Ellie
—Hija, despierta —oigo decir a mi padre—. Tengo que salir, dejé el desayuno listo para que comas. Adiós.
—Gracias, papá —respondí.
Luego de eso, bajé hasta la cocina y busqué mi desayuno: fruta picada, jugo y un pan al que le eché manjar. Después, subí a mi habitación y vi "La princesa y el sapo". Creo que es una de mis películas favoritas; me gusta mucho la protagonista, cómo es. Además, me recuerda mucho a mi madre y cada vez que la veo siento que estoy un poco más cerca de ella, aunque en realidad no es así. Ella se fue para siempre y no volverá. A veces me siento sola, ella me escuchaba, me aconsejaba, me daba cariño cuando estaba mal. Era una de las personas que más me conocía y no tenía miedo de confesarle si cometía algún error. Ojalá todavía estuviera aquí conmigo.
Debería dejar de pensar en esas cosas, pero, aunque lo intento, no puedo. De repente, escucho el timbre. La verdad no sé quién podrá ser. Quizás a mi padre se le hayan olvidado sus llaves, aunque él no es distraído.
Abro la puerta y de repente hay cinco personas que se me quedan viendo.
—Hola, Elizabet, ¿está tu padre? —me dice el amigo de ayer de mi padre.
—No, salió en la mañana y no ha vuelto, pero si quieren lo pueden esperar —digo—. ¿Quieren algo de tomar?
—Yo un té. ¿Niños, quieren algo? —dice Susanna, y ellos niegan con la cabeza.
Cuando entro a la cocina, le escribo a mi padre para que venga a la casa ya que su mejor amigo está aquí. Le preparo el té a Susanna y me demoro, ya que sé que me van a preguntar cosas y la verdad no estoy de humor para hablar. Pasan unos cinco minutos y empiezo a escuchar que Susanna y Adrián comienzan a conversar. Me armo de valor para salir.
No es que fuera la gran cosa.
—Aquí está su té —le digo.
—Muchas gracias, cariño —dice Susanna—. ¿Sabes en qué instituto vas a estar?
Niego con la cabeza.
No me había puesto a pensar en eso, ni siquiera lo he hablado con mi padre. Creo que le tendré que preguntar cuando vuelva, porque ya pasado mañana empiezan las clases. La verdad, creo que con tantas cosas en mi cabeza no lo había pensado.
—¿Y Ellie, te gusta la ciudad? —pregunta Adrián.
—Sí —respondo con mi mejor sonrisa. Dios, ya quiero que llegue mi padre, y justo cuando pienso eso, llega el rey de Roma.
—Hija, te tengo muy buenas noticias —dice—. Ya encontré un instituto para ti. Se llama el Instituto Deportivo de Chicago.
—Qué bien —dije.
—Nuestros hijos van a ese instituto, es muy bueno. De hecho, es uno de los mejores que hay. Quizás te toque con Alex ya que tienen la misma edad —dijo Susanna.
Luego de eso, mi padre y Adrián mantuvieron la conversación y Susanna de vez en cuando participaba. De hecho, mi padre los invitó a quedarse a cenar y se quedaron.
—¿Hija, podrías poner la mesa, por favor?
—Claro —respondí.
Mientras me dirijo a la cocina, veo que Alex se levanta y me empieza a seguir hasta la cocina.
—¿Te ayudo? —dice.
—Si quieres.
La verdad creo que ellos están constantemente aquí, ya que sabe perfectamente dónde está el servicio, los vasos, el mantel. De hecho, la mayor parte de la mesa la puso él, mientras yo estaba limpiando los vasos. Lo observo; es alto, tiene el pelo rubio oscuro, ojos azules, como su padre. Se nota que hace ejercicio bastante seguido.
—Me estás observando —dice en tono divertido.
—Yo, para nada. ¿Te crees tan importante? Solo estaba viendo algo y justo estabas tú en el medio —digo, y sé que estoy roja.
—Te creeré. Espero que no me mientas.
—Yo nunca —y luego se fue a la sala donde estaban los demás a avisar que ya estaba lista la mesa.
La cena estaba deliciosa, habían pedido lasaña, que es mi plato favorito, sobre todo cuando Fran lo cocinaba. A veces lo extraño tanto a él como a mi madre. Nunca le dije padrastro, una porque no me gustaba y dos porque a Fran tampoco le gustaba mucho la idea de llamarlo así. Los años que estuvo con mi madre nunca la había visto tan feliz. Recuerdo los primeros meses, mi madre era una persona tan apagada, triste, pero cuando conoció a Fran fue como si volviera a brillar. Cada vez que estaban juntos siempre se reían, hasta cuando estaban enojados, siempre Fran buscaba la forma de hacer reír a mi madre. Y yo siempre los miraba, siempre ahí con ellos, con mi familia. Pero todo eso había cambiado de un día para otro. Y ahora yo estaba en Chicago, sin mi madre, sin Fran, sin amigos, solo me tenía a mí y, bueno, a mi padre.
—Bueno, creo que ya es hora de irnos, cielo —dijo Susanna—. Mañana igual tenemos que ir de compras para las cosas que necesitan los chicos.
—Podríamos ir todos juntos —propuso mi padre.
—Excelente idea, John —dice el amigo de mi padre.
—Entonces mañana nos vemos —dijo—. Adiós, Ellie.
—Adiós, Susanna —dije.
—Nos vemos mañana, Ellie. Espero que ahí me sigas observando —escuché decir a Alex.
—Ya te dije que no te estaba viendo, eres una cabeza dura.
—Si tú lo dices —y luego salió por la puerta.
—Veo que te has hecho amiga de Alex —dijo mi padre.
—Es solo un amigo.
—Si tú lo dices —lo dice en tono de broma—. Mañana tenemos que levantarnos temprano para ir a comprar, pon la alarma por favor.
—Sí, papá —dije—. Buenas noches, que duermas bien.
—Igualmente, hija —le oí decir mientras subía las escaleras.
Después de ponerme el pijama, me tiré a la cama, ya que estoy tan cansada. Seguramente debe ser porque estos días no he dormido bien. Luego del accidente, casi siempre tengo pesadillas. Muchas veces pienso decirle a mi padre sobre estas pesadillas, pero luego lo pienso mejor y no le digo nada. Además, estoy segura que si se lo digo, me va a mandar a un psicólogo, y eso es lo que menos quiero ahora. Ya me cuesta hablar sobre mis problemas a gente de confianza, más me va a costar contarle mis problemas a un completo desconocido.