Lobo.

El peso de un rey (22)

Me dormí atada a esa pared la noche completa. Con la única esperanza de que Alix viniera por mi lo mas pronto posible, no me sentía bien, la cabeza me da vueltas y la boca del estómago me ardía.

Al abrir mis ojos, me encuentro con un techo gris con bigas de madera clara sosteniéndolo. Me levante de un salto, estoy en una habitación que parece no haber sido utilizada en décadas, a juzgar por las sabanas blancas que cubren los muebles. La exagerada cama con dosel en la que estaba se encuentra en medio de la habilitación como la atracción principal del lugar. Me muevo descalza sobre el suelo de granito pulido, tratando de hallar una pista de como llegue aquí.

Un objeto alto y redondo me llama la atención, mirando a mi al rededor me acerco con cautela. No se parece a nada que haya visto, bueno en mi mundo natural. Cierro mis ojos y tiro de la sabana hasta que la siento caer a mis pies, revelando un bellísimo espejo que parece haber sido tallado por los mismos dioses. Decir que no me gusta su estilo ostentoso seria un eufemismo, es claramente el mismo espejo que vi en los recuerdos de Alix y entonces lo comprendo, estoy en su habitación, dormí en su cama.

Descubro los demás muebles con rapidez pretendiendo saber mas del hombre que ahora es mi centro de gravedad, pero no hay mucho, al parecer Ameth y su padre no han perdido el tiempo en deshacerse de sus cosas. Gruño furiosa, no sé como es que pretender hacer desaparecer a alguien que lo es todo en su mundo. Observo de reojo la puerta, salir descalza no parece una buena idea, pero tampoco voy a quedarme aquí sin hacer nada.

Camino hacia la puerta, que debo resaltar pesa más que cualquier cosa, supongo que para asegurar que nadie pueda entrar con facilidad a la habitación. La halo con todas mis fuerzas hasta que esta se abre y una oleada de viento frío me golpea provocando que casi ganas de regresar a la cama. Miro el pasillo lleno de puertas y pasajes, todo tiene un aspecto fúnebre, salgo y doy pasos lentos mirando a mi alrededor preparada para correr si fuese necesario.

—¿A dónde vas? —Ahogo un grito al escuchar la vocecita a mis espaldas—. Papá dice que no puedes irte.

Me giro y me quedo casi petrificada por la belleza del niño de no más de siete años, parado a la mitad de pasillo. Va vestido una camisa azul manga larga y unos shorts negros. La criatura me observa con la cabeza ladeada y una con seriedad.

—¡Hola! —suelto, con tono casual. Como si el encontrarme en un castillo fuese lo más normal—. Soy Eira.

—Sé que eres la única del príncipe, el aún no viene, pero debes esperar. —Se acerca a mí y me toma de la mano para comenzar a arrastrarme por el pasillo—. Soy Stephan y tengo que alimentarte.

Me dejo guiar sin rechistar, con cada paso el lugar parece haberse más grande y soy incapaz de si quiera memorizar el camino de vuelta a la habitación de Alix. No me doy cuenta en cuanto llegamos a un comedor de una exacta combinación con toda la decoración, el niño me dirige hacia la cabecilla de la inmensa mesa y me invita a sentarme.

—¿En dónde está tú padre? —pregunto al no ver a nadie más.

—En la aldea.

—¿Quién me ha dejado en la habitación de Alix?

—El señor Emir lo a hecho, el está acargo de la casa Cobognerwotf hasta que el príncipe regresé —le veo darse la vuelta.

—Espera... ¿No pensarás dejarme aquí sola? —digo, apunto de llevarte de la mesa.

—Ire a aviar para para traigan su alimento —responde cortante y se pierde por una puerta.

Miro el mantel color champagne que cubre la gigante mesa con admiración, posee un detalles bordados que asemejan montañas. Deslizo mi mano sobre el y compruebo lo suave que es, entonces miro mi muñeca, tiene la marca de los grilletes que se encontraban alrededor de ellas horas atrás. No tengo idea de donde estoy ni que día es, solo que hora me encuentro en un enorme castillo que le pertenece a un hombre al que espero.

Levanto mi cabeza al escuchar pasos acercandose, no es hasta después de unos segundos que veo a Mérida aparecer en el comedor seguida por una séquito de mujeres con bandejas en las manos. La miró tomar asiento a la izquierda y hacer una seña con la mano para que sirvan la mesa.

—¿En dónde está Ameth? —pregunto, mirándo lo que parece ser un filete en el plato que ponen frene a mí.

—Afuera, supongo que intento poner a los guerreros de mi primo en su contra -responde, con simpleza.

—No puede poner en contra de Alix a nadie, él...

—La mayoría comparte diferentes puntos de vista, Eira. Es difícil decidir a quien serle fiel después de setenta años siendo conducidos por mi hermano —bebe un trago de su copa, para después decir—: El ejercicio está dividido en tres, la primera mitad se rehúsa a seguir a alguno de los dos, y las dos mitades de la otro parte, unos siguen fieles a Alix y los otros siguen a mi hermano.

—Tu hermano es un usurpador —suelto, pero mi comentario no le afecta mi un poco.

—Lo sé. Lo sé después me encerró en un mazmorra tratándome como una traidora. Lo que tú aún no entiendes, es que no están fácil elegir a quien seguir, escojer a uno sería traicionar al otro —habla, mientras corta una porción de su filete—. Cuándo Alix calló enfermos de forma misteriosa devastó a sus seguidores, un Alpha enfermo es sinónimo de debilidad para todos, de alguna forma todo empeoró aún más y la opción más viable para el consejo, era poner un sustituto, un Alpha interino hasta que Alix pudiese volver.

»El problema fue que Alix perdió todo ápice de cordura y no quedo más remedio que ponerlo en una jaula. Aún recuerdo en sus momentos más lúcidos susurrar cosas, no entendía mucho, pero en sus palabras solo resaltaban la venganza y la sed de sangre. Hubo momentos en los que pensé que todo era culpa de nuestra raza, por la insesante debilidad que adquirimos cuando encontramos a alguien que se convierte en nuestro mundo, pero luego entendí que ni siquiera eso provocaría tanto deterioro en un hombre.




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