Lo que callaron los faroles

Capítulo VI: Ojo de muñeca

Varios días pasaron donde las vidas de los nuevos habitantes en la mansión de la colina, parecían retomar sus respectivos cursos. Una mañana de sábado la luz comenzó a expandirse más despacio de lo habitual, era plateada y fría, las nubes chorreantes se mezclaban con el azul opaco creando una espesa capa blanca que cubría la ciudad.

Todos  estaban allí, haciendo breves pausas alrededor de la hoguera que calentaba los patios traseros, todos menos Nicholas Franser; que se había convertido en un asiduo visitante de la casa de los faroles.

Con Dorotea, Paula y Sade (además de la cocinera que no residía allí) los trabajos de la mansión  se habían hecho  más livianos y a ratos tenían tiempo libre para charlar, con excepción por supuesto de la anciana, que se la pasaba inspeccionando el brillo de los muebles y las esquinas del techo para hacer trabajar doble a las muchachas.

A Bítalo, así se llamaba el caduco padre de Sade, le habían asignado lavar los autos y limpiar los patios y garages, tenía las pupilas nubladas, algunos se lo atribuían a lo que podría ser inicio de ceguera, otros dijeron que los ancianos adquieren esa tonalidad cuando están más cercanos a la muerte, y también se planetaron que quizás fuera solamente una mirada vaga, a causa de la alterioesclerosis que ya comenzaba a hacer evidentes estragos en él.

Creo que todos tenían algo de razón, pero había un motivo mayor en los ojos blancos que muy pronto desempeñarían su papel en los sucesos venideros, aunque no hasta ese momento.

Mateo,por su parte, había aprendido con asombrosa destreza su nuevo oficio de jardinero, conocía las variedades de plantas y cuál era su mejor hora de riego, sabía como poner fertilizante y cuales yerbas resultaban dañinas para las demás, si, las conocía todas, en realidad casi todas, todas, menos una.

En el jardín la niebla se había vuelto espesa y le dificultaba el trabajo, llevaba boca y nariz cubiertas con un pañuelo deshilachado que apenas cumplía su función de mantenerlo protegido del mal clima.

Cuando estuvo a punto de concluir las tareas, advirtió una silueta que no había visto anteriormente y se acercó despacio, tanteó entre la nebulousa un pequeño bulto que yacía sobre el cesped recién podado, justo detrás de los rosales, apenas se podía distinguir como un volumen blanco, extendió el brazo y con una mano temblorosa palpó cuidadosamente las bolas de pelo suaves y cubiertas de escarcha, era un cuerpo helado, probablemente hubiese estado ahí por horas.

Una predisposición paralizante le penetró la piel, sintió el aliento de la muerte respirándole en la nuca, años después confesaría que sería ese  el momento más vívido que conservaba de aquellos días. Sintió la necesidad de lanzar un bramido de espanto,  pero en su defecto, el cuerpo no respondió a sus órdenes y actuó impulsivamente, retirando las hojas secas que se apilaban sobre el espeso pelaje, para descubrir, que se trataba de una pequeña complexión de joven conejo, era Octavio.

No se le permitió enterrarlo en el patio, nisiquiera salir a depositar su cuerpo en un basurero, fue una tarea que se le designó a Dorotea,  quien salió acompañada de un joven chofer que asistía a la señora Graciela en las contadas ocasiones que realizaba dilegencias fuera  de casa, se llamaba Eduardo, había quedado boquiabierto al encontrar el gentío que ahora habitaba la gran casa de la colina, él mismo se consideraba un empleado de confianza, sin embargo nunca había puesto un pie más allá de la fuente de mármol, lo mismo ocurría con  unos pocos trabajadores que acudían a llamados de la señora esporádicamente y con acceso restringido a la mansión, esto era nuevo para todos.

Mateo se acercó al cuerpo sin vida envuelto en una sábana blanca y observó con una callada tristeza a su compañero de varios años por última vez, mientras le acariciaba el pelo quemado por la escarcha, la boca del animal se entreabrió y calló en manos del joven una pequeña pelota que escondió  en el bolsillo instintivamente.

Cuando todos hubieron regresando a sus particulares labores, Mateo se sentó junto al fuego y tomó entre sus manos nuevamente el extraño objeto, se lo acercó a la naríz y husmeó el hielo descongelándose, era de color púrpura y figura redonda, en el centro un pequeño punto negro simulaba una pupila, parecía un caramelo, estuvo a punto de probarlo, pero enseguida recuperó un poco de sentido común y pensó que si lo había hayado en la boca de un animal muerto, podría ser peligroso.

Recordó entonces que tenía un asunto pendiente con el doctor Franco Valle, de alguna forma la muerte de Octavio y la del padre Cristobal estaban estrechamente relacionadas sentimentalmente para él.

Finalizó la limpieza de los instrumentos de jardinería y se dispuso a buscar la tarjeta del médico entre sus pertenencias. Iba de salida, resguardándose del frío con un abrigo de lana que hablaba por si solo de sus años por la estrechéz de las mangas, antes de que pudiera cerrar el portón de figuras demoníacas fue interrumpido por la señora de la casa.

—¿De paseo Mateo?

—No Graciela, voy a la cabina que está junto a la parada a realizar una llamada.

—¿Ya terminaste tus deberes?

—Si señora, llevo trabajando desde bien temprano en la mañana.

—Creo que Dorotea no fue lo suficientemente clara con ustedes, escúchame bien si quieres permanecer en esta casa, y creo que no solo por necesidad, sino por respeto y agradecimiento tienes que seguir mis reglas al pie de la letra.

—Pero señora yo ...

—¡Silencio!<<espetó furibunda>> cuando yo hable tu te callas, eso es lo primero que debes recordar.

—Si señora.

—Bien—regresó al tono frío e impasible de siempre—te decía que mis empleados nunca terminan de trabajar,  si vives aquí veinticuatro horas y restas tres para las comidas y ocho para dormir ya son once que me debes, ¿cómo me las vas a pagar Mateo?, ¿no sabes?, pues yo si, trabajando y respetando mis órdenes. De esta casa la única que entra y sale a la hora que le plazca soy yo, ustedes piden permiso con un día de antelación y ya veré si se los concedo, en dependencia del motivo y sin excesos por supuesto, antes de que caiga el sol ya deben haber regresado, ¿me has comprendido?



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En el texto hay: misterio, suspenso, paranormal

Editado: 29.06.2020

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