De los cuentos cortos que a veces son largos y de los cuentos largos que a veces son cortos, se pueden decir y hablar muchas cosas.
Se puede hablar del valor, del miedo, de la forma en la que enfrentamos nuestras decisiones, pero cuando nos referimos a la traición, las cosas pueden ser muy complicadas.
Una furia violenta está naciendo desde el fondo del infierno. Un pistolero tiene una cita con lo que puede ser su último duelo.
Mientras galopa lento en su noble caballo, piensa mucho en la situación que lo ha llevado a esta encrucijada, esperando que el destino se encuentre a su favor.
Trata de no hacer planes, porque eso es inútil, una pelea a muerte tiene mil tonalidades y es difícil saber lo que en realidad sucederá.
Dentro de su alma existe la calma. Sabe que es suya la razón que provocó esta confrontación, porque nada malo ha hecho, aunque su rival no quiere entender por su estatus de bandido.
A lo lejos mira el campanario de la iglesia. Su corazón late tan deprisa que los pasos del jamelgo se hacen, aparentemente lentos.
La gente del pueblo lo observa llegar desde lejos, nadie sabe de la lucha, mucho menos que esa tarde, correrá la sangre por las calles tranquilas, frente a la hermosa capilla.
Pistolero y caballo. Ambos avanzan introduciéndose lentos en un pueblo que ignora lo que en una hora habrá de ocurrir. Nadie sabe de la lucha.
Lentamente, el caballo se detiene. El jinete baja de la silla y se introduce en la cantina para saciar, tal vez, por última ocasión, la sed que le causó el largo camino.
Todo se mantiene en calma por una hora. El cantinero ha servido sólo dos tragos de licor. El pistolero quiere estar consciente, para sentir cuando la muerte le arrebate la vida o mirar con claridad la victoria conseguida.
La hora ha llegado. El infierno está a punto de desatarse frente a la capilla. Nadie sabe de la lucha.
Sin miedo, el pistolero sale a la calle desde la cantina. Ya no importa lo que suceda.
El corazón comienza a galopar desenfrenado, porque el bandido se aproxima lento, con la mirada clara, dispuesto a morir como los hombres, por el otro lado del poblado.
Bandido y pistolero, se miran con odio desmedido, ahora, todos saben de la lucha, pero nadie intervendrá, eso es seguro.
Los pasos de ambos acortan la distancia. El pistolero puede ver claramente el contorno blanco de los ojos del bandido y este, al ver tan cerca a su enemigo, detiene su paso, haciendo que el rival también detenga su camino.
Nace un silencio denso y frío, que muere en un instante, ante la voz fuerte del bandido, quien dice.
— ¡Sabes perfectamente a lo que he venido a este inmundo pueblo! ¿No es así? —Responde seguro el pistolero— Por supuesto amigo. Pero quiero que tú me lo digas, ¡No quiero que quede duda alguna!
— ¡He venido por ella! ¡Esa hembra es mía y he de llevarla conmigo! ¿Entiendes? ¡Aun encima de tu cadáver! —El bandido decía y el pistolero respondía sin chistar a las amenazas—. ¡Mira amigo! ¡El problema es que ella no quiere ir contigo y no voy a permitir que la tomes por la fuerza! ¡Así es que dime! ¿Cómo arreglamos esto?
— ¡Muy bien pistolero! —Dijo el bandido—, ¡En ese caso, que hablen las balas para arreglarlo!
Los dos hombres se miraron por unos segundos, concentrando sus sentidos en lo que habría de suceder.
Nadie sabe de donde apareció, pero Miranda corrió colocándose frente al pistolero dando la cara al bandido y diciéndole con el llanto que quebraba su dulce voz.
— ¡No le hagas daño! ¡Yo me iré contigo! —El pistolero preguntó—. ¿Qué estás haciendo Miranda? ¡Déjame matar a ese maldito!
La mujer replicó— ¡Yo he tenido la culpa por mis descuidos y no sería justo que tu pagues por mis errores! —El pistolero continuó—. ¡No me interesa de quien sea la culpa! ¡No puedo permitir que un tipo como ese, me quite a la mujer que más...!
El bandido gritó a la mujer, ordenándole subir a su caballo, mientras que ella decía al pistolero.
— ¡Yo no sé si me amas o si solo es un espejismo que se levantó del calor abrazador que causaron mis equivocaciones! ¡Lo único que quiero, es que tú estés bien, aunque nunca volvamos a vernos! ¡Si sientes algo por mí, no saques tu revólver por favor!
Miranda, a la vez que hablaba, con ternura acariciaba la mejilla de aquel hombre que estaba dispuesto a morir por ella. La mujer giró su cuerpo y se encaminó hacia el caballo del bandido, quien miraba al pistolero distraído.
El malvado hombre desenfundó su arma con velocidad y con un solo disparo, muy preciso, atravesó el corazón del pistolero, ante el grito de dolor de Miranda que corría desesperada hacia el cuerpo derribado del herido.
— ¡No! —Gritó Miranda.
— ¡Eres lo más hermoso de mi vida! —Dijo el pistolero, y agregó—. ¡No llores por mí, porque tú me has hecho feliz al dejarme morir por ti!
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Editado: 01.05.2021