Lluvia de Fuego: La Era del Fuego 1

Capítulo 6: La Muralla

Alabis estaba lleno de maravillas. Lugares como el manglar de los Bajos Kali, en donde Jack se fascinó con los enormes caimanes; los cenotes de Vhol Kamul, junto a los vestigios del gigantesco cráter meteórico que, se cree, extinguió a los dinosaurios; las antiguas ruinas Mulvoris que fascinaron a Lina, pertenecientes a la primera civilización que, se presume, fue la que moldeó Arquedeus desde hace más de quince mil años; el acuario submarino donde la atracción principal era observar de cerca a los animales marinos, a bordo de capsulas submarinas. Otras actividades, como el buceo, el paracaidismo marítimo o las simulaciones de cacerías arqueanas, por desgracia quedaban descartadas por la seguridad del bebé, sin embargo, seguían disfrutando en grande.

Para su último día, tenían planeado entrar a la primera sección de la muralla arqueana —sólo a la primera sección, porque era la única que permitía acceso temporal a extranjeros—. Jack creía que era una buena oportunidad para conocer la forma de vida de aquellos que habían transformado las antiguas naciones europeas.

El nuevo auto que Jack había rentado, una vez devuelto el magnético, los esperaba fuera del hotel. Era un sedán común y corriente, color plata.

—¡Es sorprendente! —dijo Lina, ocupando el asiento del copiloto—. Siempre quise conocer a los arqueanos. ¡Tienen una historia increíble!

—No esperes demasiado, ya conociste a los arqueanos de Alabis. No son muy diferentes a nosotros, están contagiados por nuestros sistemas —dijo Jack, quien conducía el auto. Suspiró—. Me gusta verte contenta. No quisiera que te desilusionaras.

Lina saltó desde su asiento para agarrarse al brazo de Jack, entre risas.

—C-cuidado —dijo Jack, tratando de mantener los brazos firmes en el volante.

—¡Tooodo ha sido maravilloso! No te preocupes cielo —dijo ella, alargando la primera palabra para enfatizar—. Además, los arqueanos de aquí son diferentes a los que están dentro de las murallas. Por algo están separados, ¿no?

—No debería juzgarlos antes de conocerlos ¿eh? Está bien. Veámoslo con nuestros propios ojos —respondió Jack.

—Ya verás que será una buena experiencia. Ahora es cuando me doy cuenta de que pude haberme dedicado a buscar objetos antiguos, civilizaciones perdidas, vestigios de los primeros hombres. —Lina suspiró—. Pero mírame, en un aburrido puesto del Consejo, dictando leyes absurdas.

—Tranquila, es gracias a ti que el Consejo de nuestra ciudad funciona de forma honesta. Tienes una muy buena organización, eres buena en lo que haces y, seamos sinceros… —Jack soltó una risa divertida—… las civilizaciones perdidas te encontrarían a ti, antes que tú a estas.

—¡Oye! —dijo Lina, enfurruñada, y es que era pésima a la hora de buscar cualquier cosa—. Aun así, creo que habría sido divertido.

Después de varias horas de viaje las altas murallas ya se vislumbraban a la distancia, pero, antes de poder continuar, tenían que pasar por un enrejado, custodiado por militares de origen galeano. Pidieron papeles de identificación a Jack y Lina para dejarlos pasar, informándoles que estaban dejando Alabis. Jack los mostró y no tuvo ningún problema para salir, su puesto como investigador renombrado, le facilitaba muchos trámites.

Al seguir avanzando, divisó lo que parecía ser otra caseta de vigilancia. Redujo la velocidad y se detuvo. Esta vez un hombre bastante alto, de piel oscura, se acercó a ellos.

—¿English? ¿Español? ¿François? ¿Portugués? ¿Italiano? —preguntó el hombre.

—Español —respondió Jack, antes de que siguiese.

—Mis disculpas, pero antes de que pueda permitiros el acceso a este lugar, necesito comprobar vuestras intenciones —dijo el hombre, en un español perfecto.

—De acuerdo y... ¿cómo podría demostrarlo? —preguntó Jack, extrañado. Esa debía ser la frontera que marcaba la separación de Alabis con el resto del continente arqueano. La muralla estaba justo al frente.

—Sólo tiene que colocar la palma de su mano aquí —dijo el hombre, sacando un artefacto de cristal parecido a una pequeña pantalla plana.

Jack colocó su mano y una luz escaneó su palma, la pantalla se iluminó de verde. El hombre la retiró y realizó la misma operación con la mano de Lina, obteniendo el mismo resultado.

—Gracias por su colaboración, entenderéis que no podemos permitir que cualquier persona entre aquí. Sólo aquellos de intenciones puras pueden hacerlo —le dijo a Jack, justo antes de retirarse y permitirle el acceso.




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