—Lo lamento —dijo seco al ver que había sido grosero con su amigo—. Pásame los datos.
—Te los he mandado al móvil —dijo dudando en si había hecho bien en darle los datos—. Si hubieras dejado de pelear te habrías dado cuenta.
—Lo siento —dijo tomando su teléfono para verificar la información—. Eso es lejos —dijo—. Al sur del país.
Su amigo salió de la oficina dejándolo sumido en varios pensamientos pero el más alarmante: la llegada de su ex.
Salió de su oficina no sin antes decirle a su secretaria que le cancelara su agenda los siguientes tres días porque saldría de viaje.
Fue a casa y empezó empacar lo que creía que necesitaba antes de llamar a su madre y anunciar un viaje de emergencia.
—Espero la traigas a casa —anunció su madre—. No quiero relaciones escondidas.
—No hay relaciones —dijo él—, mucho menos escondidas. Madre esa chica ha usado mi imagen para tener sus cinco minutos de fama.
—Bueno no puedes negar que es linda —dijo su madre—. Y muy graciosa y ocurrente.
—¡Me ha dejado como un payaso! —Explotó—. ¿De verdad crees que me hacen gracia sus ocurrencias?
—No seas tan duro —dijo su madre conteniendo la risa—. Es una chica joven y seguramente encantadora que no tenía malas intenciones.
—¡Mamá! —exclamó el joven—. No voy a permitir que use mi imagen y mucho menos que haga un circo de mi vida, así que no me pidas que la trate como si fuera una reina porque no pienso hacerlo es más ni siquiera me voy a tomar la molestia de escuchar sus excusas. Seguro que tendrá algo qué decir pero no me interesa escucharla.
Su madre suspiró cansada y decidió dejar el tema por la paz.
—De acuerdo —dijo haciendo una pausa—. Solo promete no olvidar que es una señorita decente.
—Lo prometo —dijo antes de colgar.
«Señorita decente» pensó.
—Sí, claro —dijo para sí mismo—. Una señorita decente no piensa en anacondas.
Sonrió ante la estupidez que acababa de decir.
******
Stephen Ryks bajó del avión sintiéndose miserable y torturado.
Apenas puso un pie en aquella ciudad y quiso subirse de nuevo el avión y regresar.
El calor del sur del país era infernal y Stephen odiaba el calor, es más jamás iba a lugares calurosos, precisamente por esa razón, además de que no había nada que lo retuviera más del tiempo necesario y esta no sería la excepción, encararía a la chica y después se iría de regreso a la ciudad que tanto quería.
Abordó un taxi que pudiera llevarlo al hotel donde había reservado y maldijo al ver que no tenían clima.
Sentía que desfallecería en cualquier momento o le daría un golpe de calor.
—¿Cuándo empieza la temporada de frío? —preguntó al taxista—. Esto es un infierno.
—Estamos en época de frío —respondió el hombre. Stephen abrió los ojos desmesuradamente—. En temporada de calor le van a salir escamas.
El hombre rio poniendo de mal humor al chico que ya no dijo nada más rogando porque llegaran ya al hotel.
Una vez arribó al sitio de hospedaje se apresuró a llegar a la habitación a darse una ducha. Hacía un calor de los mil demonios y él se sentía sucio y pegajoso.
Se metió a la habitación y sin esperar nada ingresó al baño para refrescarse.
Pensó en que hubiese sido mejor que su abogado se encargara pero por mucho que tratara de engañarse lo cierto es que le comía la curiosidad por saber quién era la chica.
Había leído toda la sarta de mentiras en torno a su supuesta relación y no sabía si reírse, enojarse o sentirse halagado pero lo que había captado su atención aparte de sus tetas y su enorme trasero claro, pero eso jamás lo reconocería, había sido la forma en que ella lo describía.
Había dicho que era excepcional, único, el mejor y el hombre más bueno del mundo. Por supuesto no lo conocía y le había atribuido virtudes que no tenía; sin embargo, no podía negar que su corazón se había calentado ante la lectura de la forma en que describía la relación.
No había sido como las otras chicas que opinaban lo guapo y elegante que lucía, no había hecho alarde de sus millones y mucho menos había dicho nada de su deportivo. La chica solo había mencionado lo mucho que amaba a su novio por todas las cualidades que antes había mencionado.
Llamó a su amigo y abogado para decirle lo que tenía que hacer.
—Hola tigre —bromeó su amigo—. ¿Ya has visto a tu gatita?
—Deja de decir estupideces y mejor dime en qué turno estudia —respondió harto de las burlas de su amigo—. Hace un calor del infierno y no pienso quedarme más de dos horas en este lugar. Hablaré con ella, la pondré en su lugar, voy a amenazarla y finalmente me iré de acá.
—Espero que todo te salga como esperas —dijo divertido—. Pareces tenerlo todo fríamente calculado.
—Lo hago —dijo orgulloso—. Esa niñata se va a enterar con quién se metió.
Su amigo comenzó a reír antes de hablar.
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Editado: 29.03.2021