Al final Lila también había acudido a la fiesta cuando se enteró de que tu amiga Tami no asistiría; estuvo con Steffi y conmigo al principio, cuando Saory nos abandonó porque se deslumbró con un chico y consiguió bailar con él. Tú te acercaste un instante a saludar; me besaste la mejilla con mucho ahínco y me dejaste grabado el olor de tu perfume en mi sentido del olfato.
Y juro que pasarán muchísimos años, pero siempre recordaré el olor de tu perfume.
Cuando volviste, pasada la medianoche, Steffi se había marchado porque no se sentía bien y me había convencido de quedarme, y Lila había incluido a John –uno de tus amigos y de mi hermano– a la conversación. Tomaste mi mano entrelazando nuestros dedos y me invitaste a bailar.
Noté que tenías varios tragos encima, pero aún no actuabas como ebrio.
–¿Tu galán no vino contigo? –Fue lo primero que me preguntaste, después de varias bailadas en un agradable silencio entre ambos.
Recuerdo haberte respondido que no, y que me atraganté las ganas de aclararte que Elliott no era mi galán, porque no hacía falta, algo me decía que había posibilidades de que te diera igual.
Pero entonces sonreíste con picardía, me acercaste más a ti y me susurraste al oído: –Gracias a que no vino, soy libre de decirte lo preciosa que estás esta noche.
Aquello, sin duda, me tomó por sorpresa; pero tuve la habilidad de mantener la cabeza fría y tomarlo a la ligera.
–Elliott no se habría molestado, Liam. –Recuerdo haber hecho un sonidito con mi lengua, restándole importancia al asunto.
–Quizás él habría estado de acuerdo conmigo. –Supusiste tú–. Pero sin duda, yo me pondría celoso de que otro coquetee a mi chica.
–Con que celópata, eh. –Recuerdo repliqué yo al instante.
Tú habías reído.
–No tanto, exagerada. –Dijiste–. Pero si territorial, muy territorial.
Estaba consciente de que eso no me agradaba, pero al verte directamente a los ojos noté que los tragos que tenías encima quizás te estaban haciendo alardear, así que volví a restarle importancia.
Te propuse sentarnos y volvimos con Lila y John, conseguí un vaso con agua helada para ti y a duras penas logramos que la bebieras toda. Pero en cuanto tu amigo me invitó a bailar y estúpidamente acepté, te perdiste durante un largo rato, entonces para cuando te hallé estabas el doble de ebrio.
–¡Pero si es una fiesta! –Reprochaste–. ¿Por qué se supone que debo dejar de tomar?
–¡Porque es tú casa! –Te recordé, cuando caíste sentado de sopetón sobre uno de los sofás–. Y debes estar lo suficientemente lúcido y atento, eres responsable de cualquier cosa que aquí ocurra.
–Oh, demonios, tienes razón.
Comenzaste a quejarte y me fastidié. Estuve por irme hasta que le pediste a John que estuviera al pendiente de cualquier acontecimiento. Quisiste ponerte de pie, pero no pudiste hacerlo por ti mismo.
–¿Leigh? –Extendiste un brazo en mi dirección pidiendo mi ayuda.
Recuerdo cómo me costó subir las escaleras contigo a cuestas hasta el baño de tu habitación. Bajé por otro vaso con agua helada y te la llevé, esa vez te la tomaste toda por tu cuenta sin chistar. Habías lavado tu cara y humedecido tus antebrazos y cuello, tratando de refrescarte. Nos sentamos sobre tu cama desordenada mientras te secabas con una toalla y me mirabas con cierta disculpa dibujada en tu expresión.
–¿Demasiada confianza? –Musitaste apenado.
Me diste tanta ternura, que me reí y me apiadé de ti, porque pensaba irme y dejarte solo. Al cabo de un rato tu expresión pareció cambiar, pero por la escasa iluminación que nos proporcionaba la lámpara de noche no pude identificarla.
Recuerdo con extrema exactitud la forma en la que acariciaste mi mejilla y cómo terminamos echados boca arriba sobre el nido de sábanas que era tu cama, mientras me pedías consejos que, en realidad, eran indirectas para mí, y que yo fingía no captar.
–No hay nada que pueda hacer, –recuerdo que dijiste–. Ella está con otro. Y parece feliz. Quizá tan feliz como yo no la habría hecho nunca de haber tenido oportunidad. Pero me encanta, me fascina, y se me revuelve el estómago de solo saberlos juntos. Aunque ella sea feliz.
Nunca podré describir el remolino de emociones y sensaciones que tus palabras me produjeron. ¿Por qué justo cuándo todo marchaba de maravillas con Elliott?
Nunca te lo pregunté.