Realmente mi camarote era equiparable a la casita del árbol que tenían mis vecinos. Si el mío era el segundo camarote más grande, no quería ni imaginar cómo sería el que compartían Luis y el Señor Valton. Quizás tuvieran que dormir abrazados para no caer de la cama. Aquel pensamiento me hizo reír. A pesar de su tamaño el capitán había dado en el clavo al decirme que aquel sería mi refugio. Permanecer en cubierta mucho rato por las mañanas no era muy apropiado, según mi tía el sol doraría mi blanca y preciosa piel y yo podría ser una tremenda distracción para la tripulación.
Estaba comenzando a cansarme de pasar tantas horas metida en el mismo lugar. Solo había traído 4 libros conmigo, dos eran novelas, las cuales había devorado los primeros días, otro era sobre geografía Africana y el último sobre medicina. Por lo que solo me quedaba aprenderme de memoria estos dos últimos. Por suerte traje también un par de cuadernos en los que tenía pensado ir escribiendo aquellas aventuras que nos tocaran vivir.
Rodé sobre mi cama y comprobé que María dormía plácidamente, la pobre a penas había podido levantarse de la cama debido a los mareos, por lo que más que ser una ayuda como doncella para mí y mi tía, habíamos terminado siendo nosotras la ayuda para ella.
Me levanté sin hacer ruido y me coloqué uno de los pantalones que mi tía me había comprado, me puse una camisa dejando mi pelo por dentro de esta y salí del camarote. Sabía que estaba mal, pero a la porra las normas. Estábamos en alta mar y además mi tío me había dejado claro que ya no tenía que ser una dama perfecta para tratar de agradar a los demás.
Subí las escaleras y me quedé paralizada ante tanta belleza, el cielo iluminado por un sinfín de estrellas. Me apoyé en el mástil y continué disfrutando de aquel mágico momento.
-¿Podría usted decirme que hace abrazado al mástil joven?- preguntó Luis algo intrigado por la escena con la que se había encontrado creyendo que yo era uno grumete. Yo me giré lentamente.- No, definitivamente es una jovencita- Dijo Señalando descaradamente mi gran delantera.- Camille no podría pasar por un hombre aunque quisiera.
-Es usted un grosero.- Respondí alejándome de él y dirigiéndome a la barandilla del barco.- El pareció dudar por un momento, pero finalmente me siguió.
-Perdón, tiene usted razón. No es aceptable hablarle, como lo he hecho, a una dama, pero en ocasiones es difícil recordar que lo es.
- Tranquilo.- Dije lo más secamente que pude.- No esperaba otra cosa de usted, este tiempo me ha demostrado que ser un caballero va en contra de su naturaleza.
-Yo…- contestó dubitativo rascándose la cabeza. – Creo que no debería pasearse por la cubierta del barco disfrazada de hombre.- dijo cambiando de tema.
-¡Qué suerte tengo! - él me miró sorprendido– Resulta que me da absolutamente igual lo que usted crea o deje de creer. Si me disculpa no deseo estar con usted.
Aquel estúpido no iba a estropearme la noche, y aunque permaneció en cubierta hasta que yo me retiré ambos nos ignoramos. Definitivamente la noche era mi momento preferido.
Desde aquel día decidí cambiar mi rutina diaria. Me convertí en un animal más bien nocturno. Dormía toda la mañana hasta que María me anunciaba que era la hora de comer, luego paseaba por cubierta, leía, escribía o conversaba y me volvía a acostar hasta la hora de la cena, tras la cual me dedicaba a corretear por cubierta, hablar con la tripulación que hacia guardia, con el conde Valton o con el capitán Whats. Ambos caballeros me proporcionaban conversaciones de lo más interesantes. El capitán amaba el mar y narrava todo tipo de historias y leyendas, mientras que el conde había viajado dos veces a África, por lo que se dedicaba a detallarme y describirme las costumbre que tenían algunas tribus, los viajes anteriores… Por lo que mi estancia en el barco estaba siendo más que agradable.
…..
-¡No puede ser! –Exclamé malhumorada- María aprieta con más fuerza.- La pobre doncella intentó acatar mi orden sin éxito.
-Lo siento señorita Camille, pero no cierra.- Tras dos intentos más comprendí que no había manera de cerrar aquel rígido corsé ni tampoco de meterme en alguno de mis vestidos.- Puede ponerse uno de los corse de tela… pero arreglar uno de los vestidos me llevará uno o dos días- añadió algo nerviosa.
- Genial…- dije dejándome caer en la cama.-¿Con qué me voy a vestir ahora?- Entre lo bravo que había estado el mar y la salud de María llevaba más de una semana sin abandonar mi camarote, y con el calor que había hecho me había parecido que ir en enaguas era lo mejor, pero ahora… -¡Claro! – Grité incorporándome rápidamente de la cama y revolviendo en el interior de uno de los baúles.
María contempló mis movimientos sin pronunciar palabra, estaba sorprendida ante mi ocurrencia y algo nerviosa al pensar que podrían hacerla responsable o cómplice de aquello.