Lo mejor de nosotros...

6–Un príncipe prometedor

–¿Quién ha dicho que busque la gloria? Ella me buscará a mí en el mejor de los casos… ¿Quién ha dicho que soy un héroe? Sólo soy lo que la perspectiva considere… ¿Quién ha dicho que soy inteligente? Nadie sabe más que de lo que recuerda y la lógica a veces nos supera a nosotros mismos… ¿Qué te parecen las palabras de Garfhal, jovencito? –preguntó Asthelf, el maestro real de Artevhal.
–Excelentes, maestro, quisiera conocerlo algún día–dijo el muchacho con los ojos fijos en las páginas de un libro.
–Garfhal el Sin Rumbo, Garfhal el Corazón de la Justicia, muchos son los apodos por los que se le conoce, lo cierto es que su historia es testimonio de como la perseverancia y el buen juicio conducen al hombre por el buen camino.
–¿Qué edad podría tener? –dijo el pupilo de imprevisto.
–Setenta… o más, a lo mejor aún esté vivo.
–¿Usted no lo sabe?
–¿Qué cosa? ¿Si él aún vive? El reino de los Mares está al otro lado del mundo, y las cartas no siempre llegan con prisa. Pero sí, debe estar vivo.
–¿Ya me puedo ir? –preguntó el joven de quince años sin vacilar un instante.
–Sí, la clase a terminado–el maestro real respiró con cierto alivio.
Lo que más le gustaba a Artevhal era la arena de combate, en ella entrenaba a diario, su instructor real, el caballero Fillerd, lo esperaba para comenzar las clases.
–¿Estás listo? Agarra el arma…
El instructor le tiro una espada de acero negro y el muchacho la cogió al momento, el choque metálico de las hojas de sus armas resonaba por toda la arena como el martillo de un herrero, eran movimientos rápidos y precisos, pero bien ejecutados.
–No me extraña que ningún niño de tu edad te gane… eres un príncipe muy poderoso en combate–dijo su instructor con orgullo.
–Creo que la vanidad no me va a hacer perfeccionar mi técnica de combate, ser, así que no me alabe tanto.
–No volverá a pasar, si lo que quieres es que demuestre que aún estás verde, lo intentaré–la cara del instructor tenía una expresión complicada, era como si se sintiera un poco avergonzado, aunque no tenía motivos para ello.
La danza del acero prosiguió por algunos segundos más, tanto el alumno como el maestro parecían estar a la par. Izquierda, derecha, abajo, arriba, era como un juego de velocidad y rapidez de pensamiento. Un corte en la armadura del instructor puso fin al entrenamiento, no era profundo, pero si Fillerd no hubiera desviado el curso del arma del príncipe estaría muerto en ese momento.
–Parece que ya te estás haciendo un hombre, joven príncipe, no todos los muchachos de tu edad pueden… ya sabes, ponerme a prueba como usted lo hace.
–Nunca fue mi objetivo ponerlo a prueba, ser.
–Sí, pero lo hiciste, enhorabuena, Artevhal–y dicho esto el instructor se marchó sin más.
El muchacho se pasó la mano por la frente perlada de sudor y agradeció el frío y delicioso viento que le ayudó a refrescarse un poco, las almenas del castillo casi tapaban al Sol, que se hallaba ocultándose en el horizonte, el silencio invadía la arena, y el polvo del suelo se juntaba para formar una tormenta, Artevhal se dio cuenta que un caminito de sangre se había formado en torno a las pisadas del instructor de combate, al parecer su acero perforó su cota de mallas. La herida no era mortal, claro, pero nunca había llegado a herir al caballero en más de dos años de entrenamiento. No se sentía orgulloso por eso, más bien la pena se le reflejaba en el rostro. Bajó las escaleras enseguida para ver si el caballero se encontraba en la cámara de médicos.
–No fue nada, chico, sólo un rasguño–dijo el caballero que ya tenía vendado el hombro–. No quería preocuparte, por eso no te lo dije.
Artevhal se sentía más aliviado al ver a su instructor de combate con una sonrisa en el rostro, pero tenía que tener más cuidado, ya su fuerza superaba a la de muchos en el reino de las Estrellas. La armadura del príncipe era tan sencilla que hasta daba miedo que entrenara de esa forma; ¡Solo tenía una sobreveste sin cota de mallas!, ¡Era casi una locura entrenar así!
En las noches al príncipe le gustaba leer, ponía una vela bien cerca de la cama y empezaba a descubrir nuevos mundos y fantasías… a veces le daba miedo la oscuridad que lo invadía en su habitación gigantesca, pero él ya era un joven bastante fuerte, no tenía por qué temer a monstruos y leyendas macabras… 
El mundo de Farol Azul se encontraba en un sistema solar muy alejado del resto, su Sol, una estrella gigante naranja, se encontraba a punto de convertirse en una enana blanca, cuando digo a punto me refiero a millones de años. Farol Azul era la cuna de un centenar de especies inteligentes, pero al final fue colonizada por seres humanos, y esos seres humanos decidieron dejar atrás a la tecnología y vivir de lo que le ofrecía la naturaleza del planeta. No fue una mala decisión, fueron felices, pero de eso había pasado cientos de años y sus descendientes se habían reproducido demasiado rápido. Pero Artevhal desconocía la tecnología de sus más remotos ancestros, ni siquiera sabía que en la galaxia de la moneda de plata había muchas más especies y planetas que él suyo. Él creía que su mundo era el centro del universo, y que el Sol giraba en torno a él y que las estrellas eran los dioses o mensajeros celestiales. No lo juzgues, así pensaría cualquier persona en la edad media, además, aún era un crío, con quince años todavía no se sabe mucho del universo… A menos que nazcas en Aldurán, claro.

 



#2515 en Ciencia ficción

En el texto hay: ciencia ficcion

Editado: 27.03.2021

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