*Narrador Omnisciente*
Tras la muerte de Carlos, Emilia se había encerrado en un mundo donde la realidad era un recuerdo vacío de lo que algún día fue su vida. La relación con su hermano nunca fue estrecha, tenían discusiones y roces, en mayor proporción que otros, sin embargo, le afecto la soledad en la que se encontraba.
Sus padres se habían ocupado en las actividades diarias, de forma excesiva para reducir el dolor de su pérdida. Su madre cargándose de más y más trabajo; y su padre, entre fiestas y alcohol.
La soledad la había invadido tanto, solía dormir demasiadas horas al día, manteniéndose despierta sólo durante el tiempo que asistía a la escuela y cuando el insomnio tocaba su puerta. Su peso había disminuido, las ojeras marcadas en su rostro eran señal de las noches donde el sueño abandonaba su cuerpo, entre pensamientos y recuerdos.
Las discusiones constantes entre sus padres, eran como un ritual que debía realizarse día con día, en ocasiones más de uno en el trascurso del mismo. No acostumbraba prestarles atención, otras veces eran los mismos gritos, reclamos y reproches los que se encargaban de arrebatarle el profundo sueño en el que caía.
La última navidad que pasó en familia, fue aquella donde Carlos aún vivía, hace casi un año. Cinco meses después de la muerte de él, sus padres habían decidido divorciarse, por lo que, esa navidad fue una mezcla de nostalgia, ira, tristeza, bebidas alcohólicas en las cenas a las que su madre la llevaba, y otras tantas cosas sin importancia.
Su padre la había visitado durante la tarde, bien sabía que él se iría de fiesta durante la noche. Ese mismo día vio en su rostro un reflejo de melancolía, la mirada brillante que su padre llevaba siempre se había opacado, ya no existía. Ella sabía que en su interior, él cargaba con la pena y profundo dolor que había provocado la ausencia de su hijo, sin embargo, ocultaba todo aquello o lo reducía entre alcohol y otras mujeres.
No podía culpar a papá por la ruptura de la familia, tampoco culpaba a mamá, pero era consciente de lo mucho que él había sufrido. Desde que Carlos enfermó, mamá sólo tenía ojos para su trabajo, al contrario que papá, quien iba de casa al trabajo y viceversa, noches de desvelo al lado de mi hermano, sin perderse ningún detalle de lo que ocurría con él.
Fue para la cena de inicio de año, su madre estaba preparándose para asistir a la misma, elegante y sensual, como solía hacerlo desde siempre. Entró a la habitación de Emilia, verla recostada sobre su cama la hizo enfurecer, llegarían tarde, dando gritos de molestia empezó a moverla en la cama.
—¡Emilia! ¡Qué no ves la hora! ¡llegaremos tarde y será tu culpa! Como siempre —dijo por lo bajo esa última frase.
—Déjame en paz —dijo la chica con intención de seguir dormida.
—¡Deja de ser tan rebelde! ¡Estoy cansada que siempre hagas lo que se te dé la gana, como si yo no estuviera al mando!
—¿Rebelde? —contestó exaltada, sentándose en la cama— ¡Si tú estás cansada, imagínate yo! ¡te has encargado de ignorarme, todo este riempo! ¡Sabes que estoy, sólo porque te hago la comida o te dejo cenas para cuando vuelves de tus fiestas!
—Al final, eres igual que tu padre, una malagradecida —dijo con desprecio.
—Tal vez lo he heredado de ambos, si es el caso —susurró.
—¡Qué has dicho! —se alteró de nuevo.
—¡Que no iré a esa estúpida fiesta! —soltó muy molesta.
—Eres una —dijo alzando su mano, dispuesta a golpearme.
—¿Una hija de puta? —le dijo burlona— sí mamá, hazlo, pégame.
—Estoy harta de... —fue interrimpida por el sonido del timbre de la puerta— ahora, bajas y te comportas, te perdonaré que no vayas, pero debes ser una buena chica con él —sentenció antes de salir.
¿Él?
Emilia sabía que su madre era alguien de "conducta intachable", muy correcta si hablaban de seguir ciertas normas y... creía que eso aplicaría al respeto por haberse divorciado no hace mucho tiempo. Siempre creyó que sería su padre quien terminara con una nueva pareja, pero no su madre.
Bajó con cautela, una pesadez se había apoderado de su cuerpo, no entendía por qué, ¿es que acaso había pasado mucho tiempo en cama? No, habíam días enteros que se dedicaba a no abandonar por ningún motivo esa que había sido testigo de noches de insonmio y llanto.
—Cariño, te presento a Martín —dijo su madre con un tono distinto al de hace unos minutos.
—Mucho gusto —respondió hombre, extendiendo su mano hacia ella, quien sólo asentió sin moverse.
—Emilia —Su madre habló con tono molesto, pero disimulado.
—No puedo decir lo mismo, pero buenas noches —respondió, moviéndose en dirección a la cocina.
—¿Perdón? —soltó confundido e irritado el hombre.
—Lo que oíste.
—Emilia, ten más respeto con tus palabras —dijo la madre.
—¿Para qué? ¿Para que puedas seguir trayendo a este hombre a casa? —habló seria y con claro enojo— ¡Oh! ¿No me digas que quieres jugar a la familia? Claro, es eso, ¿no? Si es así, trae a Carlos de vuelta y a papá —dijo saliendo de la habitación.
Entre susurros había escuchado cómo su madre pedía disculpas de forma tonta, ella sólo se encargó de tomar un poco de comida para llevarla hacia su habitación. Pero no tenía ánimo de encontrarse de nuevo con ese sujeto, lo había observado con detenimiento y lo que pudo descifrar, le había causado cierta intriga y algo de temor.
Alzó su vista para ver por la ventana que daba al patio trasero, las hojas de los árboles se movían al son del viento, las ramas chocaban unas con otras, causando sonidos ahi fuera. Entonces lo vio, una sombra, de un tamaño considerablemente notorio, no sabía qué era, así que se asomó detrás de la misma y pegó sus ojos al vidrio.
Nada, tomó el valor para abrir la puerta que daba al mismo sitio, las voces de las personas en la otra habitación se habían ido, cuando salió no había nada, sólo una ligera capa de niebla que no había percibido a través de la ventana.