Lobo.

Calor (6)

Observó a Gregory curar mi pie.

 

—Será mejor que por los próximos días no olvides utilizar tus zapatos, más cuando corres por un bosque lleno de cosas peligrosas —advierte, guardando todo lo que quedó en el botiquín.

 

—Lo sé, es solo que me asuste al escuchar un aullido y preferí salir de ahí lo más antes posible —hablo, bajando mi pie de su regazo—. Estos días han sido agotadores y todo parece asustarme.

 

—A que te refieres con decir, ¿todo?

 

Suelto un suspiro mientras tomo la copa de vino de la mesa frente a mi sofá.

 

—Bueno, pasado ayer atropelle algo cuando venía de regreso a Lonberg, pero lo más extraño es que cuando baje del auto para mirar, no había nada —respondo mirándole.

 

Gregory, frunce el ceño y su mirada se oscurece tanto que llega a parecer anormal.

 

—¿Te hizo daño?

 

—¿Qué? —suelto desconcertada.

 

—¿Qué si lo que atropellaste, te daño? —vuelve a preguntar.

 

—No sé a qué va esa rara pregunta, pero como puedes ver, me encuentro bien —suelto—, dejando por fuera los de mí pie, claro.

 

—Lo siento, solo me preocupo por ti. Sabes que te amo —confiesa y me estremesco—, como un amigo.

 

Lo miro por unos segundos.

 

—Gregory lamento no poder corresponderte, pero no puedo mentirte.

 

—Lo sé y creeme que intento de todo para sacarte de mi corazón, pero no es algo de días —recalca, acercándose más a mí.

 

—¿Gregory? —le llamo al notar sus claras intenciones.

 

—Solo un beso por favor y te juro que jamás voy a volver a pedírtelo —suplica.

 

Trato de forma ruidosa.

 

—Solo vas ha hacerte más daño —concluyo.

 

—Lo sé, pero va a valer la pena si puedo besarte por última vez.

 

Desvío mi vista hacia mi copa y cuanto levanto mi cabeza los labios de Gregory se estampan contra los míos. Me quedo quieta, esperando que el beso acabe.

Sus labios son tibios y suaves, pero no provocan ninguna reacción en mí y no puedo evitar sentirme culpable.

De pronto el sonido de algo caer en mi habitación es la escusa perfecta para librarme.

 

—¿Qué fue eso?

 

—No lo sé, iré a ver —responde dispuesto a ir a mi habitación.

 

—No. Yo iré, espera aquí.

 

Me levanto lo más rápido que puedo del sofá y me dirijo hacia los escalones.

 

—Eira...

 

—Volveré en unos minutos —grito subiéndo rápidamente.

 

Camino por el pasillo hasta llegar a mi habitación.

Enciendo la luz y miro al rededor, pero todo parece en orden. Hasta que el viento mueve mi cortina y una sombra tras de ella me congela.

 

—¿Qué haces aquí?

 

Me acerco más a la ventana cojeando un poco y fuerzo mi vista tratando de darle una forma más definida a la sombra inmóvil.

 

—¿Por qué viniste? —mis palabras provocan un moviendo brusco detrás de la cortina, pero antes de que pueda escapar vuelvo a preguntar—. ¿Qué es lo que quieres?

 

En cuanto suelto esas palabras, un gran trueno se escucha, y mi habitación queda a oscuras.

 

—Otra vez... ¿Qué le pasa a la estúpida luz? —murmuro con algo de gracia en mi voz, olvidando por un momento a quien tengo frente a mí.

 

Un gruñido me hace volver y poner nuevamente mi atención en la sombra misteriosa.

Contengo un jadeo al verlo frente a frente sin la cortina interponiéndose en medio. La oscuridad es tanta en mi habitación que solo consigo ver la silueta de un hombre, centímetros más alto que yo. El gran calor que desprende le gana la competencia al frio que entra por la ventana.

 

—Tú, otra vez —susurro levantando mi mano con la intención de tocarlo.

 

Un leve gruñido me advierte de que mi acción puede llevar a un gran consecuencia, pero lo ignoro y aún más rápido estiro mi mano, haciendo que la yema de mis dedos se encuentren con un torso apunto de arder.

Deslizó mí mano lentamente delineandolo un esculpido pecho. Solo puedo escuchar la lluvia afuera y la respira agitada de el ser frente a mí.

 

—Eres inhumanamente caliente —murmuro, cambiando el rumbo de mí mano, está vez con dirección a su rostro.

 

Justo cuando estoy apunto de hacer contacto con con lo que creo es su mejilla, una luz proveniente del pasillo me detiene y me obliga a apartar la vista de enfrente.

 

—¡Eira! Nena, ¿está todo bien?

 

Gregory aparece por la puerta de mí habitación y mi única reacción es ver hacía en frente en busca del extraño que ahora se a ido y me a privado​ de su calor.

Doy unos pasos hacia la ventana y miro a través de ella, pasando la vista de un lado a otro en mi patio trasero.

 

—¿Qué es lo que buscas? —pregunta caminando hacía mí.

 

Mi amigo me empuja de la ventana y observa por ella con rostro indescifrable, y la respiración irregular.

 

—¿Gregory?

 

Le llamo, pero me ignora por completo. Su mandíbula está tensa y extrañamente de su garganta salen sonidos que no consigo idéntificar.
Tomo su brazo pero de inmediato lo suelto al sentir como sus músculos también se tensan, mientras que nuevamente un calor me inunda, haciendome saber que mi inesperado visitante sigue ahí afuera.

 

—No vuelvas —murmura​ el hombre a mí lado, con la vista fija en la ventana—. Voy a matarte.

 

Me congelo al escuchar lo último.

 

—¿Qué? —suelto, pero Gregory continua sin prestarme atención.

 

—Alejate de ella —continua diciendo, miro por la ventana, pero mi patio está totalmente vacío—. Te mataré.

 

El calor que me cubre del frío, se vuelve sofocante e incrementa tanto que siento que va ahogarme en cualquier momento.

 

—¡Ya bata, Gregory! —mi grito lo hace reaccionar.

 

Intenta acercarse a mí, pero le empujo asustada.




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