prisa, dejándome envolver por la música que salía de mis auriculares. A veces, cuando el mundo se volvía demasiado ruidoso, me gustaba desconectarme, y qué mejor manera de hacerlo que con los sonidos suaves del jazz envolviéndome. Y aunque llevaba un paraguas conmigo, no me importaba usarlo.
Cuando llegué a la tienda de discos, la campanita sobre la puerta sonó, anunciando mi llegada. Era el tipo de lugar que tenía un encanto viejo y desordenado, las estanterías llenas de vinilos que había visto tantas veces, pero siempre encontraba algo nuevo entre ellos. El dueño, un tipo de barba espesa y lentes grandes, levantó la vista brevemente y luego volvió a sumergirse en su lectura. Este lugar siempre me daba la sensación de estar solo en un rincón apartado de la ciudad, lejos del ruido del mundo.
Me dirigí a la sección de jazz, mi refugio personal. Tenía la sensación de que encontraría algo especial esa tarde, aunque no sabía qué exactamente. Pero, al pasar por una estantería, vi a una chica mirando fijamente un álbum. La conocí al instante, aunque no la conocía en absoluto. Había algo en su postura, en la forma en que se tomaba su tiempo para elegir el disco correcto, algo que me cautivó de inmediato.
Su cabello negro caía en suaves ondas, con un flequillo que la hacía parecer algo etérea, casi como una aparición en medio del caos de la tienda. Sus ojos, grandes y cafés, parecían reflejar una curiosidad infinita, y aunque estaba absorta en lo que hacía, de alguna manera sentí que también me estaba observando. Como si, en ese mismo instante, nuestras miradas se hubieran cruzado y todo lo demás desapareciera.
Estuve a punto de seguir caminando, pero algo me detuvo. Fue como si el aire mismo me empujara hacia ella. No sé cómo ocurrió, al final me encontré a su lado, mirando los discos junto a ella.
-¿Esa es una edición original? -me preguntó, rompiendo el silencio entre nosotros.
Su voz tenía una suavidad que, de alguna forma, me hizo sonreír. La forma en que habló, como si ya me conociera, como si no hubiera barreras entre nosotros, me hizo sentir como si estuviéramos conversando en otro lugar, fuera del tiempo y el espacio.
-Sí, es original -respondí, mostrándole el disco en mis manos. -Aunque no estoy seguro de que pueda permitírmelo...He comprado demasiados discos este mes, mi padre se enojará si se entera que me la paso aquí metido.
Ella sonrió de una manera relajada, como si ya supiera todo sobre las luchas internas de gastar o no gastar dinero en algo que te gusta. La comprensión en su expresión fue instantánea, como si estuviéramos conectados a través de una misma complicidad.
-Eso me pasa siempre -dijo con un tono cómplice-. Entro a cualquier tienda de discos prometiéndome no comprar nada, y salgo con tres discos. ¿Sabes qué? Si no lo compras tú, lo haré yo.
Me sorprendió su desinhibición, y una chispa de humor brilló en su mirada.
-Entonces, te lo dejo. -Dije, entregándole el disco. -Adelante, ya no me lo puedo llevar sabiendo que tú lo quieres.
Y aunque esas palabras salieron de mi boca, algo dentro de mí me decía que había algo más. Había algo en ella, en su forma de estar tan presente en el momento, que me hizo querer quedarme. No solo en la tienda, sino cerca de ella.
Al principio, pensé que sería una conversación breve, algo superficial sobre música, pero para mi sorpresa, las palabras fluyeron con una facilidad inusitada. Claire no solo hablaba sobre discos, hablaba de la vida, de cómo estaba descubriendo todo por primera vez, como si la ciudad la hubiera acogido con los brazos abiertos, pero al mismo tiempo la hubiera dejado fuera, desorientada y sin rumbo. Su vida en Nueva York era una mezcla de aventuras, aunque un poco solitaria, según sus palabras.
-Me acabo de mudar -me confesó, mientras sus dedos recorrían distraídamente las carátulas-. Aún no sé si esto es lo que esperaba, pero... algo me atrae aquí.
Yo entendía exactamente lo que quería decir. Nueva York, aunque llena de gente, a veces te hacía sentir más solo que nunca. No era fácil encontrar tu lugar en una ciudad tan inmensa, pero de alguna manera, Claire parecía tan segura de sí misma, tan única en su manera de ser, que no podía dejar de escucharla.
-Te entiendo -respondí, sin saber bien cómo, pero sentía que éramos dos almas buscando lo mismo en medio del caos. -Es como si cada rincón de esta ciudad tuviera una historia que contar, pero no siempre sabemos cuál es la nuestra.
Ella me miró durante un largo momento, como si estuviera tratando de descifrar mis palabras, y luego, como si algo encajara, asintió lentamente.
-Exacto. Y a veces me siento como si estuviera buscando algo sin saber qué. -Suspiró-. Pero me ayuda estar aquí, en este lugar.
La conversación continuó fluyendo, y no pude evitar notar lo fácil que era hablar con ella. Era como si el tiempo se aligerara, como si no hubiera un final para la conexión que compartíamos. Pasaron unos minutos, y los discos y las estanterías se desvanecieron por completo, dejándonos en nuestra propia burbuja.
#3585 en Novela romántica
#201 en Joven Adulto
amor tristeza y felicidad, amor adolescente, amor real a fuego lento
Editado: 13.04.2025