Lo que nunca te dije, crush (+16)

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No te gustaban los frutos secos, ni las palomitas de maíz, ni la sandía, ni la avena bajo ningún concepto. Eras alérgico a los mariscos, y ante cualquier mínima de temperatura baja tu nariz enrojecía. Tenías el sueño sumamente ligero; y solías fingir que Lucy te irritaba, pero la verdad era que esa niña te derretía en lo absoluto.

El azul, en todas sus tonalidades, era tu color favorito. Te encantaba abrazarme por la cintura mientras apoyabas tu mejilla en mi pecho y me hacías cantarte, entre caricias a tu cabello. También sé que disfrutabas de nuestras competencias en bici por el malecón, con la playa de fondo; mayormente en aquellas contadas veces que la lluvia nos empapó la ropa.

Principalmente me encantaba tu faceta de chef: esa en la que echabas a todo el mundo de la cocina y no aceptabas la ayuda de nadie, porque era tu momento. Y como hermano mayor eras de admirar; sabías cómo ser conciliador sin perder la autoridad: permitías que Lucy utilizara tu cabello para jugar a la estética, pero sabías cómo decirle que no cuándo quería ir a los extremos y aplicarte esmalte para uñas como si fuera decolorante; podías llevarla sobre tus hombros al parque, pero sabías qué tono de voz usar para que te obedeciera en no alejarse demasiado.

Era asombroso cómo podías llevarte tan bien con los números y la creatividad; con el deporte y el arte; con la paz y el caos. Con el paso del tiempo supiste leerme y saber, que aunque no expresaba mis sentimientos con palabras, siempre hice todo cuánto estuvo a mi alcance para demostrarlo con hechos. Yo, por mi parte, aprendí a descifrar cada una de tus expresiones; especialmente aquellas que te volvían tan abstraído: cuándo algo no te agradaba y simplemente callabas.

Las emociones, en ambos, era un reto bastante grande: en mí, porque buscaba protegerlas sin importar qué; y tú, porque al principio no supiste cómo actuar frente a ellas. Yo, huía lejos; y tú, te cerrabas por completo. Sin embargo, esa situación que se nos hizo tan difícil de superar no llegó al límite así de fácil, porque los desacuerdos, más temprano, fueron sumamente nimios.

Aun así, era tan significativo para mí el hecho de que supieras cuando algo me sucedía con tan solo mirarme a la cara. Como aquellas señas y ademanes que solo nosotros entendíamos, miradas cargadas de esa complicidad que únicamente nosotros supimos formar. Esa conexión inquebrantable que nos hacía disfrutar de las pequeñas cosas en cada momento, porque mientras las hiciéramos juntos, siempre tendría un matiz de confidencia e intimidad.

–Podría decirse que Liam ya no es tu crush, ¿o sí? –Me dijo Steffi un día en el que habíamos ido con el grupo al parque; todos habían estado jugando al fútbol en ese momento, ella y yo nos habíamos quedado tumbadas sobre el césped.

Ése momento lo recuerdo mucho porque me hizo pensar que, ciertamente, ya no eras mi amor platónico; eras mi amor de verdad, mi novio y además, mi amigo. En ese entonces no le dí una respuesta a Steffanie porque mi hermano y Walter se habían acercado en busca de agua con que hidratarse, y luego ambas lo olvidamos.

A ciencia cierta no sé si en algún momento un crush es removido del puesto, no sé si estos duran para siempre, o si es una especie de encanto que termina tarde o temprano. Lo que sé es que en ese momento eras muchísimo más que eso, pero al final sí lo terminaste siendo, con la diferencia de que había una inmensa y preciosa historia detrás. Con la diferencia de que, cuando te fuiste, no solo mi corazón crujió para una parte irse contigo; mis dos grandes pasiones también me abandonaron dejándome vacía.

Tu estadía en el colegio fue llegando a su recta final, ¿lo recuerdas? Tu graduación se acercaba, el baile y la universidad. Me pediste tres veces que fuera tu acompañante en la celebración que corre por cuenta de la escuela; estuviste tan atareado que olvidaste que ya me lo habías pedido con anterioridad, y un tanto absorto durante las semanas en las que te dedicaste a practicar tu técnica con el pincel mientras realizabas diferentes cuadros que eran necesarios para aplicar en la universidad.

A mí me encantaba verte descalzo y vistiendo esas prendas de ropa que ya tenías manchadas de pintura, con la paleta de madera con colores en una mano y el pincel en otra, trazando sobre un lienzo al que reflejaba la luz del día a través de la ventana y hacía sombras contra las baldosas del piso de tu habitación.

Fue como una especie de orgullo y satisfacción verte desenvolverte en lo que más amabas hacer, y lo que además era tu zona de confort. Mi error fue nunca habértelo dicho; así como tú me dijiste a mí lo orgulloso que estuviste tras la presentación de apertura de la competencia de baile en la provincia vecina, donde la academia estuvo a cargo del opening.

–Soy un novio orgulloso justo ahora. –Esas palabras se me grabaron en el corazón. También la forma en la que me abrazaste y me alzaste, jamás se irá de mis recuerdos.

Yo fui una novia orgullosa el cien por ciento del tiempo, porque eras tan bueno en tantas cosas que resultaba increíble.




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