Lo Ultimo Del Amanecer | The Last Of Dawn

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Detrás del cajón de la alacena queda una sola capsula de agua. Es la última de un máximo de siete por persona que nos obligan a usar por día, y para mi desgracia, es la única del lote correspondiente de mi madre. 

Cuando despierto, asustado por un estruendoso ruido, en lo primero que pienso es eso. Sé que el pitido proviene de su mascara de oxígeno. Así que me apresuro, me bajo de la cama y recorro el corto pasillo que separa mi habitación de la cocina; allí deslizo el panel corredero del cajón y estiro los dedos hasta el fondo, rebuscando entre las hendiduras. A pesar de ser de altura promedia me cuesta alcanzarla, pero logro tomarla entre el dedo índice y el dedo corazón. La capsula es azul oscuro y no es más grande que un maní, diría que incluso tiene el tamaño de una cabeza de alfiler. Sería muy fácil perderla.  Encierro la capsula en mi puño, atravieso el otro pasillo que conecta con el resto de la casa y me adentro en la habitación. Mi madre está sobre su cama, un débil haz de luz se cuela desde la ventana y le ilumina el rostro. Mientras me acerco, me percato que esta despierta, sus ojos entreabiertos están clavados en mí. Es lo único que aún queda de su esencia, sus ojos verdosos. El resto ya es solo la enfermedad de la Vibrio devorándola viva. 

Me siento junto a ella y presiono el botón gris de la máscara Syncx e introduzco la capsula en una de las aberturas que aparecen; casi de inmediato se oculta y acto seguido, mi madre comienza a cerrar sus ojos de nuevo. Aparto unos mechones de cabello de su rostro y gracias a la trasparencia de la máscara, puedo ver esa herida que nunca sana. Se sigue esparciendo desde la barbilla hasta su mejilla derecha. El olor pútrido se ha intensificado. Quisiera decirme que ella estará bien, mentirme como lo hace a diario mi abuela Amma—la experta mentirosa de la casa —, y convencerme a mí mismo que esa capsula será suficiente para el resto de su día. Sé que no lo será. Su estado de salud es muy delicado y necesita más que solo capsulas para mejorar. 

Porque tu vida se mide en respiraciones, pero la del prójimo en actos de luz —repito en mi cabeza la propaganda de los Renacidos que suena en la radio; si ellos pudieran leer mis pensamientos, de seguro ya estuviera encerrado en la maldita Cárcel Capital. 

No me lleva más que unos minutos ponerme mi uniforme: mono de cuerpo completo, de color negro, jean de tela gruesas y el cinturón de seguridad con las cinco recargas de capsula de mi día; a excepción de dos. Estas las guardo en el mismo lugar de donde he cogido la otra, de la alacena. Sé que significa otra semana con menos oxígeno, pero no tengo muchas opciones.  

Al salir, veo a Amma; se ha enrollado en su sabana como una oruga, tan sumida en el que, probablemente, sea el sueño más largo desde las últimas dos quincenas. De seguro le ha ganado el cansancio, no hay otra razón para dormir en la desgastada y chueca mecedera del rincón de la sala. 

A pesar de que la estación del tren de Cincino está a solo unas cuadras de nuestra casa, se sienten como si fueran más. La empinada y rocosa subida de la colina convierte ese pequeño tramo en el mayor consumo de energía de mi día, y a su vez, en el mayor consumo de oxígeno. A estas horas de la mañana nuestro pueblo suele estar casi vacío; solo están los obreros que trabajamos en la Granja de oxígeno de Lygena, algún que otro Renacido que andan de casa en casa, o los agentes de resguardo que sale de sus largas guardias nocturnas. Sin embargo, hoy hay un aire fuera de lo común. Muchos diligentes se encuentran condenando la zona, y eso, en este pequeño pueblo, solo sugiere que alguien fue con un pase de visita sin retorno al Valle de los Colgados; nombre dado así en resultado a los cientos de personas que se colgaron después de la epidemia de la Vibrio.  

Justo al lado de la estación, a lo que solemos llamar el Bazar de la Colina, se encuentra el único mercado autorizado por el gobierno del sector. No es más que una roída estructura donde solían guardar vagones en los tiempos que se construyó el tren. Fue desocupada después de la primera rebelión, o eso es lo que dicen los ancianos, y por exigencias de los pueblerinos, se terminó expandiendo y transformando en lo que ahora es: la puerta de comercio del sector.  

Apenas paso los guardias de la entrada y aún con mi apretada mascara, el aroma a pescado me pellizca la nariz. Veras... nuestro sector es el lugar con más ríos y lagos, y el cuarto menos contaminado de la Republica de Veenue. Por ende, para el gobierno, es el que tiene la mayor cantidad y variedad de pescado digerible, lo que lo hace uno de los encargados de la pesca. Esta es la única razón de que todas las familias cuyos linajes no estén mezclados con los de otros sectores, se vean obligadas por ley a dedicarse solo a la pesca. Para los habitantes de este moribundo sector, es eso o morir de asfixia. Y como suele decir Amma: —si naces en el pútrido Cincino mueres en el pútrido Cincino —. 

 Me adentro en el Bazar y casi todos los puestos están cerrados. A unos metros, cerca de los grandes ventanales que conectan con la estación, distingo a una muy abundante maraña de cabello negro, su cuerpo debilucho y desgarbado y lo reconozco de inmediato: Roudim. Junto a él, detrás de una mesa, está el tuerto Dei, desarmando su vieja balanza. 

—¿Cómo esta Sr. Zouen?—saludo al viejo pescador —.  ¿Qué tal la semana? 

El viejo Dei se gira suavemente, asiente con lentitud y medio abre el ojo bueno, como buscando enfocarme. 

—Difícil, mijo—masculla, con su voz ronca. Lo sigue un escupitajo de saliva negra —. Lo mismo que ayer. 




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