Fui una simple espectadora de lo que ocurría a mí alrededor, era como si observara una película trágica pero que no me transmitía nada. Había una pared de concreto que me protegía y me hacía una completa autómata. Todos me abrazaban y me decían que lo sentían, pero yo no les tenía respuesta. Había mucho llanto a mí alrededor y nadie me dejaba en paz. Steffanie no me soltaba y Lila y Saory parecían evitar que yo viera sus lágrimas. Y que terrible eso, sentirte con la obligación de consolar el dolor ajeno cuando tú también estás padeciendo uno.
Lauren, por el contrario, se veía fuerte a pesar de las lágrimas. Mamá me dijo tiempo después que se había quebrado por completo en el hospital, cuando al bajarte de la ambulancia intentaron reanimarte para de inmediato llevarte a quirófano, pero no lo lograron. Cayó al piso y gritó, llorando por la vida de su hijo que se había escapado de sus manos. Después estuvo muy calmada, hasta que apareció la madre de Derek hecha un mar de miedo y angustia, porque al final resultó que sí quería a su hijo, que estaba desaparecido.
Lauren le dijo muchísimas cosas y los culpó a ella a Derek de la muerte de su hijo. Sus palabras rebotaron en mi mente, y aunque hubo una que amenazó con traspasar la muralla, no lo logró. Pero de todas formas titiló repetidas veces como un mensaje de advertencia.
Muerto.
Muerto.
Muerto.
Sabía que esa palabra tenía un peso doloroso, pero mis emociones parecían adormecidas. No concebía que tú estabas sin vida dentro de un cajón, ¿cómo era eso posible si hacía apenas unas horas me habías dicho que me amabas?
Comí sin hambre, dormí sin sueño, yo estaba ahí pero mi mente no. Me sentía seca y cerrada. A duras penas comprendía alguna que otra palabra y lograba gesticular una respuesta. Veía a Walter llorar por ti en un rincón del salón mientras John gimoteaba contra el ataúd sellado, que tenía unos toques en color dorado que relucía. Tu amigo Alex, el del departamento cerca del campus universitario, había estado sentado cerca de mí y yo pude ver cómo sus lágrimas se resbalaban hasta los codos, porque tenía las manos contra el rostro.
Y Tamina lloraba en silencio con tu fotografía abrazada al pecho con todo y el marco que había estado sobre el ataúd. A Ella le fue difícil dejar de culparse por el tiempo y la distancia que hubo entre ambos.
Simon me dijo tiempo después que mi semblante era totalmente inexpresivo, que mi rostro casi pareció haber sido tallado en piedra.
Mi mente decidió por mí si estaba o no preparada para enfrentarme a esa nueva realidad, pero ¿quién, en este mundo, puede prepararse para el dolor que representa la muerte de una persona tan imprescindible?
Mis ojos siguieron la ruta por la que el ataúd fue descendiendo, dentro de la tierra, para siempre. Fue como una bola de demolición impactando contra una pared de concreto hasta dejarla hecha polvo; como una máquina industrial volviendo a funcionar después de tanto tiempo. Mi mente por fin procesó el hecho de que te habías ido, que te había perdido y que jamás en la vida iba a volver a verte.
La tráquea me cortó la respiración durante el instante que sentí un puño presionarme el corazón. Me negué rotundamente a la idea de tener que seguir sin ti. Mis piernas obedecieron alguna demanda que no planeé y sólo avancé unos cuantos pasos más cerca de la fosa porque un tirón en uno de mis brazos me detuvo. Cuando caí de rodillas sobre el pasto se me escapó un grito que desgarró mi garganta, y por el que estuve varios días con ronquera. Papá me rodeó con sus brazos y yo simplemente no podía parar, menos cuando todo lo que oía a mí alrededor eran llantos más intensificados que segundos atrás.
Por ahí dicen que es todo un proceso que se vive después, pero yo creo que es más bien la costumbre. El tiempo te ayuda a acostumbrarte y eso hace que te familiarices con el dolor y puedas soportarlo mejor. Ninguna muerte se supera, solo queda la resignación y no hay cosa que deteste más que eso. Resignarte al hecho de las cosas porque sí, porque nada ni nadie puede cambiarlo, porque no se puede dar marcha atrás, porque no hay más remedio.
Lucy preguntaba por ti. Le habías prometido chocolates para que ordenara su habitación aquella noche, pero no lo cumpliste. Lauren le dijo que te habías ido al cielo, que dios te mandó alas, pero omitió decirle que te habías llevado mi corazón.
Fue muy difícil para mí creer que de verdad te habías ido para siempre, que ya no charlaríamos más hasta la entrada de la madrugada, que no volveríamos a recorrer el malecón en bici y que no volvería a ver tu nariz rojita por el frío. Que jamás acariciaría tu cabello para que te durmieras mientras te cantaba, ni que estarías ahí para animarme cada vez que hacía el amago de flaquear. Que no iba a volver a ver esa mirada bonita que solo a mí me dedicabas y que no estaría entre tus brazos más nunca.