Lo que callaron los faroles

Capítulo IX: La poltrona familiar

Cuando Malena Ristre dijo que se había enamorado, Asunción López le regaló una sonrisa amarga, de esas comprometidas, tantas veces había escuchado las vanas promesas de alejarse de la vida fácil, de enamoramientos frutivos, de planes matrimoniales deshechos con los súbitos ventarrones febriles de la carne, lo cierto es que Asunción López había perdido la capacidad de confiar en las libertinas palabras que su hija escupía con la despreocupación adolescente de una mujer de 31 años. Un australiano de 2 metros sería la próxima víctima, embriagado por las sábanas de lavanda y la piel cobriza del farol número 5, Nicholas Fransen había perdido el sentido de los días y las noches hasta caer rendido ante una nueva adicción, que poco a poco  lo fue recuperando de la frustración que lo había sucumbido en el alcoholismo. En la gran casa de la colina, le había vuelto a pedir a las muchachas que le almidonaran y plancharan las camisas de lino blancas, se comenzó  a afeitar nuevamente  y en las tardes se daba baños de agua aromatizada con azahares de los naranjos que refrescaban los cuartos del patio.

Una tarde ya bien entrado el mes de marzo, mientras Federico recibía su clase de educación cívica, Graciela observó desde el ventanal del segundo piso una mujer en vestido rojo que emitía señales con un pañuelo, al principio no la reconoció, pero cuando se asomó al balcón enseguida le llegó el olor a esencias baratas de la prima tercera, Malena la miró desde abajo con los ojos entumecidos por el sol y se marchó al tiempo que Nicholas Franser salía detrás de ella a grandes zancadas. La señora debió haber pensado en ese instante que sus planes no podían marchar de mejor manera, ya había comentado que Malena Ristre tenía algo que a ella le interesaba, su relación con el forastero solo facilitaba las cosas, Graciela estaba de buen humor.

Federico había dejado de escribir, desde el asiento que ocupaba se había sumido en un letargo de esos que lo dopaban cuando algo captaba su atención, tenía los ojos moriscos posados en el retrato familiar que permanecía inmóvil y alerta a la vez , con rostros vívidamente dibujados pero de colores tristes y marchitos. Había un hombre vestido de traje y con una leontina de oro, de cabello gris y fino, con una ténue raya del lado opuesto, imitando la de Adolph Hitler, de bigotes con punta afilada y ojos ocultos detrás de unos gruesos espejuelos de armadura metálica, a su lado, una mujer más alta, de crespos cenizos y expresión lánguida, pálida y flotante como un éter, vestía de negro con un cuello alto de donde pendía una medalla de la santísima Trinidad. Frente a ellos, dos niñas con un aproximado de 4 y 10 años respectivamente, ambas vestidas exactamente iguales, con pamelas blancas atravezadas por una cinta celeste y vestidos hasta la rodilla de mangas abombachadas con estampados primaverales. A la derecha, en una poltrona que Federico había visto un día que Dorotea salía de limpiar la habitación número 7 del segundo piso, la que daba de frente al corredor, estaba sentado un anciano retorcido, con uniforme militar y varias medallas en el pecho.

-¿Quieres saber quienes son? - preguntó Graciela

El niños asintió y ella prosiguió

- El señor de atrás es mi padre, don Emilio Valladares, a su lado Dulce María Campos de Valladares, mi madre, al frente estamos mi hermana Cristina, la mayor, y yo

- ¿Y el viejo? - interrumpió Federico

- Ese era mi abuelo, el general Arturo Valladares

- Debe haber sido muy valiente, tenía muchas medallas de honor

- Para nada-rebatió- era un cobarde de los peores, si llegó a ese puesto fue porque mi abuela, Encarnación Pavía de Valladares, era descendiente directa de un político y militar español bien reconocido, el viejo falleció dos semanas después del retrato

-¿y su abuela?

-Ella murió cuando mi hermana Cristina tenía 6 años, no la conocí

-¿ y que pasó con los demás?

- Los demás murieron poco a poco, el cáncer era algo al parecer hereditario, solo yo sobreviví

-Pero, ¿todos muieron de cáncer?

-Ya no hagas más preguntas, niño entrometido, termina de escribir lo que te ordené-dijo esto y continuaron con la clase

La vieja poltrona de cuero marrón se quedó divagando en la mente de Federico por varios días en los que pasaba por delante del cuarto número 7 antes de entrar a clase y a la salida, iba con los ojos fijos en la puerta esperando un  mínimo chance para verla, se imaginaba al viejo Arturo fumando una pipa con ribetes de plata , con Graciela y Cristina en su regazo escuchando historias de la guerra, aunque al parecer, la señora no recordaba al abuelo con mucha simpatía.

Una noche, antes de cenar, Benjamín Yáñez le llevó a Federico un pequeño paquete envuelto en papel brillante, el niño se apresuró a abrirlo y recibió una patada por debajo de la mesa<<ahora no, susurró el muchacho, te espero debajo del almendro cuando tu hermana vaya a lavar la loza, escóndelo>>. Mateo estaba molesto,  frente cualquier cosa que Benjamín estuviera planenando le parecía imprudente involucrar a una criatura.

- Dios te va a castigar- le dijo antes de que se retirara de la mesa apretándole el hombro

- Pero que sea después de que haya terminado la tesis- respondió divertido.

Cuando estuvieron a solas, Federico pudo abrir su caja, dentro había una cámara del último modelo en la época, pesaba más de 3 libras y se demoraba casi 5 minutos en abrir el lente y enfocar la imagen, pero seguía siendo una novedad de lujo que no todos podían darse.

- ¿Te gusta?

- ¿En serio preguntas? , está genial

- Bien, ya eres un chico grande, y sabrás que si no es tu cumpleaños o navidad, hay una razón por la que te estoy regalando un objeto tan costoso, voy a necesitar que me ayudes, y cuando lo hayas hecho te puedes quedar con ella, ¿de acuerdo?

- ¡Si señor!- respondió con la mano en la frente simulando un militar subalterno

- Así me gusta soldado, ahora escúchame bien, vamos a jugar a los detectives, esta es una operación secreta, yo soy el cerebro de la investigación y tu eres el policía que recolecta pistas, como yo no tengo acceso al segundo piso pero tu sí a causa de las clases, quiero que tomes fotos de todo, adornos, muebles, habitaciones, en especial si ves una puerta abierta o algo inusual, pero debes tener mucho cuidado que nadie te vea, cada vez que tengas algo nuevo nos veremos aquí y me pasas la cámara para yo relevar las fotos. Cuida tus espaldas en especial de Dorotea y tus palabras de Paula, que si alguien se entera de esto se acaba el juego y a mi me linchan



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En el texto hay: misterio, suspenso, paranormal

Editado: 29.06.2020

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