A veces, aquel joven de cabello azabache, miraba hacia el cielo azul, donde las aves revoloteaban libremente, como si el mundo jamás fuese a acabar.
La añoranza de obtener lo que ellas tenían, era cada vez mayor con el paso del tiempo, pero, ¿qué lo frenaba? Si había sufrido toda su existencia hasta la actualidad, ¿qué era lo que no le permitía ser realmente libre?
El joven sólo respiraba y esa era la única señal de que aún seguía en la Tierra. Había sido un hombre el que había logrado destruirlo de la peor manera, lentamente, como si hubiese deseado que el joven bajara la guardia para atacarlo.
Aquel hombre cruel había logrado profanar la mente de un muchacho que jamás había odiado a alguien, pero con su completa destrucción, comenzó a aborrecer a quién menos se lo esperaba, a sí mismo.
Fin.