Jean Carlos
La mañana trascurrió con calma, sin mucho apuro puesto a que tiene “vacaciones” durante esos días. El set del programa en que trabaja ha estado en remodelaciones, cambiando las decoraciones y muebles a colores más pintorescos y navideños.
“Apenas estamos en noviembre y ya quieren adornar para navidad” pensaba con incredulidad, sin mostrarse tan emocionado por la época venidera.
Jean Carlos se dispuso a realizar los quehaceres. Compró productos para el mes, a la par que añadió ingredientes para la elaboración de guaguas de pan, que empezaban a servirse en las panaderías y hogares ecuatorianos por el día de muertos; agregó a la lista harina morada, hierbas y frutas, sabiendo que su madre estará ansiosa por preparar colada morada.
Pese a ello permanece atento al tiempo, viendo de vez en cuando la hora para ver si no se le hace tarde para su reunión con el director de El despertar. Le gusta ser puntual, por lo que es probable que termine presentándose en la televisora una o dos horas antes que se lleve a cabo la reunión.
Lo único que puede hacer en esos momentos es esperar, recostado en unos de los muebles de la sala mientras busca qué programa ver en la televisión. Rosa está sentada a un lado, escarmenando el cabello de su hijo.
—Te estás haciendo viejo muy rápido, Carlos —expresa la mayor, notando rastros de canas en el oscuro cabello del mencionado—. En unos años tendrás más canas que yo.
Sonríe la fémina al oír un bufido por parte de Jean Carlos.
—Me pinto el cabello. —responde con simpleza, ladeando un poco la cabeza para visualizar a su madre.
—Mejor píntate el culo y no molestes. —el menor suelta una carcajada, sintiendo un ligero jalón por parte de Rosa.
—Compórtate, mamá. —le regañó.
—Yo me comporto muy bien, tú que quieres andar de teñido aparentando menos años. —replica la mujer, esbozando una pequeña sonrisa—. Aunque eres atractivo, pese a tener tus añitos.
—Apenas cumplí cuarenta…
—Y sigues sin comprometerte. —parló la anciana, mirando a su hijo— ¿Cuándo piensas casarte? Sabes que no me importa tener nietos, pero no puedes estar solo toda tu vida.
—No estoy solo, tengo a Miriam.
Rosa tuerce los ojos, esta vez acariciando la mejilla del contrario.
—Ella es una buena chica, y se ve que quiere dar el siguiente paso contigo. —comentó, ganándose la atención de Jean Carlos.
—¿El siguiente paso? —repite sin entender.
—Quiere casarse, Carlos. —contesta la mayor—. Ella espera que tú des ese paso.
—Yo… —balbuceó— no me siento interesado en eso. La amo, pero creo que estoy muy viejo para ella.
—¿Por qué piensas eso? —cuestionó, frunciendo su arrugado entrecejo—. Mientras exista amor mutuo y genuino, la edad no es impedimento.
—Pero-
—Pero nada, Carlos. —el mencionado cierra la boca, sintiéndose como niño regañado—. No me digas que no la amas de verdad…
—¡Claro que la amo! —exclamó al instante—. Miriam es la mujer más hermosa y maravillosa que he conocido; haría lo que fuera por ella.
—¿Entonces por qué sigues sin pedir su mano? Miriam se está entregando a ti en bandeja de plata, pero parece que estás más ciego que yo.
Las palabras de su madre lo hacen sentir acorralado. Jean Carlos se aleja de la mayor, incómodo.
—No quiero hablar de eso. —dijo en un tono vacilante, casi tímido. Rosa lo fulmina con la mirada, sin embargo, Jean Carlos añadió: —. Hablaré con Miriam del matrimonio, ¿ok?
—Más te vale, mocoso. —replicó.
El pastelero respira suavemente, regresando su atención a la televisión; no obstante, con solo observar fugazmente la pantalla desvía la mirada, haciendo una mueca.
—¿Quieres ver eso? —le pregunta a su madre, quien asintió mientras le arrebata el control a su hijo.
—Es mi programa favorito —declara la mujer, escuchando un sonoro gruñido por parte de Jean Carlos.
—Te gusta verlo para joderme la vida.
—No es mi culpa que le tengas bronca a Antonio. ¿Quién en su sano juicio odiaría a ese pedacito de sol? —siseó Rosa, observando a Antonio con una sonrisa risueña.
Le es imposible ocultar su desagrado ante el comentario de la mayor. Ve de reojo la pantalla, oyendo la voz de Antonio, quien parece ser entrevistado junto a su esposa. Jean Carlos suelta un carraspeó, incorporándose.
—¿Qué te apetece comer? —interroga, viendo hacia la sala.
—Yo como lo que sea, Carlos. —respondió sin dejar de ver el televisor.
—Bueno… —musitó—. Iré con Miriam.
Editado: 10.11.2023