Julia corrió el colectivo, pero no, no lo alcanzó. Tiró una puteada y se limpió la transpiración de la cara. Se sentó al borde de la vereda, con la respiración agitada. El colectivo solía llegar cada tanto, entonces esperaba estar ahí un rato largo.
Sacó los auriculares del bolsillo de la mochila, con la intención de escuchar música. Aunque una voz la interrumpió: -¿Hace cuánto estás acá? -Preguntó el pibe.
-Acabo de llegar y no suele venir cada 3 minutos, te recomiendo que te sientes y esperes. -Contestó ella.
Él hizo caso a su sugerencia y se puso bastante a su lado, lo que la incomodó un poco. Se corrió un par de centímetros y volvió a dejar los auriculares en la mochila. Tal vez iba a seguir hablándole y no quería andar sacándolos de sus oídos cada dos segundos.
Dirigió la mirada al frente, chasqueando la lengua. Entrelazó sus dedos, mientras pensaba en otras cosas. Nuevamente, el desconocido la interrumpió: -¿Querés un chicle?
Quiso rodar los ojos, pero por cortesía no lo hizo. Tan sólo respondió: -No, gracias.
A lo lejos divisó el 60 doblando la esquina. Se paró, junto con él. Hizo la señal con la mano y en cuanto tuvo el transporte cerca, se subió. Notó que su acompañante no venía con ella, pero no le dio mucha bola. Puso la tarjeta en el lector y se puso en marcha.
Pero el viaje fue interrumpido. Un estruendo se escuchó y el corazón de todos se detuvo. Si Julia estaba preocupada por llegar tarde, ahora eso sería el menor de sus problemas.