Lo que las apariencias esconden

XXII

No podía quejarme de nada, los padres de Luis eran un amor, su madre era alocada y parlanchina y su padre a pesar de parecer serio resultó ser todo un seductor y bromista. La casa era increíble, si mi hermana Gloria la viera seguro se pasaría los días con su cuaderno de dibujo ilustrando este bello lugar. La propiedad contaba con unos jardines de ensueño, un pequeño bosque y un lago, en el que Sira me aseguro que se bañaba constantemente. El servicio era impecable, respetuoso y atento. No obstante, aun así la tristeza reinaba en mi interior, tenía más de lo que jamás hubiera podido desear y a pesar de eso no tenía nada. Había escrito a mis padres desde África contándoles las verdaderas razones que me habían llevado a casarme, pero todavía no había obtenido respuesta alguna.

La relación entre mi “marido” y yo parecía haber llegado a un acuerdo, casi no nos dirigíamos la palabra y apenas nos veíamos en las comidas y claro está a la hora de dormir. Normalmente fingíamos que el otro no existía, pero extrañamente los criados siempre venían a proponerme alguna actividad, traerme algún libro o enseñarme algo nuevo que según ellos decían “el duque cree que le gustaría…”. Todo eso era muy extraño y siendo consciente de que los actos de Luis eran mero teatro, mi estado de ánimo no hacía más que caer en picado, y al parecer por mucho que intentaba disimularlo ante los padres de Luis, pareció que no era tan buena actriz como pensaba.

Una tarde, mientras la madre de Luis y yo dábamos un paseo a caballo, bueno, más bien mientras galopábamos como salvajes, Sira aminoró la marcha y se situó junto a mí.

-Así es como deberías lucir siempre.- me dijo cariñosamente. Yo le sonreí sin comprender.- ¿Qué es lo que te hace estar triste? ¿Deseas ver a tu familia? Porque si es eso nuestra casa siempre estará abierta para ellos.

-No, no estoy triste, no sé porque decís eso…- Ella me miró levantando una ceja sin creerme.- Es solo que… es demasiado, todo es demasiado.

-Ya… Luis me contó que no sabías que él era un duque hasta después de que os comprometierais. Supongo que eso dice mucho de tu amor desinteresado… pero al mismo tiempo es mucha responsabilidad con la que no contabas. No obstante, créeme cuando te digo que no es tanto el trabajo y si lo hacéis juntos será más que llevadero.

-No sé si Luis me dejaría ayudarlo… siempre ha dejado entrever que no me considera muy ilustrada. –Sira soltó una sonora carcajada totalmente inapropiada para una dama.

-Eso no es lo que nos ha contado a nosotros.

-¿Qué les ha contado?- pregunté curiosa.

-Dice que sabes más de herbología que él y que te gusta mucho la medicina.

-Bueno, eso no es del todo cierto.- dije sin poder evitar sonreír ante aquel alago.- Yo detesto la medicina, la que la adora es mi hermana Aroha, yo no tolero la sangre. Lo que a mí me gusta es conocer remedios pero no aplicarlos. No sé si me explico.

-Claro que sí, tú haces el trabajo y dejas que otro se lleve el mérito al aplicarlo y curar al enfermo.- Aquello nos hizo reír a las dos.- Hablando enserio.- dijo volviendo al origen de la conversación.- No debes tener miedo… Si yo puedo ser archiduquesa tú también podrás con ello.

-¿Qué tú eres qué?- Dije haciendo que mi montura frenara en seco.

-¿Archiduquesa? – Sira abrió los ojos al comprender.- Camille lo-lo siento pensé que… ¿cómo no te lo dijo?

-Si me disculpas… creo que voy a matar a mi esposo.

-Y merecido que lo tiene.- dijo Sira fingiendo seriedad cuando en el fondo aquello la divertía.

Volví lo más deprisa que pude a la casa ¿Pero qué se había creído Luis? Ese hombre era un embustero y me las iba a pagar. Llegué a la casa y pregunté por mi maridito. Entré en la biblioteca de forma poco femenina y cerré la puerta de un portazo haciendo que Luis se sobresaltara.

-¡ERES UN ASQUEROSO MENTIROSO!- Le grite acercándome a él con un dedo amenazador.

- ¿Y Ahora qué se supone que he hecho? - dijo volviendo su mirada a uno de los libros que había sobre la mesa. No me gustaba que la gente me ignorada y si a eso le sumabas mi enfado… no pude controlarme y de un manotazo tiré todo lo que había sobre la mesa.- ¡Estás loca!

-Pues parece ser que sí, porqué me he casado con un hombre que no solo me detesta sino que además me miento.- él pareció no comprender- ¡ARCHIDUQUES! ¿ENSERIOS?

- A eso…

-Sí eso… cómo pudiste olvidar mencionarlo.

-No quería que te codearas aún más en tu dicha.- dijo tirando su silla para atrás con la intención de levantarse.

-O no querido- dije sentándome sobre la mesa y colocando mi pie en su… lugar innombrable.- No pienso dejar que me insultes y te hagas el ofendido cuando aquí eres tú el culpable.

-¿y qué se supone que he de decir?- dijo Luis algo consternado por la posición que había tomado mi pie.- Si te soy sincero no lo consideré relevante, le pedí a mi padre que si era posible no me cedieran los títulos… por lo que aunque legalmente soy duque desde que nací él me dijo que se encargaría de todo hasta el día que me casara y no seré archiduque hasta que él muera… por lo que no tendré que preocuparme hasta dentro de muchos muchos años.




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