Capítulo 8
Chicos rebeldes
La semana de celebración al fin había acabado y eso llevaba a que muchos se pusieran de mal humor, puesto a que nadie quería volver a la normalidad de las clases que, de hecho, nos costaba más de lo debido retomarlas. Nuestra mente aún seguía aferrada en aquellos días emocionantes, llenos de alegría pura, sobre todo la mía, en esos encuentros recurrentes y fortuitos con Mauricio.
Con el transcurrir de las semanas, me han informado de nuevas novedades sobre mi amado, en las que consideraba que a veces tanto sus acciones como sus palabras se volvían incomprensibles y contradictorias. Generalmente, hacían que obtuviera un gran dolor de cabeza.
“Victoria, me mira demasiado. Sé que lo hace en cada oportunidad que tiene.”
¡Que mentiroso! Lo dice quien invade nuestras clases de educación física para ver nuestros entrenamientos. Mi amiga está de testigo y, así como ella, yo también lo he visto ciento de veces hacer lo mismo. Es más, creo que se salta sus clases para perder el tiempo en las mías.
“Victoria y yo, solemos coincidir muy a menudo en la parada del transporte público.”
Cuando mis padres no pueden llevarme hasta el instituto es más que obvio que coincidamos en el transporte o en la salida de la misma parada. Mauricio, ¿sabes que estudiamos en el mismo sitio, no?
“Él dijo que pasara a visitarlo. Tiene tantas ganas de beber unos tragos conmigo.”
Me sorprende que ahora sean muy amigos. Aunque también puede ser buena opción para seguir sacándole información.
“Mauricio dijo que el otro día cruzó por tu casa en el auto con su primo.”
Mi corazón se detuvo cuando escuché que había cruzado por mi casa, sin saber a qué hora o en que momento. Tal vez me había levantado de una siesta profunda y cuando me asomé a la puerta, había logrado verme con el cabello despeinado, la cara marcada y con la ropa arrugada. ¡Qué vergüenza!
“Chica rebelde”
Me quedé con esa última frase, salida de la boca del mismísimo Mauricio. De hecho, sucedió cuando llegué tarde al instituto por hacerme algunos estudios y controles médicos. Tras mi ausencia, Lele estaba hablando con mi amado, que cuando me vio ingresar al aula en horario de recreo, comentó por lo bajo aquellas palabras sin darse cuenta de que fue suficiente como para que mi colega lo escuchara. Caso que me lleva a pensar que está al pendiente de lo que hago. Por cierto, tuve la valentía de seguirlo en Instagram, algo a lo que a los dos segundos de haberlo hecho me arrepentí y no quise volver a abrir mi cuenta en días.
—¡Javier, es tu último aviso! —Citó la secretaria y mi rostro se llenó de confusión— Ya lo dije, ¿acaso no han quedado claro mis palabras? Deberán pagar por los daños provocados en la institución.
¿En qué te has metido ahora, Mauricio? Para entrar en contexto, habíamos bajado al patio con Mariana y nos sentamos en el banco para descansar, luego de arrastrarla conmigo recorriendo todo el edificio, tratando de encontrar a mi amado. Hasta que finalmente lo vi, bajaba rápidamente las escaleras corriendo para que nadie lo viera, para que nadie viera lo que él y sus amigos habían hecho. Al parecer estaba en su aula jugando a la pelota, que de por sí la sacaron sin pedir permiso y a causa de eso, rompieron el ventilador de techo que de suerte no cayó al suelo. En fin, sacando el tema aun lado, llegué a la conclusión de que aquel tenía un segundo nombre y ese era Javier.
—Disculpe, profe. —Sus disculpas sonaban en tono de burla. Apretó sus labios con fuerza para evitar reírse y peinó con sus manos su cabello— No volverá a pasar.
—Más les vale, porque ahora quedan bajo vigilancia. —Advirtió la secretaria y luego se marchó.
Mi amado giró sobre sí mismo para dirigirse a sentarse en unos de los bancos. Creó que no se había percatado de mi presencia en el patio y aun así, su mirada apenas se posó en la mía antes de seguir su camino junto con sus amigos. Más tarde, llega Lele a sentarse junto a nosotras.
—¿Ustedes han hablado hoy? —Le pregunté con la mirada fija en mis zapatos y los brazos cruzados sobre mi pecho.
—No, —contesta y Lele se da cuenta de lo cerca que Mauricio está de nosotros— usualmente hablamos cuando estoy solo o apartado de ustedes.
—Uy, cuidado Victoria, tu amado puede revelarle secretos muy profundos a Alejandro —comenta Mari riendo.
—No, pero tengo que ser más listo, ganarme su confianza y solo así podrá contarme hasta el más mínimo detalle. Hasta podría ser capaz de decirme si siente algo por ti. —Lele se inclina apoyando sus codos sobre sus piernas.
—No entiendo por qué lo hace más difícil de lo que es. Debería… —mi voz parece perderse en un suspiro— Estoy cansada. Cansada de que me confunda con sus palabras y no sea directo con lo que quiere o lo que siente. ¡Al diablo todo!
—Victoria, ¿a dónde vas? —Grita Mariana al ver que comienzo a subir las escaleras posiblemente con dirección al aula.
—A un lugar donde él no este. —Una serie de sentimientos me invade por completo. No puedo creer que pierda el tiempo en estas cosas, sobre todo en Mauricio, en ver que aún puede salir algo bueno de todo esto.
Sucedió algo muy loco. Cuando estaba por ingresar al aula, logré ver cómo subía las escaleras. Se detuvo en ellas, ubicado justo al final del pasillo. Nuestras miradas esta vez son diferentes, la mía es de cansancio. En cambio, la suya es… indiferente, no lo sé. Pero, lo que sí sé, es que ambos nos palpita el corazón de manera precipitada con esas ganas de correr hacia el otro y ninguno es capaz de asumirlo.