Lo mucho que odio amarte

CAPÍTULO 2

Capítulo 2

Pretexto
 

Descubrí algo. No sé como una cosa llevó a la otra, pero descubrí que a mis padres no les cae para nada bien la familia Almada, en especial Mauricio, porque consideran que es un holgazán, sin futuro y que anda en malas juntas. He aquí como ellos lo ven a él, pero lo cierto es que ninguno lo conoce lo suficiente como para demostrar lo contrario. 

 

Preferí guardarme mis comentarios en aquella cena familiar y solo escuchar sus críticas, aunque lo iba a tener en cuenta. No me imagino como se pondrían mis padres al darle la noticia de que pueda estar sintiendo algo por aquel chico. Ellos preferían que tenga una buena reputación, buenas calificaciones, que me egrese, luego me gradué y me especialice en lo que más me gusta, que todavía no identifiqué qué es, y que para este tema habría tiempo más adelante. Y estaban en lo cierto, era justo lo que yo quería, pero cuando comienzas a tener ese cosquilleo en el estómago, la sonrisa torpe en tu rostro al escuchar su nombre o el irremediable temblequeo en todo el cuerpo solo por verlo, es algo que solo termina confirmando tus sospechas: estás enamorada. 

 

Pero no, yo quería pensar sobre ello, darle vueltas al asunto, enredarme en todo ese lío, golpearme la cabeza contra una pared y no dormir por las noches como debía. Y eso era lo que pasaría ahora, tomaría la misma ruta, aquella que me llevaría hasta el instituto, para que de la nada choque con un bache. ¡Sí, un maldito bache todos los santos días! Esa desigualdad del pavimento hacía que lo estropeará todo y sobre todo el camino que te habías esforzado por mantener bien derecho y sin modificaciones que te hagan volver a empezar. 

 

Yo no quería distracciones. A esto lo consideraba una de ellas. Y a pesar de todo, me lo propuse. Me propuse que aquello que tuviera que pasar, que pasara. Después de todo, ¿que perdería? Bueno, siendo así, habría muchas cosas por enumerar. Igual, el caso es que no pondría trabas, tampoco iba a dejar que me pisotearan.

 

—¿Cuánto llevas? —Me preguntó Mariana.

 

Mordí la parte trasera de mi lápiz, tras llevármelo a la boca, luego de ver mi hoja en blanco puesta sobre la mesa y recordar que aún seguía en evaluación. La hora en el reloj de pared jugaba una carrera con el tiempo como nunca antes y los casilleros de las consignas vacías esperaban mis respuestas. 

 

—Voy 4 de 20. —Le comuniqué.

 

—No estudiaste, ¿cierto?

 

—Sí, lo hice, solo estoy desconcentrada. 

 

Lo di todo hasta donde pude. Es decir, respondí la mayoría, pero las posibilidades de salir bien en ellas es muy baja, teniendo en cuenta que no me agradaba economía. Yo soy más de las artes. 

 

Cuando el timbre sonó, salí al balcón que también daba a nuestra aula, arrastrándolos conmigo a Mariana y Alejandro, como últimamente lo hacía. Supervise la zona, el pasillo, el patio, las escaleras hasta incluso el baño de hombres. Sin dudas, estaba despejado.

 

—¿Cómo les fue? —consultó Alejandro.

 

—Supongo que bien —respondí—. Aunque sí solo prestará más atención a las clases, todo sería más fácil. Pero no, siempre hago lo mismo.

 

—Vas a salir bien, Viqui, sabes que siempre dices lo mismo. —Protestó y aquella solo asintió.

 

—¿Podemos ir al salón? Se supone que habíamos elegido para decorar y vamos a mitad de semana, la mayoría ya ha traído lo suyo y la parte más importante está faltando. Si no queremos problemas deberíamos bajar —indicó Mariana mientras masticaba un chicle azul de sabor tuti-fruti.

 

—Sí, tienes razón, sacaré las cosas de mi mochila y bajaremos. 

 

Fuimos hasta el salón de baloncesto, estaba vacío, por lo que nos sirvió. Nos dividimos y comencé a armar guirnaldas. Mariana, colocaba los globos de color amarillo, blanco y negro. Lele, dibujaba en una cartulina algo seguramente interesante, para luego pegarlo con cinta en las paredes. 

 

Al rato, aparecieron Joaquín, Agustín, Milagros, Esmeralda y digamos que el curso completo. Subí las escaleras cuando se hicieron presentes. Lele comenzó a pasarme una tela oscura a la que luego le colocaríamos unas letras doradas y después más guirnaldas con globos: en otra vida, si no fuese artista, sería organizadora de eventos. 

 

Fue así que empecé a colocar las primeras letras sobre aquella y tras voltear un alfiler, Mauricio apareció. Aquel siempre aparecía en el momento exacto, en dónde se activa mi torpeza, en donde nadie lo llamaba. Sin embargo, no tomé en cuenta que era amigo de Joaquín y digamos que de la mayoría, excepto de mí y mis dos fieles acompañantes, que no les caía para nada bien y que tampoco les molestaba.

 

—Otra vez está aquí. —Le dije entre dientes a Ale mientras me pasaba el alfiler.

 

—Aún no entiendo por qué tanto te fastidia, no te ha hecho nada, ni siquiera te registra —contestó haciendo que su tono sonara algo molesto.

 

La escalera comenzó a tambalearse. Poniendo los ojos en blanco comencé a bajar y agregué:

 

—Te equivocas, siempre está queriendo ser el centro de atención —Lo apunté con mi dedo como castigándolo.

 

Miré a Mauricio, sus zapatos trataban de darle más altura de la que ya tenía. Se llevaba una de sus manos a su cabello para peinarlo con frecuencia, otra de ellas la metía en el bolsillo de su pantalón y, a su vez, se balanceaba sobre sus pies como si tratara de hacer equilibrio en una cuerda floja. 

 

Su espalda era ancha, fuerte, amplia y firme. Me imagino cómo sería verlo sin su campera. Apostaría que a través de su camisa blanca, su espalda es más atlética de lo que parece. Y como si escuchara mis pensamientos y hablara en voz alta, desde lejos, se lo sacó dejando ver su casi transparente camisa. Se acomodó su corbata, se arremangó hasta los codos las mangas y miró hacia atrás en donde me encontraba para continuar en lo que sea que estaba haciendo. 




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