Varios días pasaron donde la rutina no hizo notar los atroces acontecimientos venideros. Era una tarde de domingo fresca y luminosa, desde la única ventana de su casa, Fico observaba en silencio la serenidad del mar con sus moriscos ojos negros, inmensos e insondables. En lo más profundo de su alma había algo a lo que le temía mucho más que a cualquier desgracia, era a la tranquilidad, porque en medio de una catástrofe se puede tomar acción, pero la quietud nunca tiene tiempo de avisar cuando será despojada por el caos y ese día, reinaba una calma aterradora.
De modo que cuando Pancha Heredia, la vecina de atrás, voceó del otro lado de la verja que Paula tenía una llamada esperando en la cabina, el niño supo, antes que nadie, que tendrían que planchar los trajes negros. En el pequeño jardín un chorro de sangre salpicó las rosas blancas, Mateo aún sostenía las tijeras de podar entre sus manos temblorosas, fueron esas mismas flores ensangrentadas las que acompañaron al padre Cristóbal en su ferétro al panteón de la iglesia.
La noticia se desplegó por la ciudad y llegaron personas de otras provincias, de todos los estractos sociales, edades, razas e idiologias, algunos ateos acompañaron el carro fúnebre con el mismo pesar de los creyentes, todos sabían que además de un servidor de Dios, Cristobal Mejía había sido un maravilloso ser humano. Pálido como una hoja estaba entre todos ellos Nicholas Franser, quien fue la única persona presente en el instante del fallecimiento. Las miradas de sospecha y recelo comenzaron a llover a su alrededor, nadie reparó en la idea de una simple coincidencia, la llegada de ese forastero a la parroquia y la noche que habían quedado a solas tras la partida de Mateo, fueron blancos de acusaciones despiadadas.
Allí estaba también Graciela Valladares con los ojos chamuscados y el rosario entre las manos, sorteando disimuladamente los niños mocosos y descalzos que se enredaban en su falda. Aprovechó el momento en que la amá servía el chocolate caliente para robar por unos mintuos la presencia de Mateo y encargó a su ahijado trarle a los hermanos Guerra.
—Nos volvemos a encontrar Cenicienta—dijo Danilo mientras se acomodaba los rizos.
Paula se sentía demasiado indispuesta para molestarse siquiera. De sobras conocía las virtudes de aquel hombre que durante muchos años atrajo tantas personas al camino de la sanación, pero también conocía sus vértices oscuros de ser humano, esos que parecían disiparse para siempre en la memoria de quienes, borrachos o molestos, arrojaban piedras a la iglesia cuando el señor cura mandaba bajar la música de las fiestas partias, se preguntaba si no era la hipocresía otro pecado infernal y sintió pena por él, sabía que aquel funeral albergaba demasiada gente y poca sinceridad.
Evaluó la posibilidad de que si Mateo no hubiese sido pillado, quizás el padre estuviera vivo, pero disipó la duda inmediatamente, pensando que tal idea involucraría directamente a Franser. sin haberle otorgado el derecho a dar su versión de los hechos. En realidad, siendo honesta consigo misma, su mayor tristeza era su amigo desamparado y bajo cualquier circunstancia en la que hubiera ocurrido el trágico evento, siempre hubiese sido mejor que el muchacho estuviera presente, por tanto, aquella indisposición era en su más profundo origen, cargo de conciencia.
—Te has tomado como hábito ignorarme descaradamente cuando te hablo.
—Es mucho más rápido despacharte con una conversación que seas incapaz de comprender, algo sobre el sentido común, el respeto a los muertos y al sufrimiento ajeno, pero eligo el tortuoso camino de soportar tu insistencia, no por gusto, sinó porque se me da natural ignorarte, eres invisible para mi.
Estaba sentado en el brazó del sofá cuando semejante declaración le sacudió el alma, su ego herido estalló en un violento jalón de brazo, mientras la llevaba casi a rastras espetó—quien te crees para hacerte esperar cuando mi madrina quiere hablar contigo, trae a tu mascota—dijo señalando a Federico que había difundido su mirada con la luz del atardecer en la ventana.
El niño Fico reemplazaba sus pocas palabras con la sabiduría de unos ojos viejos, que minuciosamente lo analizaban todo, no hubo necesidad de forzarlo a entrar a la habitación que había pertenecido al señor cura, pequeña y húmeda, con las paredes desprovistas de adornos y el moho invadiéndolas lentamente, en la esquina una estrecha litera lo hizo sonreir pensando como había resistido a su pesado dueño por tantos años, pero no dijo nada, al percatarse de que Graciela lo miraba fijamente, entornó sus ojos al cristo de hierro que pendía sobre la cabecera y lo invocó, para que tranquilizara su corazón desbocado, por la angustia que le provocaba aquella mujer.
—Hola Federico, ¿cómo estás?-dijo ella reparando en él de arriba a abajo.
—Bien.
—Este es un hombrecito de pocas palabras, pero concisas, me gusta.
Su hermana le dió un codazo bastante indiscreto en el estómago y él murmuró con la cabeza gacha<<gracias>>.
—Ya sabrás que a partir de mañana, vivirás en mi casa, ¿verdad?
Paula abrió los ojos como dos lunas llenas, no había hallado valor para contarle la novedad, el mar era para Federico un compañero silencioso en sus días tristes, su único juguete desde siempre y la medicina para su asma, nunca fue tan difícil pedirle algo, la joven preferiría haberlo visto pataletear y gritar en el suelo, le hubiera estrujado menos el corazón que su rostro callado e inmutable, como el de un viejo que ya lo vivió todo y no tiene nada que perder.
—Tranquila muchacha, ¿no ves que tu hermano es todo un hombre?, sabía que lo iba a tomar bien, seguramente terminará gustándole más la casa grande, en cuanto a ti—dijo señalando a Mateo,que ya comenzaba a temer por su destino en un cuarto de la casa de los faroles, compartiendo lecho con un tío afeminado—has tenido suerte de contar con un protector como el difunto, el viernes en la mañana me telefoneó pidiendo albergue para ti—una lágrima recorrió su pálido rostro aún sorprendido<<¿acaso sería él responsable de aquella tragedia al provocarle tantos disgustos?>>