Después de la intensa clase, salí de la universidad con la necesidad de despejar mi mente. El desafío silencioso con Maldonado aún rondaba en mi cabeza, pero decidí que lo mejor sería enfocarme en algo más agradable: encontrar un regalo para mi suegra. Era un gesto importante, considerando lo mucho que la familia de Lautaro había hecho por mí desde que llegué.
Caminé por las calles de la ciudad, mirando los escaparates hasta que un pequeño negocio de artículos artesanales llamó mi atención. Sin embargo, apenas crucé la puerta, sentí la hostilidad en el aire. Un par de mujeres, vestidas a la moda, me miraron de arriba abajo con evidente desaprobación. Sus ojos se detuvieron en mi figura, y sentí ese malestar familiar. Ya había lidiado con esos juicios antes, y no iba a dejar que me hicieran sentir menos.
Mientras exploraba la tienda en busca de algo apropiado, una de las empleadas, una mujer mayor con una expresión severa, se acercó. Sonreía, pero la frialdad en sus ojos era inconfundible.
Empleada: ¿Necesitas ayuda? Aunque dudo que encuentres algo que te quede bien en nuestra tienda...
Su tono era cargado de condescendencia, y de inmediato sentí cómo me hervía la sangre. Las palabras en lunfardo argentino empezaron a fluir en mi mente, como un reflejo.
-Mirá, no sé qué problema tenés conmigo, pero no me importa. Vine a buscar un regalo, no a que me trates como una piba cualquiera. Y en cuanto a mi tamaño, no es culpa mía si te molesta mi figura, vieja mal atendida.
La empleada levantó una ceja, visiblemente sorprendida por mi respuesta, pero antes de que pudiera replicar, le solté con una pizca de ironía:
-Ah, y no te preocupes, voy a acordarme bien de tu nombre... por si acaso.
Con una sonrisa que no ocultaba mi enojo, anoté mentalmente el nombre completo de la empleada, que llevaba una pequeña placa con su identificación. Sin esperar más, salí del negocio con la cabeza bien alta, decidida a encontrar otro lugar donde me trataran como correspondía.
Poco después, di con una tienda mucho más acogedora. Desde el momento en que entré, el ambiente fue completamente diferente. La empleada me saludó con amabilidad y me ayudó a elegir el regalo perfecto para mi suegra: un conjunto de tazas de té pintadas a mano, delicadas y elegantes, según Lautaro ella es de tomar te mientras que se junta con su cuñada. Satisfecha con mi elección, pensé que también merecía un regalo para mí.
Mientras recorría la tienda, un vestido rojo llamó mi atención. Era elegante y se ajustaba perfectamente a mi figura, resaltando mis curvas de manera favorecedora. No pude resistirme a probarlo y, al mirarme en el espejo, me di cuenta de que era exactamente lo que necesitaba. Además, encontré un conjunto de ropa interior sexy que no pude dejar pasar.
Salí de la tienda con una bolsa en cada mano, sintiéndome más ligera principalmente por haber podido caminar tranquila y segura de mí misma. Aunque el día había tenido sus momentos difíciles, no iba a dejar que los prejuicios o las miradas despectivas me detuvieran. Tengo todo el derecho de estar aquí, de ser feliz y de vivir mi vida sin que nadie me haga sentir menos.
Llegué a la casa con una mezcla de emociones; la satisfacción de haber encontrado el regalo perfecto para mi suegra y la excitación de las nuevas adquisiciones que había hecho para mí. A medida que me acercaba a la entrada, sentía cómo mi corazón se aceleraba, sabiendo que en unos instantes vería a Lautaro.
Al abrir la puerta, el aroma a familia en la casa me envolvió, brindándome una sensación de calidez y pertenencia. De inmediato, escuché sus pasos acercándose, firmes pero tranquilos, como si ya hubiera percibido mi presencia. Cuando finalmente apareció en la sala, sus ojos se iluminaron al verme.
Lautaro: Hola, hermosa. ¿Cómo te fue?
Le sonreí, sintiendo un cosquilleo recorrerme al ver la forma en que me miraba, con esa mezcla de amor y deseo que siempre me desarmaba.
- Fue un día interesante. Compré un regalo para tu mamá. Y… también me di algunos gustos.
Lautaro levantó una ceja con curiosidad, acercándose más a mí hasta que apenas quedaba espacio entre nosotros.
Lautaro:¿Ah, sí? ¿Qué compraste?
Sonreí, disfrutando de la atención que me estaba dando. Decidí jugar un poco, con una coqueta mirada.
-Un vestido rojo que te va a encantar… y algo más, pero eso es sorpresa.
Su sonrisa se ensanchó, y vi cómo sus ojos brillaban con una chispa de interés. Sin poder resistirme, acerqué mis labios a los suyos en un beso suave, pero cargado de la promesa de lo que estaba por venir. Sentí cómo Lautaro respondía al instante, su mano envolviendo mi cintura para acercarme más a él.
El beso se intensificó rápidamente, y antes de que pudiera procesarlo, me encontraba completamente inmersa en el calor de su cuerpo. Sentía su aliento acelerado contra mis labios, el latido fuerte de su corazón que se sincronizaba con el mío. Todo lo demás se desvaneció a nuestro alrededor; solo existíamos nosotros dos, la atracción palpable que se había vuelto imposible de ignorar.
-Lautaro…
Susurré su nombre contra sus labios, sintiendo cómo sus manos exploraban mi cuerpo con urgencia. No podía pensar, solo podía sentir, el deseo creciendo a cada segundo. Lo siguiente que supe fue que me estaba levantando en brazos, llevándome hacia el cuarto.
La puerta se cerró detrás de nosotros, pero no lo noté. Todo lo que importaba era la forma en que Lautaro me miraba, como si fuera lo único que necesitaba en ese momento. Me dejó suavemente sobre la cama, y sus labios volvieron a encontrar los míos, más demandantes, más necesitados. Mis manos se aferraron a su cuello mientras su cuerpo se alineaba con el mío, creando una tormenta de sensaciones que casi nos hacía perder el control.
Sus caricias eran fuego, y cada beso me encendía aún más. La pasión entre nosotros era innegable, una fuerza que nos arrastraba sin remedio. Mi respiración se entrecortaba, y podía sentir cómo todo en mí clamaba por él, por la forma en que me hacía sentir deseada, amada.