—CAPÍTULO 9—
EDUARDO
Eva me invita a pasar cuando abre la puerta. Como soy el invitado no trato de molestarla con el dicho: Las mujeres son primero. Tras de sí cierra la puerta y coloca en el perchero su juego de llaves que consiste sólo en dos de ellas. La sala es lo primero que nos da la bienvenida, frente a los muebles de madera hay una pequeña mesa que sostiene el televisor, que debe tener alrededor de quince años, éste está encendido y sintoniza un canal donde pasan novelas turcas. Hay una mesa de café que está adornada con revistas, cuadernos y un pote de colores. Nada de floreros con flores.
―Familia, llegué. —Eva de un grito anuncia nuestra llegada—. Ed, ven. Deja aquí las bolsas.
Le hago caso y lo pongo en su mesa de comedor. Esta es cuadrada y de sólo seis sillas. Está vestida con un bonito mantel blanco y flores plateadas.
—Eva, nos tenías asusta… Hola, no sabía que teníamos visita.
La que supongo que es la madre de Eva me da un repaso arriba abajo.
Me acerco a ella que se encuentra bajo el umbral de la puerta. Cuando llego a estar a unos centímetros me presento y echo una mirada detrás de ella. Esa es su cocina.
―Eduardo ha comprado comida para cenar. —Informa Eva, yo asiento y tomo las bolsas para sacar los productos.
―Abuela, ¿Grecia dónde está, y Nina?
Georgina, que no es mamá de Eva sino su abuela, esquiva la mirada de su nieta y se aproxima a la mesa de comedor y me ayuda.
―Aún no regresan, Ste… él vino y las llevó a pasear. He estado pendiente de la hora y deben estar aquí en quince minutos.
A Eva se le ha endurecido el rostro.
—Iré a cambiarme. Estás en tu casa, Ed.
Eva se pierde tras adentrarse en el pasillo que supongo llega a su habitación.
Me acerco a Georgina y le pregunto—: ¿Quién es “él”?
―Es el padre de Nina. A Eva no le gusta que mencionemos su nombre.
Me limito a asentir, no es momento de inmiscuirse en ese tema.
Ayudo a Georgina a llevar las costillas de cerdo pre-cocidas a la cocina para que las ponga al horno. La ayudo a poner en una fuente la ensalada de papas, manzanas, pecanas, pasas, bañado con vinagreta. También coloco los platos en la mesa y demás utensilios para cenar. Eva, que ha regresado vistiendo un bonito vestido blanco, hace un poco de arroz cocido. Alega que ella tiene qué comer sí o sí con dicho cereal. No cruzo más palabras con ella, pero sí hemos coincidido algunas veces al mirarnos, nos hemos sonreído y eso vale más que el simple hecho de abrir la boca y hablar.
Eva se queda quieta al escuchar el chirrido de la puerta al abrirse. Se adentra la pequeña Gianina a la casa con algunas bolsas en las manos. Suelta las bolsas y corre al encuentro de su madre. Eva instintivamente la toma en brazos. Vuelvo la mirada a la entrada principal, Grecia aún no se percata de mi presencia.
―Eva, no sabes lo que nos divertimos con Ste… Hola, Eduardo.
La hermana de Eva se queda quieta mirando a la nada, cuando sale de su ensimismamiento cierra la puerta tras de sí e inspecciona toda la casa buscando una explicación a mi presencia.
―Hola, Grecia.
Se sonroja apenas escucha mi saludo. Aparto la mirada de ella y vuelvo a Eva. Ella está dejando a su hija sobre el suelo.
―Grecia, Ed se queda a cenar con nosotras. —Puedo asegurar que he visto como brillan de emoción los ojos de Grecia.
― ¿En qué puedo ayudar?
―Por ahora vayan a lavarse las manos. Y luego toman asiento en el comedor.
Las dos obedecen de inmediato. Luego de unos minutos me encuentro sentado al lado de Grecia y frente a Eva quien tiene a su izquierda a su pequeña. Georgina bendice los alimentos y seguido nos invita a servirnos. Compartimos una agradable velada, riendo por las anécdotas que pasó Eva, por mis dos piernas izquierdas en el fútbol y por el talento de Grecia para el dibujo. Nina nos cuenta que compartió su fin de semana en clase y que dibujó a la persona con la que más se divirtió. Curiosamente esa persona soy yo.
Ellas parecen estar felices y eso me da pie a creer que estoy siguiendo el camino correcto para ganarme el perdón de Eva; por otro lado, Julieta no ha dejado de llamar. Sé que debí comentarle que llegaría tarde apenas tuve la idea de la cena familiar, más el adentrarme en la vida de Eva me mantuvo ajeno a mis remordimientos. Y pues estoy más que seguro que ahora mismo estoy en el lugar correcto, teniendo frente a mí a la persona correcta.
EVANGELINE
Ed se toma todo el tiempo del mundo en el baño. Estuvo ayudándome a recoger los servicios de la mesa mientras mi abuela se sentaba en el sofá a ver su novela y Grecia iba a acostar a Nina, luego de tener la mesa de comer limpia me pidió prestado el dichoso baño. Dudo que la comida le haya caído mal así qué o está ojeando mi privacidad o se quedó atrapado. Olvidé advertirle que la puerta del baño está algo vieja y tiene su truco para abrir. No cede a la fuerza.