Lo que perdí ©

1. Eufemismo

Lidia

Siete largos años habían pasado ya.

Sin embargo, él seguía prácticamente igual, a excepción de la madurez que se había acentuado en cada facción de su rostro. Era todo un hombre, el cual, aunque me pesara, seguía sucumbiendo mi mundo por completo —como en el instituto—, con solo otorgarme una de sus miradas, con solo sonreír de esa forma tan espectacular.

No obstante, el dolor —incluso con toda la revolución de sentimientos que me generó el haberlo visto de nuevo—, no ha mermado siquiera un poco, sigue presente, muy vivo. Entonces, todo dentro de mí empeora cuando recibo su mensaje de texto.

«Espero que tomes en cuenta mi invitación a salir, me encantaría ponernos al día. Dereck».

No sé qué responder, qué es lo que en verdad quiero. Cierro los ojos y nuevamente me dejo embargar por el dolor, por los recuerdos de la forma que irrumpió en mi vida, en cómo, poco a poco, se adueñó de todo.

Yo me enamoré como una boba de un chico taciturno, intimidante y arrogante pero sobre todo…, atractivo hasta la mierda. Con el tiempo el entregué absolutamente todo; mis sueños, mis sentimientos, mis alegrías y mi corazón. Y él, en cambio, fue el promotor de mi más grande dolor, el dueño y causante de mis lágrimas.

Entonces, cuando creí que mi corazón ya no podía sufrir una caída más, todo sucumbió hasta hacerme trizas.

Nos conocimos en el último año de bachillerato y ambos estábamos en esa etapa en donde sabíamos nuestras prioridades, sabíamos lo que queríamos y aun así, frente al cruce de nuestros caminos tan disparejos y discrepantes, decidimos —sin ninguna garantía—, arriesgarnos.

Todo empezó una mañana helada; era el inicio de clases de nuestro último año de bachillerato. Yo era nueva y como tal, desconocía muchísimas cosas, como la reputación de las personas, así como, de ciertos estudiantes que representaban una amenaza y de quienes debía hacer todo lo posible por mantenerlos alejados de mí. Desconocía cómo se movía ese mundo al cual estaba por enfrentarme.

Entré corriendo a aquel inmenso edificio, iba tarde. Sin embargo, sin reparar en mirar a mi alrededor, cuando estaba por pasar una intersección de pasillos —y en una fracción de segundo—, mi cuerpo, mi vida entera, tuvo un choqué fortísimo.

Como un choque entre galaxias. No obstante, eso sería un eufemismo.

Mi cuerpo chocó contra una masa firme, revirando, de esa forma, mi cuerpo y libros en direcciones contrarias. Mis ojos se cerraron con fuerza debido al doloroso impacto, así como, mi trasero comenzó a punzar y la cara a arderme debido a la vergüenza.

— ¡Mierda! —exclamó una voz ronca y gruesa, armoniosa, provocando, de una forma agridulce, que el corazón se me paralizara por una fracción de segundo. Traté de armarme de valor para enfrentar a la persona, que estaba de pie frente a mí, la cual ni siquiera se había visto inmutada por ese abochornante choque. Abrí los ojos, consiente que no podía retrasar más ese enfrentamiento, mi lengua se movió, casi saboreando la disculpa que estaba por expresar, cuando lo vi.

Y de inmediato todo mi mundo sufrió una parálisis.

Un chico, enorme, grande, proporcionado y kilométricamente alto, me miraba desde lo que parecía ser leguas de distancia, con frialdad y expresión inescrutable, amenazante. Y yo, lastimosamente, no sabía quién era él… Dereck, el chico más peligroso en todo el colegio, peligroso por sus encantos, así como, flemático e inescrupuloso.

Mi pobre corazón comenzó a latir con fuerza contra mis costillas; podía sentir toda la sangre aglomerada en mi rostro, también como, poco a poco, mis extremidades dejaban de obedecer a mi cerebro, convirtiéndose en extremos inútiles y trémulos. Reduciéndome a un manojo de ansiedad y descontrol. Y solo me bastó un par de segundos adentrarme en una especie de trance y a él solo le bastó un mísero segundo para desmantelarme, para robarme todo.

Pestañé varias veces, sintiendo de pronto el pánico arraigándose en mis entrañas, las alarmas siendo disparadas en mi cabeza y un acongojado mal presentimiento asentándose en mi pecho. «Huye», murmuró mi consciencia y yo, aun sabiendo que debía escucharla, mi cuerpo se negó a obedecer con la rapidez que me hubiese gustado.

Me levanté con el corazón galopando, con el temblor atacando mis manos y piernas, no obstante, luego de murmurar un débil: lo siento, me di a la tarea de recoger mis libros, de reunir la dignidad que me quedaba y de sacar a colisión la poca seguridad que me quedaba. Y podía sentir su mirada clavada en mi espalda, podía sentir esa aura densa, el peligro irradiando de su cuerpo, claramente tenso y amenazante. Entonces, cuando estaba por recoger mi mochila, con toda la disposición de huir, él detuvo.



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En el texto hay: therinne, juvenil, romance

Editado: 09.01.2019

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