Oculto en la oscuridad un enemigo lo acechaba, atento y cauteloso a los movimientos de su presa. El joven, pronto sintió una mirada en él y al voltear, notó unos ojos rojos que lo observaban con anhelo. Los osos pardos no eran muy comunes en esa región, pero al parecer, él había tenido la dicha de encontrarse a uno en esa desastrosa noche. Aterrado emprendió su huida, corriendo y bordeando los árboles sin importar las ramas que golpeaban su rostro. El animal no se quedó atrás y comenzó a perseguirlo, negado a perder su cena.
El silencio del bosque se veía interrumpido por los pasos apresurados de ambos seres y los voraces gruñidos de la bestia que ansiaba atrapar a su presa.
El joven, en un momento creyó burlar al destino y cambiar el suyo, por lo que en su vanidad redujo el paso para poder descansar cuando un ruido a su lado lo sobresaltó, creyendo que era nuevamente su cazador intentó huir hasta que notó la figura de una mujer entre los árboles y alarmado le advirtió del peligro:
—¿Qué haces ahí parada? ¡Corre, un oso me persigue!
A lo que la mujer contestó con una suave risa y dijo:
—No debes preocuparte por el animal, te ha perdido el rastro. Acabo de verlo marchar en la dirección contraria.
El joven respiró, aliviado, creyendo en las palabras de la mujer e ilusamente agregó:
—Esta noche es un completo desastre… yo solo quería obtener mi deseo…
—Se a quienes buscas — Dijo la mujer con una sonrisa, que él interpretó incorrectamente — Puedo guiarte a ellas.
Ingenuamente le creyó, sin sospechar de la presencia de una hermosa mujer en medio de una noche oscura en el bosque y no se percató de que su destino ya estaba sellado.
El enorme oso lo acechaba a pocos metros, mirando su espalda fijamente.
—Muy bien; entonces llevame a verlas.