Lo Que Soy

CAPITULO 2

—CAPÍTULO 2 —  

  

EVANGELINE 

 Esa tarde se me haría imposible siquiera ir a conocer la casa de Pietro y presentarme ante su esposa. Era demasiado tarde y necesitaba ir a ver a mi familia. Mi hija ya habría regresado del jardín y mi abuela estaría cocinando porque yo no llegué a tiempo para hacerlo. Seguramente Grecia estaría ayudándole, pero refunfuñando. Detesta estar en la cocina cuando puede usar ese tiempo metida en la computadora. Más sabe que a mí me enoja que pase tanto tiempo ahí.   

Me despedí de Pietro y mi madrina y con las mismas tomé el autobús que me llevaría a casa. Cuando llegué a la calle donde se encontraba mi casa, me pareció ver a los lejos el auto carísimo de Stephen.   

¿Qué hacía por aquí a estás horas?  

Miré mi reloj, marcaba exactamente las 6:30.   Tuve un tonto impulso de llamarle al celular y saber del porqué de su visita. — ¿Acaso quería encontrarse conmigo?— Más eso no iba pasar. Teníamos un gran acuerdo. Él no puede acercarse a mí, y si yo lo hago se rompería todo según lo estipulado en el acuerdo.  

Yo no debo y no puedo romper las reglas, de hacerlo le daría la libertad de que haga lo que quiera conmigo. Y ya tuvo bastante tiempo haciéndome añicos. Salgo de mi ensimismamiento y retomo mi camino hasta mi casa. Al poner un pie en ella lo primero que hago es dejar las llaves en el perchero que acondicioné par ese fin. Colgar mis llaves y no perderlas en medio de toda la casa. Aparte que está fuera del alcance de mi pequeña. Lo segundo es saludar a todo pulmón a mi familia para que sepan de mi llegada, más alguien ya se me adelantó.   

 — ¡Mamá! —gritó a todo pulmón mi pequeña. Sus pequeñas manitas las agitaba en el aire pidiéndome que me acercase.   

Se había puesto de pie encima del sillón donde todas las tardes se sentaba a ver sus dibujos animados. Hoy la encontré viendo My Little Ponny.   

 —Hola, mi amor. ¿Cómo has estado?  

Se ha puesto a saltar como una coneja. Me acerco a ella lo más rápido posible, la tomo en brazos y la lleno de besos. Su risa atrae a mi abuela a la sala. Su cabeza ha asomado desde la cocina.   

 —Hola, Eva. Qué gusto verte, pensé que nos habías abandonado. Su sonrisa ladina me dice que está de broma así que le sigo la corriente.

—En eso estoy, abuela, vengo por mis cosas.

Mi abuela deja la cocina y se encamina hacia mí.   

—Que graciosa —La insolente que tengo por hermana hace su aparición en la sala—. Si te has demorado tanto es porque, supongo, ya conseguiste trabajo.   

No muestro ninguna señal de que así fue. Por el contrario dejo a Gianina, mi hija, en el sofá y camino hacia la cocina. Antes de pasar el umbral me detengo. Doy media vuelta y de la alegría grito—: ¡Sí! Ya conseguí trabajo. Y no se imaginan para quién trabajaré.   

Les muestro la lengua a ambas y por fin me adentro en la cocina. El olor a quemado me golpea la nariz, humo sale de una de las ollas que están en la estufa.   

— ¡Abuela!  Se quema la comida.   

 No hay necesidad de gritar. Con lo pequeña que es nuestra casa si grito tal vez los vecinos se vean alarmados y hasta sean capaces de llamar a Emergencias.   

Grecia viene lo más pronto como se le es posible. Yo ya cerré la llave de la estufa y he tomado de las azas la olla y la he dejado caer en el lavadero. Me apresuro a abrir la llave del caño cuando el grito ensordecedor de mi abuela me detiene.   

—Ni se te ocurra Evangeline Rivera. —Amenaza. Miro en dirección a la puerta de la cocina su mirada fulminante me calla cuando quiero abrir la boca para refutar.   

—Hay gente que no tiene para comer y tú estás queriendo echar a perder nuestra cena.  

Grecia ríe por lo bajo mientras hace aspavientos con las manos para esparcir el humo.   

—Por Dios, abuela. Tu comida está echada a perder. No pienso darle comida quemada a mi hija.   

—Lo siento, abuela, pero Eva tiene razón. Puede hacernos muy mal comer eso —Hace un mohín cuando le echa un vistazo a la olla quemada.  Se queda callada por un largo rato. Tanto que junto a Grecia ya acabamos de limpiar todo el desastre en la cocina y ahora estamos cenando.   

—Nina, no metas el dedo a la nariz.   

Mi pequeña responde a mi amonestación con un puchero.  

—Gianina nunca hace caso. Hoy cuando la fui a recoger se soltó de mi agarre y empezó a correr hacia la pista. Casi muero de un infarto. Nina agacha la cabeza avergonzada. Sabe que la regañaré por su osadía. Más hoy no estoy para regaños.  

Empiezo a hablarle con serenidad—: Gianina, sabes que debes obedecer a tu tía Grecia. No puedes soltarte y correr hacia la pista, ¿Y si te atropella un carro?   

Por más que no esté usando un tono duro me parte el corazón ver cómo le brillan los ojos y le tiemblan los labios.  Por un momento pienso que se echará a llorar sobre su sopa más mi hija respira hondo y comienza hablar. Tras sus balbuceos no logré entender nada, más cuando se aclaró la voz y repitió todo me quedé sin palabras. Mi hija se había soltado de Grecia para ir a darle el alcance a su padre que se había estacionado en el semáforo que hay en un cruce vehicular cerca de su jardín. No sé si Stephen tenía previsto ir a recoger a Nina o simplemente pasaba por ahí. Pero no iba permitir que eso volviera a pasar, él no tiene permiso de ir por mi hija al jardín y menos pasar casi toda la tarde con ella. El juez había dado un régimen de visitas y Stephen no lo estaba respetando.   



#49050 en Novela romántica
#12905 en Joven Adulto

En el texto hay: problemas familiares, romance, amores

Editado: 09.11.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.